Ser dueño de uno mismo
Me gustan aquellos gentíos que son dueños de sí mismos, que
no juzgan y tienden manos, aquellos que miran a los demás sin etiquetas, con la
mirada del consuelo y las lentes de la generosidad, porque actuando así se
construye un mundo más habitable y humano. También me apasionan aquellos foros
de diálogo sincero que encuentran ámbitos de acuerdo y resuelven problemas
juntos. Por el contrario, me desaniman los que se desentienden de todo y
practican la indiferencia ante su análogo. Han perdido el corazón. Sólo ven por
los ojos del dinero. A pesar de ello, creo que la legión de bondadosos es
superior a la de los inhumanos. Algún lector me dirá, ¿y eso por qué? Quizás
sea algo innato, puesto que no se puede cimentar nada, sino es a base de la
compasión, que es lo que nos embellece al mostrarnos auténticos, originales en
definitiva. Precisamente, desde esa originalidad del desprendimiento de uno
mismo en favor de los otros, de nuestros semejantes, es cómo podemos alcanzar
una sociedad floreciente; con unos moradores en los que realmente cada uno viva
para los demás, y los demás vivan para cada uno.
Reivindiquemos ser dueños de uno mismo en una sociedad que
tantas veces nos roba hasta nuestra propia esperanza de subsistencia. Justo por
ello, hoy más que nunca, necesitamos reencontrarnos. Caminar unidos para
trabajar por la justicia, despojados de todo poder, ya que lo importante es
servir, no servirnos de la gente. Sólo así activaremos lo armónico. El día en
que todos los seres humanos se abracen a sus latidos, a su paz interior, será
un signo evidente de que hemos hallado la comunión entre todos, a través de lo
que somos: más espíritu que cuerpo, más verdad que mentira, más bondad que
maldad. Por tanto, bajo esta galaxia poética, hemos de abrir las puertas del alma
a refugiados y migrantes. Un corazón que encierra, destruye lo mejor de sí, que
es el donarse. Por muy desdichado que uno sea, siempre se puede dar aliento a
alguien; y, en todo caso, indignarse ante el mal. Todos, absolutamente todos,
tenemos la responsabilidad de hacer frente a tantos sembradores de odio y
venganza, cada cual desde su posición, si en verdad queremos levantar un
porvenir digno para todos, de respeto a los derechos humanos y de acatamiento a
los valores y principios inherentes a nuestra existencia.
Para desgracia nuestra, continuamos viviendo en ese estado
de amenaza permanente, de esclavitud ante una caterva de explotadores a los que
habría que reconducir hacia una vida más sensible con el soplo humano. La tarea
no es imposible. Es cuestión de querer, de asumir este deber, el de respetar la
libertad de cada uno. Ya está bien de tanta propaganda, de tanto engaño y
manipulación. Conocemos los horrores del pasado. No los repitamos.
Recapacitemos ante el reconocimiento de los mutuos derechos y el cumplimiento
de los respectivos deberes. Hagámoslo con empeño, considerando a todo individuo
por minúsculo que nos parezca, como parte nuestra, como parte de ese progreso
social que ha de hermanarnos sin exclusión alguna. De ahí, la necesidad de una
autoridad pública de alcance global, que contribuya a promover y a defender,
junto a ese bien colectivo planetario, ese orden moral en la que el ser humano
sea señor de sí y esclavo de nadie. Ahora bien, uno tiene que aprender a
dominarse a sí mismo, con la libertad que esto requiere, y la solidaridad que
ha de verter, para que no surjan divisiones. Si hay que alzar voces que sea
para una reconciliación efectiva.
A veces pienso que es hora de los grandes encuentros, de las
célebres conjunciones de ideas, de las insignes escuchas, de los inmensos
anhelos en suma. Requerimos estampar una nueva dirección en el mundo, al menos
para ser más tolerantes y comprensivos, para abrirnos a una nueva historia
donde la humanidad en su conjunto se reconcilie con ella misma y, de este modo,
se pueda activar otro mundo más avenido. El incumplimiento de nuestras
obligaciones más innatas nos perjudica gravemente a todos. Por eso, es
fundamental la reconstrucción de una sociedad más humilde, en la cual todos
tengamos cabida, pues hasta el momento presente andamos demasiado endiosados y
caprichosos. Hemos de abrirnos, pues. Actitudes como el lanzamiento del Año
Europeo del Patrimonio Cultural 2018 en Bélgica es lo que hace crear conciencia
de lo mucho que podemos hacer unidos, celebrando nuestra propia diversidad
cultural y compartiéndola con el resto de los continentes. Así se llevarán a
cabo actividades de sensibilización en todo el mundo, con la ayuda de las
delegaciones europeístas. Por ejemplo, la Delegación de la UE en Japón tiene
previsto lanzar un calendario sobre el Año y la Delegación de la UE en México
está preparando una exposición sobre el patrimonio cultural de Europa, por
citar sólo algunos eventos. Al fin y al cabo, la cultura nos injerta
conocimientos de nuestra continuidad histórica, lo que nos permite reflexionar
sobre maneras de pensar y vivir, y esto siempre es bueno para acrecentar lo de
ser dueño de uno mismo. Ojalá, viendo nuestra propia genealogía, aprendamos a
ser sirvientes de una conciencia ennoblecida y pura.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor