El amor está reservado para los valientes
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Un cobarde es incapaz de mostrar humanidad alguna; hacerlo
está reservado para los valientes, que saben lo que es amar sin condiciones, ni
condicionantes. El mayor acto de valentía siempre nace en lo profundo del alma,
y se alienta con el compromiso del amor hacia nuestros semejantes. Ellos son
los artífices de la paz. Me estoy refiriendo a aquellos ciudadanos, grupos de
personas o instituciones que promueven y protegen los derechos humanos de
manera armónica, rechazando todo tipo de violencia. Sin duda, son nuestros
ángeles. Muchas de esas personas arriesgan su vida, soportan multitud de
intimidaciones y represalias, son víctimas de ejecuciones y torturas, sufren
detenciones arbitrarias, amenazas de muerte, pero continúan con su quehacer
callado, a pesar de los acosos y difamaciones que suelen recibir a diario.
Inadmisiblemente, a esta gente de buen hacer y mejor obrar, que son la luz, en
excesivas ocasiones se le intenta apagar la llama.
Comprenderá el lector mi admiración. Estos héroes de la vida
suelen tener un corazón muy grande, fruto del verdadero amor, injertado como
abecedario de su existencia. Ciertamente, han optado por un futuro pacífico y
no escatiman esfuerzo alguno; es su oportunidad, la de hacer valer los derechos
humanos con la firmeza necesaria. Sin duda, saben mejor que nadie que vivimos
tiempos espinosos, que nos desbordan por su violencia y venganza, hoy mismo un
grupo de expertos de Naciones Unidas y del sistema Interamericano de Derechos
Humanos, lamentan los intentos de
desacreditar e intimidar a defensores de derechos humanos en una televisión pública
de un país, en represalia por activismo y su cooperación con la ONU y
organismos regionales que se ocupan de las garantías fundamentales.
Indudablemente, todos los gobiernos del mundo mundial deberían saber que deben
respetar y defender la participación de estos gentíos de paz.
Lo mismo sucede con las agresiones, secuestros y crímenes a
periodistas, que lo único que hacen es mostrar al mundo el aluvión de
contrariedades e injusticias, con el fin de que la ciudadanía esté informada
para que pueda tomar decisiones acertadas. Por consiguiente, es esencial que
estos hechos no queden impunes, y la comunidad internacional debe actuar con la
contundencia necesaria para que no vuelvan a suceder. Este es el momento de
contrastar la lógica del miedo con la ética de la responsabilidad, para promover
un hábitat más de todos y de nadie, y para ello pienso que el respeto a los
derechos humanos fundamentales, junto con el desarrollo socioeconómico y la
libertad, son esenciales para el futuro y la supervivencia de la familia
humana. La idea aristotélica de que la excelencia moral es resultado del
hábito, puesto que nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados,
realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía; puede
ayudarnos a tomar la orientación debida.
Si en verdad nos moviera el amor, nuestra acción debe ser
valiente, no tibia; pues, nos consta, que todavía hay demasiada represión en
todo los continentes, exorbitante
irresponsabilidad, lo que nos exige a toda la ciudadanía retomar una
nueva conciencia de los derechos humanos, tan devaluados hoy en día. Por tanto,
bravo por esos defensores que hacen lo posible, y a veces hasta lo imposible, para defender los
ideales y las aspiraciones que son
válidas para todas las culturas y todas las personas; y también bravo, por esos
periodistas entregados en dilucidar las verdad de los acontecimientos. La
libertad de expresión es la piedra angular de este combate de valentía, que no
es otro, que advertir que los derechos humanos pertenecen a toda la humanidad,
y nadie debería invocar diferencias para atentar contra algo que es inherente
al ser humano y a cada uno de nosotros.
Al fin y al cabo, por mucho que un ser humano valga, jamás
tendrá valor más alto que el de ser ciudadano del mundo, con lo que eso
conlleva, de valentía y de humanidad. ¿Qué mayor prueba de afecto?. Recuerden,
que siempre se ha dicho, que allá donde reina el auténtico amor, sobran las palabras. Qué gran verdad.