La difícil tarea de humanizar
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Educar nunca ha sido una tarea fácil, pero hoy aún es más
compleja, en un orbe tan injusto como desigual. Si en verdad queremos instruir
para sentirnos más libres, quizás antes tengamos que adquirir conciencia de la
justicia para que no se pierda corazón alguno por falta de oportunidades, pues
lo fundamental es animar a convivir desde la cooperación de unos para con
otros. Precisamente, un reciente informe
de Seguimiento de la Educación en el Mundo de la UNESCO, nos advierte de esa
necesidad de cooperación entre sectores, para ayudarnos a coexistir, a templar
el alma, y así, poder afrontar de manera coordinada las dificultades de la
vida, acrecentando un mayor espíritu comprensivo y tolerante. Cuesta entender
que, ante esta atmósfera de deshumanización, los sistemas de educación hagan
bien poco, por no decir nada, a la hora de transmitir valores en lugar de
acrecentar contenidos que, más que ayudarnos a despertar, nos adoctrinan como
marionetas en un horizonte de luchas inútiles. Olvidamos que el objeto de
enseñar es formar personas humanas aptas para auxiliarse unas a otras, y no
para ser insensibles y competitivas unas
contra otras. Por eso, la educación, seguramente sea la forma más humana de
reencontrarse; ¡de hallarse humano de verdad!.
Lo importante no es aprender a leer o hacer cuentas, sino
saber cohabitar, gobernarse por sí mismo, aprender a respetar. Ciertamente,
resulta preocupante que no se preste más atención a nuestro espíritu solidario,
y, únicamente se premie el intelecto de la formación. Por ello, necesitamos a
mi juicio tomar acciones mundiales que prioricen la tarea de humanizarnos, con
programas educativos verdaderamente ejemplarizantes y de transformación de
almas, lo que conlleva otro lenguaje bien distinto a lo que hoy se ofrece en
los centros escolares. La única educación que nos hace avanzar como especie
pensante es aquella que es capaz de obtener lo mejor de uno mismo, tal vez para
poder abrazar unidos esa trascendencia de unidad y unión que, como linaje,
todos nos merecemos para sentirnos alguien en la vida. Difícilmente va a
dignarse acceder a ese noble sentimiento de alianza, quien no ha sido educado
para el amor y por el amor, o va a amar el planeta, si previamente apenas tiene
conocimientos básicos sobre medio ambiente y cambio climático. Si fundamental
es prestar más atención a las cuestiones ambientales, también es vital
propiciar una sana atmósfera de virtudes, a fin de convertirse en un ser
humano; ¡sí, en efecto, humano de verdad!.
No hay educación si no hay humanidad que transmitir, si todo
es más o menos producción de máquina, lo que conlleva el activo de una
generación estúpida, creída y altanera. La UNESCO acaba de acentuar el
requerimiento de una transformación profunda educativa para hacer frente a los
desafíos que afronta la humanidad y el planeta. Personalmente, uno hace tiempo
que lo viene demandando a través de sucesivos artículos sembrados por todo el
globo, pero la irresponsabilidad de algunos, hasta ahora lo han impedido,
sabiendo que un mundo humanizado es un mundo liberado, ya que la ignorancia,
siempre inhumana, nos desciende a la esclavitud más servil. Pensemos que la
formación es por lo menos una forma de realizarse, de culto de la voluntad, de
cultura humanitaria que ha de servirse a lo largo de la vida, como activo
imprescindible, porque humanizar es como sentirse parte de los demás antes que
de uno mismo; ¡humano hasta las entretelas!.
Sinceramente, pienso, que el valor educativo no es el
aprendizaje de muchos datos, sino el ejercicio de la mente para pensar y no
dejarnos aborregar; pero también, de igual modo, el adiestramiento de nuestros
latidos para poder encauzar fraternalmente nuestra existencia. Todos deberíamos
nacer en una familia, nacer del amor, y crecer sustentados por una sociedad
hermanada. Los tiempos actuales son todo lo contrario, lo separan todo, lo
dispersan todo y también lo confunden todo, por lo que la tarea de humanizar se
nos complica, y máxime cuando los sistemas educativos del astro, responden más
a intereses que a humanidad. ¡Dignifiquémonos!.
Enfermada el alma, convertida en tumba del cuerpo, es
bastante complicado entender la realidad; y, como tal, concebirnos a nosotros
mismos. Ojalá hubiese muchas escuelas, sobre la faz de la tierra, que
desarrollen otro civismo, otro lenguaje más del corazón que de la vida. Sería
una buena manera de propiciar ese ansiado cambio en el planeta, donde todas las
culturas se acogen, acompañan, saben discernir e integrarse, en un ambiente
humano, donde cada cual sea el mejor aliento de su análogo; es cuestión de
apreciarse, ¡no de repudiarse!