Familias atormentadas
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Hemos fallado en tantas cosas que convendría despertar,
cuando menos para huir de nuestras mil contrariedades. Quizás, lo prioritario,
sea poner en orden nuestra extraviada existencia. Conviene desintoxicarnos de
los muchos tormentos injertados en vena. Esta afligida sociedad lo desorienta
todo y lo torna discordante, contradictorio, lo que genera un clima de
violencia y frustración como jamás. No me extraña que aumenten las conductas
suicidas ante la destrucción de nuestro propio interior. Por otra parte, la
intranquilidad nos está dejando sin fuerzas y, lo que es peor, sin esperanza
para poder reconstituirnos en la
quietud. Parece que este lustro depresivo nos ha enraizado con sus amarguras,
impidiéndonos levantar cabeza, y proseguir el camino del sosiego. A partir de
este reconocimiento, los líderes mundiales no sólo han de admitir la urgencia
de impulsar el crecimiento financiero, también deberían estimular las alianzas
por la cual la especia humana se confraterniza desde mundos diversos, pero
todos necesarios e imprescindibles para hacer familia.
Esta civilización de la que todos formamos parte,
relacionada tantas veces con el amor, debería reflexionar mucho más sobre la
exigencia del término, haciéndolo valer como afirmación de la persona. Hoy en
parte las familias andan entristecidas por esa falta de compromiso de vivir en
la verdad, pero también en la donación, en esa disponibilidad generosa de
querer ayudar a crear un mundo de familias unidas, que son las que pueden
transformar este ambiente tan inquieto
que consume de manera excesiva y desordenada todos los recursos, sin contemplar
que los derroches nos anulan cualquier nervio. Es urgente, entonces, propiciar
otras sendas más humanas, por encima de los mercados y países. A veces da la
impresión que solo existimos como maquinaria productiva y consumista, o bien
como un objeto manipulable por el poder, olvidándonos que somos ciudadanos en
diálogo permanente y que la convivencia va más allá de este engranaje frío que
nos dilapida, hasta nuestro taxativo tiempo, para que no podamos ni pensar.
También nuestro particular espacio, para que tampoco podamos sentirnos libres.
Por ello, debemos comprometernos a construir un medio social
que aliente y sostenga una visión respetuosa con el ser humano; y la de éste,
con su hábitat. Desde luego, me parece que no hay mayor tormento que no poder
ser dueño de uno mismo, y permanecer
solos en un mundo de desconsuelos, donde el terrorismo extremo y el fanatismo
nos dejan sin aliento. Tal vez más que nunca hace falta que millones de
familias atormentadas que viven en conflicto, con miserias crónicas y un miedo
perenne, les mostremos nuestra compañía, la fraternidad que esperan y merecen.
A propósito, el Secretario General de la ONU, acaba de subrayar la necesidad de
que se restablezca la confianza en el orden mundial y en la capacidad de las
instituciones regionales y nacionales para afrontar los retos más acuciantes
que las naciones del planeta tienen en la actualidad. Por consiguiente, es un signo
esperanzador, que para lograr este
objetivo humanitario, Ban Ki-moon, haya
convocado la primera Cumbre Mundial Humanitaria para el 23 y 24 de mayo
próximos en Estambul, Turquía, y al hacerlo, recapacitemos sobre esta
tormentosa realidad.
Indudablemente, no podemos vivir tranquilos si los líderes
son incapaces de asumir sus encargos en prevenir y poner fin a los conflictos,
pues los Estados deben cumplir con su obligación de respetar las normas
establecidas por el derecho internacional humanitario. A mi juicio, la
fraternización del mundo es una responsabilidad compartida, a la que todos
estamos llamados, teniendo en cuenta que al crecer los males es conveniente que
también crezca la compasión de la ciudadanía. Gran importancia tiene el
quehacer de esa multitud silenciosa que enhebra la paz cada día, que luchan
para garantizar la seguridad, el respeto de la dignidad humana y la defensa de
los derechos humanos en los países atormentados por todo tipo de conflictos y
tensiones. Será bueno, no dejar de dar por doquier lugar un claro y gozoso
testimonio de humanidad, como ha hecho recientemente el militar y poeta español
Guillermo de Jorge en un volumen, más del corazón que de la letra impresa, ante
el peligro de la muerte, vivido en Irak y años después en Afganistán, donde
describe el suplicio, más que con ardor guerrero, con furia poética, pues
"supe del silencio cuando, el día más inesperado, nos cosieron a balazos".
¡Qué radiante será el momento en el que podamos dormir sin miedo y despertarnos
sin dolor!