No soy de ir arrastrado; sino de vivir, viviendo
“La falta de generosidad nos demuele el corazón, porque nos
muele la flor delicada del buen sentimiento, que es donde descansa la moral.”
No me gusta acariciar la vida desde los balcones, prefiero
encontrarme con ella, responder a sus desafíos, activar el coraje frente al
espíritu mundano, sacar de mi interior una voz activa y valiente de lucha en
favor de la dignidad de las personas, de oposición a la pérdida de los valores,
de combate contra la pobreza y tantas otras injusticias que encontramos a
diario con nuestro andar. Confieso que tampoco me gusta mirar y no ver, y
aunque a veces me falla la fortaleza interior y la audacia del poeta que llevo
dentro, intento no caer en la resignación, poniéndome a cultivar sueños y a
tejer esperanzas, defendiendo siempre la escucha de esa diversidad poliédrica
destinada a entenderse y a volver a ser una piña de vínculos familiares. No soy
de ir tirando, sino viviendo, inclusive también a contracorriente; eso sí,
haciendo recuento de lo vivido.
Hay un patrimonio que los humanos tenemos que defender, a
pesar de nuestras debilidades y de nuestros sobornos, y es esa verdad que nos
enternece y nos hace también más entendibles, pues en esto radica la coherencia
con el ser, a través de ese estar bien interiormente, mostrando esa sonrisa
inevitable que nos embellece por fuera. Huyamos del territorio de la falsedad,
un camuflaje que más pronto que tarde nos destruye. Precisamente, esa violencia
actual, que prolifera por todo el planeta, surge del engaño, y esta mentira es
como una bola de nieve; cuánto más rueda y rueda, más grande se torna. Por eso,
es bueno desempolvarse de esta mediocridad y de este aburrimiento cotidiano,
con la sabiduría de una mente abierta, que discierne y no entra en juegos
sucios, sino en modelos honestos, de rigor intelectual, sin aminorar el nivel
ético de la acción, que ha de ser siempre de entrega en beneficio de todos.
Indudablemente, detesto esas políticas que se reparten
sillones y poderes, aprovechándose de la ciudadanía, que en lugar de servirla
se sirven de ella. Por tanto, desapruebo esa legión de vividores
irresponsables, afanados en la búsqueda del poder a cualquier precio, porque
nos llevan a la deshumanización total, al abuso más cruel y a la injusticia más
bochornosa. Tenemos que tomar en serio nuestro deber (hay gentes cuya conducta
es una hipocresía permanente) y afanarnos por realizar colectivamente unas
opciones más poéticas, de generosidad hacia ese trabajo conjunto, practicando
aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción de gobierno: la
justicia, la equidad, el respeto muto, la franqueza, la vergüenza, la fidelidad
y la lealtad. Los humanos nos merecemos vivir de otra manera, sin tantos
intereses mezquinos. Tampoco me gustan esas gentes perpetuadas en el poder,
endiosadas en sus pedestales de oro, activistas del ordeno y mando. Prefiero
ese voluntariado sencillo, entregado a la cohesión social, en guardia
permanente, dispuesto siempre a responder a las llamadas en momentos de necesidad,
contribuyendo con su esfuerzo a salvar vidas, aunque ellos algunas veces la
pierdan. Acá permanecerá por siempre su heroicidad.
Sea como fuere, en el mundo hay muchos seres humanos que no
se rinden a la realización de ese servicio social, donados en cuerpo y alma,
dando lo mejor de sí; su tiempo, sus talentos y su humano talante, para no
dejar a nadie atrás. Con ellos, - me refiero a este sano voluntariado-, el
camino sí que cambia, y lo hace para mejor.
No hay mayor empuje que el aliento del hermano, que un corazón llorando
junto a otro corazón, que una vida acompañando a otra vida. Tomemos esta
estrella, la del amor hacia el análogo, y este mal que hoy nos oprime, sin duda
se hará más llevadero. Jamás eliminemos de nuestra existencia continuar viviendo,
vayamos a esa dimensión profunda de encuentro consigo mismo a través de los
demás, abrámonos al amor verdadero, a esa mística de ponerse en cada amanecer
en camino, para volver a hallarse con la esperanza de un nuevo despertar. Desde
luego, la verdadera grandeza de una especie pensante como la nuestra, consiste
en hacer todo lo posible y hasta lo imposible, por mejorar el presente de cada
vida. La falta de generosidad nos demuele el corazón, porque nos muele la flor
delicada del buen sentimiento, que es donde descansa la moral.
Nadie me negará que haya mucho trabajo por hacer. Los
desastres parece como si fueran la nueva normalidad. De no poner remedio a
nuestras locuras, las generaciones futuras se enfrentarán a impactos cada vez
más severos del cambio climático, como la elevación de las temperaturas, más
olas de calor, el estrés hídrico, el aumento del nivel del mar y la destrucción
de ecosistemas marinos y terrestres. Lo mismo sucede con los graves vicios, que
socavan el ideal de una democracia auténtica, como ese espíritu corrupto que
todo lo corrompe y divide. Ha llegado el momento de rehusar a los que rechazan
el cuidado del planeta, de superar este huracán de hechos violentos que nos
dejan sin lágrimas, con una actitud más humana para que hallen apoyo todos los
que sufren, que no son pocos, pero nada
está perdido a poco que mostremos luz dondequiera que se desarrolla una
existencia humana. Quizás tengamos que empezar a dominar nuestros propios
impulsos, pero una vez vencidos, las constantes energías de espíritu y acción,
tendrán como referente que lo armónico es lo nuestro, y que la vida es posible
vivirla en paz. Dejemos que viva en nosotros en su sentido natural.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor