jueves, 18 de junio de 2015

Llama CODHEM a erradicar el maltrato infantil

  • El hogar es donde hay mayores probabilidades de riesgo



Toluca, México.- Prevenir, denunciar y atender cualquier tipo de maltrato del que sean víctimas las niñas y los niños, fue el llamado de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México a las familias y a las autoridades, a fin de erradicar esa conducta que impacta en su desarrollo.

En el marco del “Día internacional de los niños víctimas inocentes de agresión”, el organismo defensor, resaltó que la familia juega un papel trascendental para lograr el desarrollo integral de este sector considerado vulnerable, ya que es en el hogar donde se identifican mayores probabilidades de riesgo, pues los menores pueden ser testigos o víctimas de violencia.

La Codhem, puntualizó que la violencia contra los niños tiene consecuencias y repercusiones a corto y largo plazo, las cuales perjudican su desarrollo físico y su salud mental, provocando ansiedad, trastornos depresivos, alucinaciones, un desempeño deficiente, alteraciones de la memoria y comportamiento agresivo.

Enfatizó que el maltrato infantil no debe justificarse, pues esto ha provocado que se subestime la magnitud del problema, de ahí la reflexión que debe hacerse sobre la situación que enfrentan los niños y las niñas en la actualidad, ya que no se ha logrado hacer efectivos los postulados contenidos en los instrumentos internacionales para prevenirlo y combatirlo.


La defensoría estatal de habitantes, recordó que el artículo cuarto constitucional señala que ellos tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral. Asimismo, se cuenta con la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, para garantizar la tutela y el respeto a sus derechos fundamentales, mientras que la ley estatal en la materia, busca el pleno goce, respeto, protección y promoción de éstos.

Algo más que palabras

Tenemos las más altas cotas de miseria

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

A veces pienso que siempre hay que morir un poco para despertar, para salir de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, de nuestro bienestar, y poder abrazar así la auténtica solidaridad con nuestros semejantes. Este es el genuino horizonte a conquistar. Verdaderamente desconsuela una existencia sin perspectiva. Frecuentemente, además, nos perdemos con apegos materiales como si este paraíso fuese eterno, cuando lo importante es vivir donándonos. Más de una vez andamos por la vida endiosados, pensamos que somos poderosos, que lo sabemos todo, y cuando nos derrotan se nos viene todo abajo. Bien es verdad que el egoísmo nos puede, que el orgullo nos domina y la estupidez nos encandila. No hay cristales de más aumento que nuestros propios ojos cuando nos miramos hacia dentro. Deberíamos corregir esto pacientemente, y caminar más despojados, más con actitud de servicio.

En ocasiones, ciertamente, se necesita una buena dosis de paciencia para soportar las desigualdades, las calumnias, las enfermedades, los atropellos; pero al fin, creo que vale la pena no sentirse ofendido y mostrar un espíritu conciliador. Sabemos que las regiones de América del Norte y Asia-Pacífico han incrementado el mercado de ricos y, que esta última zona recupera el primer lugar en población de alto patrimonio; sin embargo, tenemos las más altas cotas de miseria material, puesto que cada día cohabitan con nosotros más pobres, pero también hay una miseria moral que nos convierte en cautivos del vicio y prisioneros de todo tipo de corrupciones, y hasta una miseria más espiritual que nos golpea cuando nos alejamos unos de otros y, en lugar de amor, fabricamos odio e intereses. Naturalmente, no se puede ser más mísero, cuando el poder, el lujo y el dinero, se antepone a la exigencia humana de una distribución equitativa, a la sobriedad y al compartir para que todos nos sintamos bajo ese clima armónico que, absolutamente todos nos merecemos, por el simple hecho de ser personas. 

Debido a este incremento de miseria humana, todo se degrada, hasta la misma tierra productiva. Según Naciones Unidas, alrededor de quinientos millones de hectáreas podrían rescatarse de forma eficaz en lugar de ser abandonadas. No olvidemos que esta degradación también contribuye a generar una cuarta parte de los gases de efecto invernadero que están calentando el planeta. No me extraña, pues, que un líder mundial como el Papa se afane a través de una encíclica sobre la protección del medio ambiente, en pedir responsabilidad ante un mundo en destrucción. Se ha dicho que la única tristeza es no ser santos (L.Bloy); podríamos decir también que hay una señera miseria, la de no vivir como hijos del amor y, por consiguiente, hermanos de corazón. El día que la humanidad se sienta como una familia unida e indivisible, habremos progresado en la auténtica riqueza, en la de sentirnos, ciudadanos del mundo. De lo contrario, esta misma humanidad morirá por sí misma, entre la desesperanza y el aburrimiento, entre el rencor y la venganza, entre el todo y la nada en definitiva.


Desde luego, hay una manera de contribuir a nuestra propia protección, y es la de no encogerse de hombros ante nada, ni ante nadie. Por ello, quizás tengamos que avergonzarnos de nuestra pasividad, de nuestro dejar hacer, obviando que todo lo que le ocurre a un ser humano, por lejano que nos parezca, no debe resultarnos ajeno a nosotros. Es hora, por tanto, de establecer un final para las contiendas y un principio para el amor. Evidentemente, tenemos que dejar de sembrar dolores, poniendo en práctica la instrucción de obtener lo mejor de cada cual. "¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la humanidad?", como se interrogaba el pensador indio Mahatma Gandhi. Con esta interpelación, cada uno consigo mismo, tal vez deberíamos ser más compasivos, más habitantes en guardia, más humanidad en común, reconociendo que los niños son los continuadores del linaje, y que nosotros hemos de ejemplarizar nuestras acciones con vistas a su enseñanza. No es fácil, lo decía el mismo fundador del Budismo: "Para enseñar a los demás, primero has de hacer tú algo muy duro: has de enderezarte a ti mismo". En consecuencia, para empezar a enderezarnos, sospechemos de aquella generosidad que no cuesta y no duele.