En riesgo permanente por necedad
“Lo significativo, para poder crecer humanamente, es tender
puentes de quietud y concordia, porque sin una visión de conjunto nadie tendrá
futuro”.
Nosotros, los humanos, tenemos que aprender a complementar
nuestras diferencias en un “nosotros” cada vez más cohesionado. Quitemos,
luego, los muros que nos separan. Trabajemos el corazón. Pongamos espíritu
conciliador en todas las tareas diarias. Reencontrémonos humanamente. Sintamos
ese vínculo de caminantes al unísono. Apoyémonos recíprocamente. No importan
las nacionalidades. Lo que sí nos concierne es el acceso a derechos
fundamentales como la educación, sanidad, empleo y libertad de circulación.
Apreciemos la oportunidad de crecer unidos. Tampoco activemos los riegos de la
inhumanidad. Precisamente, con el aviso de la pandemia de COVID 19 y las
continuas protestas contra el racismo, lo que se ha puesto de manifiesto es la
urgente necesidad de un orbe más hermanado, donde nadie se quede atrás. Sin
embargo, cada día son más los refugiados y desplazados forzosos que nos piden
una sonrisa de aliento, algo esencial en el “nosotros” para poder mantenernos
sensibles y humanos.
La deshumanización es tan cruel que nos está dejando sin
alma. No pasamos de las palabras. Vivimos en riesgo permanente de
deshumanizarnos, hasta el extremo que se requieren, como jamás, de acciones
concretas para poder construir juntos ese porvenir, donde se manifieste
continuamente el amor y la acogida. Lo significativo, para poder crecer
humanamente, es tender puentes de quietud y concordia, porque sin una visión de
conjunto nadie tendrá futuro. El virus de la indiferencia nada reconstruye ni
calma. Estamos necesitados de un cambio de actitud, que tome como punto de
ejercicio, promover el diálogo y la equidad. De ahí, que toda labor deba
considerarse, por pequeña que nos parezca, para crear otro mundo más inclusivo
e igualitario.
Mal que nos pese, este afán de destrucción entre análogos,
tiene que cesar. No podemos continuar por la ruta del enfrentamiento, ni sembrar
discursos vengativos para que aflore la intimidación. Si acaso, trabajemos por
defender los derechos humanos, todos ellos esenciales e imprescindibles para la
convivencia. La solidaridad y el compromiso son más necesarios que nunca, al
menos para poder salir de esta atmósfera de inseguridades, que nos amortajan en
vida. Únicamente juntos podemos conseguir lo que nos planteemos. De ahí, que
este nuevo resurgir deba de partir de salvaguardar el bienestar de las
personas, sobre todo de aquellas gentes que se han visto obligadas a huir.
Nunca es tarde, por consiguiente, para recomenzar nuevas historias vivenciales,
que han de encaminarse en ayudar a restaurar pasados destruidos, construyendo
futuros más prometedores.
En cualquier caso, tenemos que despertar. La inhumanidad no
puede gobernarnos. Cuanto antes hemos de salir de este territorio cínico de
falsedades. No olvidemos que, cuando las políticas pretenden suplantar la
verdad, todo se reconduce al territorio de la apariencia. Quizás nos falte esa
fortaleza interna que armonice con la ley natural. Seguramente, entonces,
nuestras acciones serían más sensatas y comprensivas. Ya está bien de
menospreciar existencias, llevándonos al ocaso, mediante el culto al poder y al
dominio. Ojalá aprendamos a moralizar la vida pública y aprendamos a dar
asistencia para construir un planeta con aires más democráticos, pacíficos y
seguros. De lo contrario, hay que temer cualquier cosa; que, por supuesto,
acabará afectándonos a todos. Renunciemos a derrotarnos humanamente. Que la
planta poética de la humanidad practique el bien, puede ser un reflexivo deber,
para forjar la estética, que es lo que verdaderamente nos embellece, tanto por
dentro como por fuera.
Mientras tanto, es público y notorio, que el salvajismo y la
perversión alcanza nuevas cumbres. La historia está desbordada por el odio y
las guerras. Aprendamos la lección. Por desgracia, también hoy somos testigos
de violencias y violaciones a raudales, lo que nos exige otro talante y otra
disposición más responsable, mayormente con las personas en dificultades. De
entrada, hemos acogido con esperanza los debates recientes del G7, por su afán
de intentar impulsar conjuntamente una recuperación global sostenible e
inclusiva, en consonancia con la Agenda 2030 de la ONU para un Desarrollo más
equitativo, en el que se priorice a los más vulnerables y marginados,
protegiendo además nuestro clima y el planeta, así como los derechos humanos.
Sea como fuere, no podemos continuar con este abecedario de despropósitos. Nos
merecemos vivir y dejar vivir. Desistamos, pues, de ser nuestro peor enemigo.
Nada puede destruirnos, excepto nosotros mismos. Rumiémoslo.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor