El camino de la certeza
Las incertidumbres y los despropósitos vienen dejándonos sin
alma. Ante esta realidad, es menester concentrar esfuerzos y ver la manera de
reactivar, de una vez por todas, la certeza del encuentro. Nos hemos devaluado
tanto, en ocasiones hasta dejarnos robar la propia voluntad, que apenas tenemos
fuerza para ser coherentes con nosotros mismos. Muchas veces, a mi entender
demasiadas, lo hemos dejado todo en manos del poder más necio, como son las
ambiciones y el dinero, donde nadie conoce a nadie y nadie mira por nadie.
Nefasta dejadez la de permanecer en las astas del toro. No olvidemos que
abandonarse, por muy grande que sea el dolor o el bienestar, es un modo de encaminarse al suicidio.
Por otra parte, la inhumanidad es tan palpable que tenemos
que multiplicar los esfuerzos, y aún así, nos falta aliento para desterrar el
veneno de tanta crueldad sembrada. Ya está bien de esparcir falsedades por
doquier, mayormente acrecentadas por liderazgos irresponsables, que no han
tenido ni un mínimo de decoro, enfrentándonos, en lugar de fortalecer uniones y
armonizar ideas. Por ello, hace falta volver a esas misiones de autenticidad,
donde se hable claro y profundo, para restaurar otras sendas más generosas, de
gobernanza global, que sumen comprensión y nos dignifiquen. Por consiguiente,
hemos de volver a ser gentes de palabra, gentes de bien y bondad, gentes con la
evidencia de ser conductores de humanidad.
Lógicamente, nos hace falta mantener la brújula orientada
hacia lo armónico, con la convicción de que un mundo sin armas es un mundo más
cerca de la paz. La apuesta no es fácil, pero es posible. Pongamos la
herramienta del sentido común, de la mediación y de la diplomacia preventiva,
para poder encauzarnos hacia otro destino más justo, pues no hay sosiego sin certidumbre,
como tampoco hay certidumbre sin conciliación. En efecto, ha llegado el momento
de conciliar, ya no solo la justicia con la libertad, también cada cual consigo
mismo y con los demás, cuando menos para poder huir de este tumulto de fracasos
que nos desbordan y aprisionan. Yo creo que al final despertaremos y tomaremos
la disposición debida, con la certeza de que la mano tendida es la respuesta y
que al final resplandecerá de nuevo la concordia, lo que exige una efectiva
transformación de los corazones en camino.
Está visto que necesitamos reconducirnos hacia un mundo más
hermanado anímicamente, y también moralmente, puesto que no es de recibo que
aquellos moradores afanados por destruirlo todo, permanezcan inmunes, sin
saldar sus cuentas mortecinas que nos afectan a todos. En modo alguno puede
propagarse la impunidad de crímenes y maldades. Pongamos por caso, el reciente
comunicado que hizo público en España el diario Gara, en relación a la
organización terrorista ETA, en el que no se vierte garantía alguna de que
vayan a colaborar con la Justicia para arrojar luz sobre los cientos de
asesinatos que aún permanecen sin resolver, y que alcanza el 34%. No podemos
quedarnos en una calzada hipócrita, de falsos principios, que es lo que
verdaderamente origina una intranquilidad manifiesta y la pérdida de todo
espíritu armónico.
El pasaje de la certeza, por tanto, es aquel que nos injerta
esperanza y vida para que entre todos podamos construir un mundo menos salvaje.
Hoy más que nunca requerimos de leyes justas centradas en la ciudadanía más
débil, para defender sus derechos fundamentales, tantas veces pisoteados por
los poderosos. Hay que controlar la aplicación correcta de estas normas, que no
dejen espacio para actitudes corruptas o de supremacía, pues la justicia no se
puede omitir, ya que para reconciliarse verdaderamente hay que estar dispuesto
a sincerarse, donándose en favor de la víctima. No sirven en este caso las
palabras, son demasiado fáciles, o si quieren superficiales, las cosas que salen
del corazón son más profundas, más auténticas, más de conversión humanística,
de ponerse en el lugar de la víctima y de caminar junto a él por siempre con su
cruz, sin levantar voz alguna ni mirada, que no sea para acariciarle.
En consecuencia, estoy convencido de que toda cultura, tiene
una gran necesidad de quietud, con lo que cual todos estamos llamados a
consolarnos mutuamente. A veces nos hemos endiosado tanto, que hemos perdido
los pasos del verso, no hemos escuchado nuestros latidos, para converger en esa
poesía edénica que todos deseamos abrazar. Sin duda, estamos obligados a vernos
más interiormente, a compartir experiencias y a repartir abrazos, porque al
fin, hemos de ser más seres de acogida que de rechazo, de luz que de sombras.
Al fin y al cabo, lo que necesitamos es mucho amor, tanto para entregar como
para recibir.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor