DESCONFIANZAS Y ABSURDOS
“La pobreza extrema crece en muchas partes del mundo”.
Hemos de reconocerlo. Somos una ciudadanía desmoralizada y
perdida, sin apenas criterio, pues los grandes dominadores, (el poder de la
violencia, el poder de la riqueza, el poder del conocimiento, el poder
político, el poder de los medios de comunicación…), son los que ciertamente
manipulan nuestros sueños. Sin embargo, en una tierra bastante dolorida por el
absurdo, hay algo que nos enaltece y esperanza, lo que podemos hacer por los demás.
Pero la situación es la que es, y no debemos engañarnos. Hay una degradación de
lo humano que produce realmente dolor, generando una atmósfera de
contradicciones que nos desbordan y nos impiden avanzar como seres pensantes.
Cuesta creerlo, pero la realidad es verdaderamente cruel para muchas personas.
Cuando todo el mundo habla de políticas públicas
complementarias de protección social e inclusión laboral, redistributivas en
materias de ingreso, resulta que nada más lejos de los hechos. La pobreza extrema
crece en muchas partes del mundo. ¿Qué es lo que está fallando? Quizás nuestras
propias miserias humanas, que son tanto materiales, por esa falta de
desprendimiento y auxilio, como morales, al convertirnos en auténticos esclavos
del vicio y la sinrazón. Asimismo, en ese mundo privilegiado, jamás saciado y
adueñado del planeta, aumenta la desigualdad, sin tener en cuenta ese espíritu
solidario de vida compartida, por la que somos más felices y más humanos.
Participar y repartir, sin duda, es nuestra gran asignatura pendiente.
Sea como fuere, todos estamos un poco en guardia, en
desconfianza y alimentándonos de absurdos, que lo único que aviva es la
fragmentación de la familia humana, la indiferencia entre análogos, y la
hostilidad entre semejantes. Muchas veces vivimos en una pura falsedad,
encerrados en nosotros mismos y en nuestros propios bienes, lo que dificulta
poder avanzar hacia un humanismo más entregado a los homólogos. Así no se puede
rescatar a nadie. Bien es verdad que estamos obligados a convivir, pero
igualmente en ese vivir juntos, nos debe hacer cambiar de modos de movernos y
coexistir, más congruentes, ese innato llamamiento a un destino común
colectivo. En consecuencia, es hora de relanzar otro espíritu más universal y
profundo, en el que todos podamos sentirnos útiles y hermanados. Debemos saber
que nada se consigue por sí mismo, por muchos talentos que aglutinemos, las
cosas llegan siempre con tesón, persistencia y
agrupados. En ocasiones, olvidamos que vivir significa necesariamente
luchar, acogerse y reunirse, valerse y volcarse en favor de los más débiles.
Por eso es importante, que el desengaño no se adueñe de
nosotros, es una señal más de debilidad. La vida exige coraje, entusiasmo,
apasionamiento en suma. No podemos seguir en el absurdo del vacío, de la
inmovilidad, frente a tantos retrocesos inhumanos que nos injertamos
frecuentemente. Nuestras economías cada vez más globalizadas necesitan de
cooperaciones conjuntas, por ejemplo, para combatir el cambio climático,
proteger el medio ambiente o mejorar la salud pública. El que la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), la Unión Europea (UE) en el marco del
instrumento de Asociación, y la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE), se hayan asociado recientemente para favorecer un
suministro responsable, lo que hace es fortalecer y concienciar ese espíritu
sostenible e inclusivo, estimulador del bien colectivo. Ojalá se extiendan
modelos así. Esta es la línea responsable a seguir, en la medida que ayuda a
crear entornos más humanos, que favorezcan la gestión solidaria y el diálogo.
En cualquier caso, y dado que las tensiones comerciales
entre las economías más grandes del mundo afectan la confianza y el impulso
económico, deberíamos aminorar tiranteces, al menos para que el bienestar
mundial no sufra más regresiones. De igual modo, los líderes políticos han de
cooperar mucho más y no debilitar esa respuesta colectiva a los desafíos
globales. Por tanto, hoy más que nunca es preciso ampliar los espacios del bien
común; de ahí, la transcendencia de educar a todos para que se sientan parte de
la comunidad humana. Por consiguiente, menos nacionalismos endiosados, imbuidos
por muros y fronteras, y más perspectivas universalistas; es lo que pido. Dicho
lo cual, se me ocurre pensar, en hacer valer un programa de pensamiento
mundial, basado en una acción, que no es otra que la construcción de un
porvenir en el que la dignidad de la persona, unido a ese vínculo de
hermanamiento humanístico, sean los recursos globales a los que cada ser humano
pueda recurrir.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor