Ausencia de sensibilidad entre los moradores del mundo
Si hoy en día es importante mantener el espacio como
patrimonio de toda la humanidad, no menos significativo es que el ser humano
deje de agredirse asimismo y de despreciar a los más débiles. A veces uno
cuando medita sobre nuestra propia historia, como especie pensante, se da
cuenta lo poco que avanzamos en la bondad y lo mucho que trajinamos en nuestro
afán destructor. Desde luego, tenemos una carencia de sensibilidad o de
responsabilidad, que bien merece repensarse para no caer en absurdas
realidades, crecidas por el odio como jamás, a
fin de que podamos adquirir un auténtico compromiso reformista en favor
de nuestro propio linaje globalizado, que no fraternizado como debería ser.
Quizás debiéramos empezar la enmienda por la política, a la que le falta el
sello distintivo de servicio. O por las mismas comunidades religiosas a las que
les suele faltar precisamente esa ejemplaridad armónica que suelen predicar,
yendo al encuentro de todo ser humano para defenderlo de las colonizaciones
ideológicas que, en este momento, tanto proliferan. En idéntica honda permisiva
o de falsedades, suelen estar también algunos liderazgos de organizaciones
internacionales, a los que les falta sabiduría para poder discernir. Sálvese el
que pueda.
Con frecuencia opinamos sobre cualquier materia, y
evidentemente, nos solemos confundir. Al final acostumbramos a mezclarlo todo
según nuestros propios intereses. El reino de la confusión está aquí en la
tierra. Por eso, hay cuestiones, como la de hablar claro, verdadero y profundo,
que no pueden debilitarse por más tiempo. Nos deshumaniza esta atmósfera de
desigualdades e injusticias, avivando un clima de violencia sin límites, pero
también nos desequilibra que nos valoren únicamente por lo que producimos. Son
tantas las necesidades innatas, que andamos hambrientos de amor. No cabe duda
de que el derecho a la salud, y en especial a la asistencia médica, forman
parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos; sin embargo y pese a esa
afirmación, actualmente son muchos los ciudadanos en el mundo que no consiguen
beneficiarse de la cobertura médica y del acceso a sus servicios. Igualmente sucede
con el empleo, promoverlo por sí mismo, es ya proteger a las personas. No
olvidemos que veinticinco millones de seres humanos son víctimas de la
esclavitud moderna. Ahí están los 150 millones de trabajadores migrantes del
mundo recibiendo permanentemente un trato injusto. Ese objetivo, que nos atañe
a todos, sólo se conseguirá mediante una migración laboral eficaz y mejor
gestionada, lo sabemos, pero hacemos apenas nada por solventarlo. Otro tanto
pasa con la educación, la comunidad internacional la reconoce como esencial;
sin embargo, los compromisos adquiridos, no suelen convertirse en auténtica
acción. ¿Dónde están los individuos de vida franca? La hipocresía, que es lo
que impera para dolor nuestro, nos ha injertado su veneno más necio e
insensible.
Sea como fuere, los efectos de esta falta de sensibilidad
nos están dejando sin horizontes esperanzadores. Por desgracia, muchos
esfuerzos para buscar soluciones concretas a problemas comunes en todo el
planeta, suelen ser frustrados por intereses mundanos, ya no sólo de los
poderosos, sino también por la falta de conciencia de todos y de cada uno de
nosotros. Naturalmente, hace falta otro empuje, otro coraje, que nos saque de
este clima de pasividad que nos deja sin alma. Dicho lo cual, me viene a la memoria
el valor de aquel ciudadano soviético, nacido en Rusia, Yuri Gagarin, y una
fecha inolvidable la del 12 de abril de 1961, cuando realizó el primer vuelo
espacial tripulado, un evento histórico que abrió el camino a la exploración
del orbe en beneficio de toda la sociedad. Precisamente, son estos referentes
exploradores, los que han de injertarnos fuerzas para no caer en el
desconsuelo. Confiemos en los nuevos talentos, y en la implicación de todos,
por insignificante que nos parezca, al menos para conciliar otro mundo menos
enfrentado. En ocasiones, tengo la sensación de que necesitamos reconducirnos
con una solidaridad universal naciente, dispuesta siempre a la escucha, cada
uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
Por suerte, son pocos los que ponen en entredicho que el
cambio en el mundo es algo deseable. Ahora nos falta comenzar el recorrido con
cabida inclusiva y reconciliadora, sin dejarnos vencer por ese sufrimiento de
desgana que nos penetra y que nos impide mejorar la vida diaria de las personas
en todo el planeta, con un menor manejo de los recursos naturales, sin tantos
derroches, lo que nos exige una mayor
seriedad en cuanto a los lazos de integración y de comunión social,
contribuyendo a dignificarnos mediante un decente trabajo, que es lo que da
verdaderamente sentido y realización a nuestra vida. No entreguemos migajas,
como solución provisoria para resolver una situación de urgencia puede estar
perfecto, pero realmente lo que necesitamos es mejorar el mundo para todos, y
la manera más fecunda de hacerlo, quizás sea propiciando con nuestra específica
creatividad humana, otro estilo de vida más orientado a lo indispensable para
vivir, que no es un cúmulo de riquezas, sino un corazón generoso. ¿Dónde está
el imperativo social en muchos Estados que se dicen Democráticos y de Derecho?
Urge que lo reflexionemos. Porque, al fin y al cabo, no está la felicidad en
ser muy acaudalado, sino en saber cohabitar conviviendo, o sea, compartiendo.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor