Asumamos otros modelos de comportamiento
“Nuestro mayor tesoro son los corazones unidos”
Somos una generación que hemos perdido actitudes de decoro y
compromiso; nuestro comportamiento como especie pensante muestra una imagen
desastrosa, sin autenticidad ni principios en la mayoría de las ocasiones.
Fracasan los liderazgos y, también nos frustramos nosotros, con nuestro propio
obrar. El yugo de la opresión, el reinado de la falsedad y la dominación de un
poder sin escrúpulos, nos está destruyendo el innato proyecto de vivir unidos.
Desde luego, nuestro primer y urgente deber radica en liberarnos de
adoctrinamientos socialmente dañinos. Los dirigentes han de ejemplarizar mucho
más sus acciones. Son personas influyentes; y, en todo tiempo entonces, han de
marcar una ruta trazada con claridad que haga posible la convivencia, o si
quieren ese bienestar de vida que ha de globalizarse y no privilegiarse en unos
pocos. Ahí radica el verdadero estado social, en el descubrimiento de los
valores a través de las obligaciones que todos, como ciudadanía, tenemos. Ya
está bien de politizar lo que es poético, de desmoralizar actitudes en
donación, de cultivar el culto de lo inmoral; lo que conlleva, la envida y la
rivalidad entre semejantes, el derroche de algunos y la miseria de otros.
Nos conviene, en consecuencia, renacer con otras moradas más
solidarias y abiertas a todas las culturas. Por consiguiente, hay que abandonar
la ilusión de esos países que nadan en la abundancia, mientras otros se ahogan
en sus infortunios; también la táctica de esas gentes que se piensan
autosuficientes y que juegan con las apariencias más putrefactas del camino.
Despojarse de la ética, de esas raíces estéticas como base de la moral, es
contribuir a nuestra propia destrucción como linaje. Por eso, la lección del
COVID-19, debe hacernos repensar sobre nuevas actitudes y comportamientos. Cada
cual desde sus pasos, es evidente, que tiene que mostrar una responsable
actuación viviente. No hay nada que ocultar, máxime cuando uno no vive para sí,
sino que ha de vivir para donarse. Esto sería un nítido proceder. Y más, ahora
en este preciso momento, que la epidemia ha empujado espectacularmente al alza
el número de gentes que necesitan asistencia humanitaria. Tanto es así, que
Naciones Unidas acaba de hacer un llamamiento para evitar la hambruna, luchar
contra la pobreza, mantener a los pequeños vacunados y en la escuela. Sea como
fuere, adquirimos una gran misión que cumplir, y no es otra, que negarse a
retroceder en los avances. Tenemos que hallar una salida a esta pandemia,
igualmente entre todos hemos de encontrar los cauces pacientes de
comportamiento para proseguir nuestra propia evolución; lo que nos exigirá
conciliar nuevos rumbos y enderezar estilos de vida, cuando menos más armónicos
con nuestra propia naturaleza, de la que formamos parte. Urge, pues,
redescubrir las conscientes sendas de la concordia, en particular el camino de
la unidad, que ha de partir de la familia, de esa comunidad de amor que teje
sueños cada amanecer. No olvidemos que nuestro mayor tesoro son los corazones
unidos, haciendo piña sus latidos, que es lo que verdaderamente nos pone en
movimiento, y, como tal, ha de tener un adecuado límite ético y moral; de lo
contrario, el porte humano se deshumaniza, hasta transformarse en amenaza y
desafío de sí mismo. Será bueno, por
consiguiente, que nuestras generaciones más jóvenes vean en nosotros esa
actuación vital que debe de tender al aprecio de la naturaleza y a su defensa,
dentro de una correcta perspectiva ecológica.
Por otra parte, ante la multitud de situaciones inestables,
en parte germinadas por nuestros comportamientos agresivos contra los grupos
más indefensos, se nos demanda un empeño mayor como sociedad comprometida en la
promoción y en la realización de los derechos humanos. Es necesario,
indudablemente, construir otra realidad más serena, en la que hombres y mujeres
sean tratados de igual modo; lo que nos requiere una posición garante, que
afronte tanto los actos violentos como la discriminación, cuestión que no debe
tolerarse. Quizás tengamos que complementar todo esto, con actividades
formativas, que son las que realmente nos hacen ver los riesgos de estas
crueldades. Lograr una mayor seguridad en la vida cotidiana es tarea que a
todos nos compete, al menos para actuar con discernimiento, ante la avalancha
de contextos verdaderamente repugnantes, como pueden ser los memes, convertidos
en un fenómeno social para promover ideas, actuación o estilos, y esta es la
razón principal por la que los actores violentos se han sentido atraídos por
ellos.
Otro aspecto importante es el uso malintencionado de social bots
o chatbots. Se trata de algoritmos informáticos que producen contenido
automáticamente, interactúan con humanos en las redes sociales e intentan
influir en su opinión y maneras. Sin duda, Internet representa una posibilidad
extraordinaria de acceso al saber; pero,
también es verdad, que se ha manifestado como uno de los lugares más expuestos
al adiestramiento y a la distorsión consciente. Ojalá aprendamos a utilizar
bien lo que tenemos. Seguramente, los episodios de acoso cibernético, pasarán a
ser agua pasada y no actualidad permanente, cuando sigamos la lógica coherente
de lo natural y del sentido común, de la transparencia en las intenciones y en
los procedimientos. Pensemos que nosotros mismos nos convertimos en artífices
de la rectitud, abriendo horizontes de luz, en los que solo cabe el abrazo
permanente y la comprensión continúa.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor