Para vivir hay que saber respetar
Tenemos que respetarnos, hasta el punto de que el primer
efecto a considerar, es inspirar un gran aprecio por todo ser humano, lo que
nos exige articular nuevos abecedarios de acogida, de protección e integración
de todas las culturas, sobre todo de aquellas que cultivan y laborean el
intercambio intercultural desde el encuentro, favoreciendo así la centralidad
armónica de la persona, siempre haciendo familia con el entorno. Desde luego,
esta pedagogía anímica que nos da identidad de relación, aparte de que nos
insta a escuchar al análogo, verdaderamente también nos trasciende y hermana.
Sin duda, hemos de caminar juntos, este es el núcleo del diálogo, cuando se
hace desde la autenticidad y la búsqueda del bien colectivo. De ahí que sea
fundamental instruir en valores. Por desgracia, hoy en el mundo tenemos una
escasez de maestros bien capacitados. Confiemos que la demanda de docentes
aumente, cuando menos la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible confía a la
UNESCO a dirigir y coordinar el Objetivo
de Desarrollo Sostenible 4: Educación de Calidad a través del Marco de Acción
Educativa, que tiene como objetivo el aumento sustancial de los docentes
profesionalmente cualificados.
Indudablemente, la educación transforma existencias, encauza
caminos, reconstruye vidas en firme. Para empezar, no podemos continuar con
este espíritu que nos desune, aparta y separa. Necesitamos reunificarnos en
familia, como un factor de integración de valores, pues sin ella es imposible
acrecentar esa comunión de personas, unidas por la entrega generosa. Hemos de
reconocer que hay un desarraigo cultural que nos destruye. Debiéramos estimar
mucho más la cercanía y la intensidad de los vínculos, que son los que en
definitiva nos fraternizan como especie. Precisamente, el educador que lo es en
verdad y por vocación, engendra ese sentido espiritual de unión y unidad.
Convencido de que para saber vivir hay que saber antes respetar, entiendo, que
únicamente por esa transmisión ejemplarizante de quien predica con el ejemplo,
el ser humano llega a humanizarse, o sea, a revivirse solidariamente, lo que nos
activa hacia un mundo más conciliador y responsable con la transmisión de la
vida.
En todo caso, si vivir es una destreza, caminar también es
realmente una estética, una empatía,
donde ha de primar la admiración de los unos hacia los otros. Este arte por
comprender emociones y abecedarios diversos es lo que realmente nos humaniza.
En este sentido, yo también defiendo la idea de que los viajes y el turismo
contribuyen a abrirnos más la mente, con lo que esto supone de avance y
entendimiento, además de ser el medio de vida para muchas personas. No podemos
continuar instalados en la inhumanidad. Esto suele pasar cuando los que nos
gobiernan pierden la compostura, también los que obedecen, por esa falta de
referentes, suelen perder la mesura. Pero aún así, tenemos corazón, aunque
muchas veces no sigamos sus latidos al pie de la letra, pero es nuestra fuente
de esperanza y el anhelo mueve montañas. Por tanto, al no ser piedras, tampoco
se puede negar la dignidad a ningún ser humano. La creciente explotación física,
económica, sexual, nos está encadenando a la deshumanización y a la
humillación. Por eso, hemos de hacer frente a la multitud de esclavitudes
modernas totalmente irrespetuosas con buena parte de la ciudadanía. Sostenidos
por los ideales de nuestros valores humanos, todos podemos y debemos hacer
mucho más por levantar el estandarte del afecto mutuo y dentro de un espíritu
de sinceridad.
Posiblemente, en muchas partes del mundo, tengamos más
hambre de aprecio que de alimentos. En
ocasiones, vemos que nadie respeta a nadie, ni tampoco nos respetamos a
nosotros mismos. Esto es grave, gravísimo, ya que el primer efecto del amor es
inspirar una gran reverencia por el mismo yo, para poder luego conjugarlo en
los demás. Difícilmente puedo amar a nadie si yo no me quiero, ni se quererme.
En consecuencia, las fibras que nos amarran son hilos de necesidad. Y, efectivamente, la mayor miseria que estamos atravesando es
no saber vivir en comunión, ni en comunidad. Hay una falta de modales a todo y hacia todo que nos deja sin
aire. Ojalá descubramos en nuestras familias, en las escuelas, en las
sociedades de espíritu democrático, el respeto del hombre como ser en
desarrollo, en formación, como ser racional en suma. Será la manera de impulsar
un respeto por el pasado y una expectativa por el porvenir.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor