El poder del dinero como catástrofe
“El pobre continúa marginado del circuito económico”.
Cuántos olvidados en este mundo, desbordado por el aumento
de las desigualdades a pesar de la bonanza económica de algunos, en el que
imperan tantos sufrimientos injustos, que nos debilitan como especie pensante.
Cuántas miserias nos vertemos unos contra otros, que lo único que avivan es una
escalada de tensiones francamente alarmantes, en lugar de dar un vuelco a
nuestra historia de vida, y hacérnosla más llevadera y humana. Desde luego, no
estamos entregando un crecimiento inclusivo y sostenible, más bien lo que
ofrecemos son batallas inútiles, fomentadas por prácticas deshumanizadoras, a
través de un mal uso de la riqueza, puesto que el pobre continua marginado del
circuito económico; exclusión en parte propiciada por políticas que no ayudan
socialmente a los más vulnerables. Quizás todos los países tengan que
mancomunar esfuerzos, al menos para ahuyentar el impulso corrupto de ciertos
dirigentes, la falta de oportunidades para determinados sectores de la
población, o la misma tributación internacional ha de tomar otra conciencia más
solidaria.
Lo prioritario, a mi manera de ver, es que el ser humano en
su conjunto deje de postrarse ante las finanzas, como si fuese la única razón
de subsistencia, pues cada día nuestra existencia es puro mercado, ya sea a través
de foros sinceramente mezquinos y engañosos, o a través de las tecnologías
digitales, activando la inteligencia artificial como negocio, adoctrinando
contra el sentido común de los ciudadanos y sus libertades. Por otra parte,
tampoco podemos seguir engañándonos con poderes, poco cooperantes entre sí,
dogmáticamente opresivos y que son una auténtica perdición para el linaje. Este
círculo vicioso de la voracidad del capital nos está dejando sin alma. No es
ético que nuestra propia vida dependa de lo que se posee, más bien hemos de
compartir esa comunión de bienes, de talentos y beneficios, haciendo familia,
creando humanidad en definitiva. Esto es lo que realmente fructifica en una
lógica solidaria que es lo que da lugar a la generosidad y al repunte de lo
armónico.
De ahí, la importancia de recuperar el territorio económico y darle un sentido
social, ofreciendo ayuda financiera para proteger nuestra casa común, incluidos
los bosques y los océanos, pero también ese otro mundo de desfavorecidos del
sistema. En esto, hemos de reconocer que el espíritu europeísta pacífico, unido
y floreciente, es verdaderamente
humanístico. Todo un referente en su piedra angular, no en vano ha asumido el
liderazgo en la protección del medio ambiente y en la lucha contra el cambio
climático. Así mismo, la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude también
garantiza que el dinero de los contribuyentes se utiliza de la mejor manera
posible mediante la investigación de los chantajes, la inmoralidad y las
actividades ilegales que afectan a los fondos de la Unión. Téngase en cuenta
que hemos venido al mundo para vivir en comunión y en comunidad, no para ganar
patrimonio, y esta vida nos lleva a esa coexistencia de relaciones en las que
no debe prevalecer la hacienda, sino para asegurar la satisfacción de que
tengamos cubiertas la necesidades humanas fundamentales. Ojalá el Estado de
derecho y los Derechos Humanos prevalezcan y se ponga fin a tantas
hostilidades, incluidas las poderosas guerras interesadas comerciales.
En consecuencia, si fundamental es hacer una revisión cada
cual consigo mismo, pues es vínculo de unión y unidad inherente a todo ser
humano, también se nos exige otro ánimo menos interesado y más de donación. Hoy
por hoy, la plata es una clase de poder que tenemos que desterrar porque además
nos vuelve estúpidos y endiosados. Se me ocurre también pensar en aquellos
países que gastan más divisas en armamento que en programas sociales. Debieran
rectificar, porque de algún modo están contribuyendo a que se ensanche la
rivalidad, y por ende, su poder de fuego. Por desgracia, esa igualdad de la
prosperidad, que en su época propició el inolvidable filósofo francés Jean
Jacques Rousseau (1712-1778), que consiste “en que ningún ciudadano sea tan
opulento que pueda comprar a otro, y ninguno tan pobre que se vea necesitado de
venderse”, aún persiste en el tiempo con sus efectos catastróficos, avivado por
el imperio de la fortuna, por ejemplo a través de la trata de personas, un
delito serio y una violación grave de los derechos humanos, que continúa
creciendo sobre todo en zonas de conflicto, pues las naciones más desarrolladas
suelen ser el destino de esas personas, al ser engañadas por redes en sus
países de origen, que les ofrecen trabajos falsos y moneda fácil de conseguir.
Otra vez, el talego de la pasta, es el que nos mueve y no para salvarnos. Yo
suelo decirme cada amanecer, por si le sirve al lector, lo de negarme en cada
despertar a hacer algo por peculio. Mercadearme, sería lo último. Dicho queda.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor