ENFERMÓ DE PODER
México, D. F., a 1 de marzo de 2013.- El pecado de Elba Esther Gordillo no fue querer convertirse
en un obstáculo para la reforma educativa porque, lo que menos interesa a los
políticos es un pueblo educado y verdaderamente informado. Su pecado fue
haberse enfermado y esa enfermedad la llevó al lugar donde está hoy. Se enfermó
de poder, de creer que lo podía casi todo y desconoció su papel como alfil en
el ajedrez del sistema político mexicano, donde ella quería ser reina.
En el México post-revolucionario los líderes sindicales han
sido sólo alfiles. No les ha dado para más ni el sistema les permite más. Por
lo menos, hasta ahora en México las condiciones para que llegue al poder un
trabajador o líder sindical no está previsto; no hay lugar para los Lech Walesa
o Lula mexicanos. Mucho menos para que un sindicalista controle el poder.
El movimiento obrero mexicano surgió en 1912 como una idea
de los anarcosindicalistas españoles Juan Francisco Moncaleano y Eloy Armenta,
pero pronto el espíritu inicial se quebró cuando Luis Napoleón Morones comenzó
a realizar alianzas políticas. El sindicalismo perdió su carácter social y de
beneficio gremial al ser utilizado desde la Confederación Regional Obrera
Mexicana (CROM) como mediador, es decir, controlador de la clase trabajadora, a
cambio de apoyo y beneficios particulares para sus dirigentes y círculo
cercano, como fueron puestos gubernamentales y, posteriormente, al crearse el
sistema de partidos, candidaturas a puestos legislativos.
El propio Morones probó la miel de los beneficios y la
picota. Creó el Partido Laborista Mexicano en 1922 y con el poder acumulado
logró ser secretario de Industria, Comercio y Trabajo en el gobierno de
Plutarco Elías Calles. Más adelante regresó a dirigir la CROM e hizo equipo con
el llamado Jefe Máximo durante el Maximato, hasta que Lázaro Cárdenas los mandó
al exilio; el primero de ellos fue Morones.
Líderes sindicales ha habido muchos en nuestros país: desde
Fidel Velázquez pasando por Leonardo Rodríguez Alcaine, Bas Chumacero, Rafael
Camacho Guzmán, José I. Aguilar Irungaray, Netzahualcóyotl de la Vega, Joaquín
Gamboa Pascoe, Emilio M. González, Juan José Osorio Palacios, Adrián Pedrozo
Castillo, Jesús Ramírez Stabros, Jesús Yurén Aguilar y otros. La mayoría de
ellos supieron cuál era su papel y lo jugaron.
El ejemplo más fehaciente de la sumisión sindicalista a los
grupos de poder político y económico fue Fidel Velázquez Sánchez, líder de la
Confederación de Trabajadores de México (CTM) por más de 50 años y a quien se
le llegó a considerar como el gran elector, ya que los presidentes de la
República le conferían el “gran honor” de “destapar” al “tapado”.
Carlos Salinas de Gortari habla sobre él en su libro México:
Un paso difícil a la modernidad, donde afirma que la mañana del 29 de marzo de
1994, frente al dilema de nombrar al candidato sustituto de Luis Donaldo
Colosio, Fidel Velázquez se pronunció por Pedro Aspe, pero luego de expresarle
puntos de vista y reconsiderarlo, le dio el apoyo para Ernesto Zedillo.
De Fidel Velázquez escribió Miguel Ángel Granados Chapa en
el libro ‘El Siglo de Fidel Velázquez’: “Su acción estaba orientada por la
lógica del poder institucional. Eso significaba, entre otras cosas, mostrarse
como dúctil instrumento de la política presidencial, ser sensible a sus
orientaciones, percibir órdenes que no se expresan. Y adular, adular, adular…
El halago rompió sus propias cotas y llegó al servilismo en octubre de 1951,
cuando se exploraba la posibilidad de la reelección presidencial (de Miguel
Alemán). El comité nacional de la CTM, encabezado por Fidel Velázquez, otorgó
al presidente un título que, no obstante la diferencia jerárquica, era
sustancialmente igual que el de ‘Alteza Serenísima’ conferido a Santa Anna un
siglo atrás: se lo declaró "Obrero de la Patria", se lo nombró
secretario general honorario de la CTM y se anunció un Homenaje Nacional (así,
con mayúsculas) que se realizaría el 7 de diciembre siguiente”.
Su talento organizador le permitió acrecentar las bases de
la CTM; inteligente, se acomodó a todas las modas del México que encumbró al
PRI y fue ayudado desde el poder político a deshacerse, políticamente, de
quienes pudieran disputarle el poder absoluto de la central obrera.
Fue dos veces senador. Nada más. No sucumbió a las mieles
del poder. A él se atribuye la famosa frase disuasoria para quienes tienen
intenciones políticas de que “quien se mueve no sale en la foto” y él fue el
primero en practicarla.
En la anterior A vuelapluma describimos cómo, desde una
óptica distinta, “La Maestra” pretendió controlar la sucesión presidencial,
primero con la serie de alianzas entre el PAN y el PRD, como ocurrió en Oaxaca,
Guerrero, Sinaloa y Puebla, y el grado de poder que pudo llegar a tener de
concretarse la del Estado de México, pues le seguiría la del Distrito Federal.
Pero Fernando Gómez Mont paró las alianzas desde la
Secretaría de Gobernación y ya no pudo impulsar a Marcelo Ebrard, quien decidió
dejar el camino libre a Andrés Manuel López Obrador y esperar a 2018. Y si
Gordillo pretendió controlar a quien sería el nuevo presidente de México a
través de Humberto Moreira, uno de sus más aventajados alumnos cuando lograron
la presidencia del PRI, el tiro les salió por la culata.