NO HAY COSA MÁS DIVINA QUE EL VERDADERO AMOR
Somos transeúntes de un planeta en movimiento. Multitud de
perseguidos por el hambre, las creencias, o las sin razones propias de la
especie humana, huyen desconsolados en busca de esperanzas. Por desgracia, los
humanos hemos dejado el vínculo de la familia, con lo que eso conlleva de
compromiso a la hora de compartir y, cada cual, encara los nuevos tiempos con
la frialdad de una inhumana economía que ha hecho del planeta un espacio
divergente, donde el caos lo domina todo, mediante un frenético sin vivir.
Sinceramente, cuesta entender que un planeta, que es todos, camine a varias
velocidades, con un ritmo realmente injusto. La idea de un ciclo económico
familiar, o sea cooperado, que en verdad
nos globalice, se ha convertido en un amor imposible. La necedad del ser
humano, movido por el egoísmo es tan fuerte, que impera la crisis por doquier
rincón del mundo. Deberíamos de despertar más allá de las finanzas, y ver que
hay otra vida más apasionante, la de hacer un camino unidos, un camino que ha
de ir hacia una realización de todos los humanos. Justo, cuando un año que se
no fue, pero otro comienza, me permito recordar que la meta somos nosotros
mismos, y por ello, hemos de reencontrarnos, no sólo para hallar la felicidad,
también para crecer como humanidad.
En efecto el rostro de un pueblo que camina, ha de hacerlo
con entusiasmo, y, asimismo, ha de contribuir a que sus semejantes no pierdan
el ritmo de la convivencia, por muy dispar que sea el mosaico desde el que nos
movemos. Bajo esta perspectiva, cualquier ser humano, es tan preciso como
necesario, no puede haber excluyentes, somos un conjunto de latidos en busca de
un horizonte de acogida y equidad. No perdamos de vista el lenguaje que nos
une, reiterado en los días de Navidad, para que sepamos entender el transcurso
de nuestros días, con nuestras noches. La unidad llega por la convergencia de
valores humanos, por la sinceridad en las palabras, en el trato y en las
relaciones mutuas. Quizás debemos reflexionar más. Seguramente si lo
hiciésemos, pensando en la viva conciencia de la fugacidad del tiempo, veríamos
que lo importante a veces lo dejamos sin llevar a término, mientras a otras
cuestiones insignificantes le solemos prestar más atención de la debida. Hay un
derroche de energía en inutilidades. Precisamente, con la ida de un año, lo
substancial es que nos haga meditar sobre el valor de nuestra propia vida
humana en relación con nuestros similares.
Personalmente, cada vez que me encuentro del lado de la
mayoría, procuro hacer una pausa y recapacitar. En el pensar somos únicos, yo
así lo entiendo. El borreguismo no es un buen referente. Nuestro distintivo
común es el amor entendido como donación total. El hombre no puede ser un lobo
para el hombre. Sin embargo, una movilidad libre en el pensamiento es un acto
creativo que siempre nos enternece y
enriquece. En definitiva, pensar no es
más que una chispa en una tenebrosa noche. De ahí la importancia de que
pensemos todos, porque ese relámpago, ciertamente contribuirá a la
fraternización ciudadana y a descubrir el genuino horizonte de lo eterno. Lo
malo es que adoctrinemos, que corrompamos el pensamiento desde los pedestales
de los diversos poderes, que abonemos intereses mundanos, que nos hagan creer
que estamos en la verdad absoluta, sabiendo que no hay mayor mentira que la
verdad mal entendida. En cualquier caso, jamás perdamos la inquietud por llegar
al corazón de las cosas, a la autenticidad del deseo, al fin y al cabo, la
verdad podrá deslucirse pero no apagarse.
La ideas estimulan la mente y el planeta está hambriento de
verdaderos estímulos humanos. El ejemplo de Indonesia nos llena de regocijo.
Diez años después de que el peor tsunami de la historia se cobrara la vida de
más de 230.000 personas en toda Asia, una de las regiones más afectadas por la
tragedia se “ha reconstruido mejor”, en palabras de Naciones Unidas. Gracias a
este desvelo por sobrevivir, "Indonesia se considera ahora un líder en la
región, en la promoción de la reducción de riesgos en caso de desastres
naturales”, acaba de expresar Gunilla Olsson, representante de UNICEF en
Indonesia. Sin duda, tenemos que ser constructores de sosiegos, sembradores en
continuo renacer. Tal vez la vida sea eso, un rehacerse cada día, un revivirse
cada momento creando y recreando nuestra propia existencia junto a los demás.
No dejemos de lado que somos un todo, y en el centro, ha de estar la esperanza
como abecedario.
Bienvenido, pues, el 2015. Tenemos tantas cosas por hacer,
pero todo a su debido tiempo y con calma, que la paciencia es tan
imprescindible como ponerse a pensar. Donde no hay ilusión, no puede haber vida
humana, tampoco libertad y menos aún espíritu de autocrítica. Por aquello de que
año nuevo, vida nueva, seamos persistentes en nuestra actitud positiva de ser
sembradores de vida. Sobre todo, insisto, de existencia. Esta es la legítima
expectativa. No solo tenemos que vivir anclados a un camino, a la espera de un
futuro mejor, que también, pero hemos de ir más allá del pensamiento, buscando
alentar savia donde no la hay, desenredando nudos y aclarando espacios,
activando en nuestra boca la sonrisa y en nuestra lengua la alegría.
Indudablemente, no podemos (ni debemos) dejarnos abatir y asustar por una
realidad hecha de dolor, de guerras y sufrimientos, hemos de tomar el proceder
con la tracción exacta, sabiendo que todo se terminará transformando a poco que
nos pongamos en acción. Querer es poder. Y el mundo podrá caer por corrupción,
pero hemos de reaccionar frente a este espíritu de confusión que nos gobierna,
fruto de una cultura putrefacta y muerta. Quizás la cuestión pase por saber
mirar y ver. Lejos de asustarse, debemos
soportar las crueldades, pero también debemos saber alzar la cabeza y volver a
reiniciar el camino, tantas veces como sea necesario.
Para ese camino renovado debe germinar un ferviente espíritu
de convivencia, una naciente mentalidad acerca del ser humano, de sus
vicisitudes y derechos, de sus deberes y destinos. Por consiguiente, entiendo,
que ha de nacer una propicia pedagogía más universal, basada en la cooperación
entre los pueblos y en la colaboración ciudadana. Por supuesto, los pueblos
necesitan hermanarse para que sus moradores se respeten entre sí. Y es por la
tutela de los valores humanos como se levantan los pueblos y sus ciudadanos,
proyectando la bondad y la verdad como árboles que nos cobijan, como argumento
de placidez, con la promoción de toda persona en su dignidad, sabiendo que para
amar la paz, antes hay que haber amado el amor. Bajo las alas de esta
maravillosa energía poética, hasta las raíces del rencor se pudren para
siempre. Ama y olvídate de todo, pero ama, y ama sin condiciones. Perdonarás
también con amor. Nosotros, sí usted y yo mismo, seguiremos compartiendo verbos
y sembrando sueños. ¡Gozoso 2015!. Aprendamos a vivir, amando. Es nuestro deber
de vida. O nuestro proyecto de existencia. Y si tiene que odiar a algo o a
alguien, que sea al señorito triunfo y a la señorita victoria. Espero sus ecos.