Todo está en nosotros
Hasta ahora hemos dejado los recursos de la tierra a merced
de la especulación de algunos, con el consabido manantial de conflictos, y el
poco futuro para una buena parte de la población. En consecuencia, creo que ha
llegado el momento de que todo se ponga al servicio de todos, en
correspondencia con todos. Es mi sincera esperanza de que el bienestar de
nuestras sociedades nos alcance sin exclusiones, a la humanidad en su conjunto
y, de este modo, podamos caminar por un mundo de menos tensiones y así poder
cohabitar más unidos. Estoy convencido de que si ponemos más energía en el
corazón haremos las cosas de otra
manera. Hemos de dignificarnos en colectividad. De lo contrario, los
infortunios nos harán más infelices, en parte por esa ausencia de apoyo entre
culturas, de amor y de aprecio entre unos y otros, de profundo respeto en
definitiva. La apuesta por un diálogo integrador, basado en sólidas leyes
morales, es el camino del cambio. Estas son las verdaderas raíces que nos
humanizan y no otras. Por eso, si la alfabetización en un mundo digital es un
componente clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, dentro
del marco de la Agenda 2030, adquiridos los conocimientos, hace falta además
que nos reencontremos, perseverando en la búsqueda de esa entidad cooperante y
coordinada, conciliando posturas, pues es la clave para crecer en la concordia.
Lo he dicho muchas veces, y lo vuelvo a repetir ahora, es el
momento de colmar nuestros corazones de otro espíritu que nos reconcilie y
hermane. No podemos seguir con este malestar que nos tritura nuestra propia
alma. Hacen falta otros discursos más auténticos, otras actitudes más éticas,
otros programas de trabajo más copartícipes. El mundo se construye entre todos.
Tienen que contar también los marginados. No pueden existir seres degradados.
Nos merecemos ser escuchados todos, sin excepción alguna. A todos nos toca
decir: tenemos el porvenir del mundo en nuestras mismas manos. Necesitamos
realizarnos, formar parte de ese todo, que ha de converger en esa dimensión
humana, que cuando menos nos dará tranquilidad y fuerza para continuar
viviendo. Por otra parte, pienso que la redistribución de la riqueza más
justamente, asimismo es otra de las grandes asignaturas pendientes. Requerimos
ayudarnos unos a otros. Ahí está la multitud de trabajadores desplazados que se
juegan su existencia para mitigar tanto sufrimiento. Esto debería hacernos
recapacitar. A propósito, el grupo Flocabulary nos está ayudando a repensar la
Agenda 2030, a través de un apetecible vídeo, en el que nos cuentan a ritmo de
hip-hop, cómo los Objetivos de Desarrollo Sostenible mejoran la vida de todos
en todo el planeta. Personalmente, considero, muy importante trasladar estos
desvelos a la ciudadanía, pues es desde la reflexión como el mundo puede
avanzar hacia esa conjunción armónica que todos, en nuestro fondo, aspiramos
abrazar.
Está bien que todos nosotros luchemos por mantener nuestras
identidades, ya que el respeto es el talante básico que todos hemos de activar,
incluso con nuestro propio hábitat. Esta generosidad innata hemos de injertarla
de valor, mostrarla y transmitirla. Sólo así podemos alcanzar ese bienestar que
todos con desvelo ansiamos tener como parte de nuestro caminar. Creo que es un
deber de todos, también sin descarte alguno, crear en la sociedad una
conciencia responsable y comprensiva de estima por el ser humano y su entorno.
No es de recibo tanta pasividad ante problemas que nos afectan al mundo
entero. Además, hemos de salir a frenar
tantas locuras esparcidas, antes de que las armas nos destruyan como especie.
Realmente causa preocupación que Corea del Norte realice su sexta prueba
nuclear, y la califique a mandíbula viva de éxito total, cuando la prioridad de
un mundo sin armas nucleares es objetivo compartido por la inmensa mayoría de
la familia humana. Es nuestra responsabilidad tomar medidas concretas que
promuevan otras atmósferas más constructoras que destructivas, y para eso, hace
falta apiñarse para activar la justicia y un desarrollo socioeconómico más equitativo.
Sin duda, la seguridad de nuestro propio porvenir depende de la garantía de la
seguridad de todos, pues si lo armónico no gobierna, difícilmente vamos a poder
coexistir pacíficamente.
Téngase en cuenta que el bienestar de nuestras sociedades
nace de esa confianza reciproca que hemos de injertarnos los unos a los otros,
porque sólo a través de esta familiaridad mutua es posible establecer el
entendimiento y terminar en la razón, que ha de coaligarse con más voluntad, o
lo que es lo mismo, con el compromiso sensible de mejorar la vida de todo ser
humano. Haría falta, por consiguiente,
meter en costura a quienes ocupan puestos de liderazgo para que se
cuestionasen con valentía su modo de administrar el poder, no vayamos a pensar
que todo lo hacemos bien, máxime en un orbe de tantas discordancias e
irresponsabilidades como el tiempo presente. Al respecto, concibo que todos los
gobiernos del mundo tengan que cumplir estrictamente con sus obligaciones
internacionales; y, en todo caso, trabajar con tesón por la reapertura de los
canales del razonamiento. Ningún pais puede caminar al margen de los derechos
humanos y menos derrochando recursos, a los que todos tenemos opción.
Pongámonos en acción. Es hora de dar pasos adelante y de repudiar tantas
atrocidades impuestas. La prosperidad de un pueblo jamás llega de la mano de un
movimiento que propugna el endiosamiento de sus moradores. Algo parecido está
pasando en España, con la comunidad autónoma de Cataluña, donde al parecer el
plan independentista oculta una fuerte deuda, que hemos de pagar todos los
españoles. Reflexionemos. Seguramente si lo hiciésemos gobernaríamos más desde
el consenso y también más, desde el respeto formal de las reglas, fruto de la
aceptación de unos valores y principios, que pierden su significado cuando no
se cumple la legalidad.
No me sirven los gobiernos prepotentes, dominadores,
desmembrados de ese bien colectivo, que no coopera a hacer comunidad. Sea como
fuere, tenemos que hacer un llamado siempre a la unidad, nunca a la división,
con leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos
fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados. Quizás más que nunca
tengamos que reforzar nuestra respuesta de emergencia ante la falta de
oportunidades para amplios sectores de la población, sabiendo que activando el
empleo, también favorecemos el bienestar de las personas. En este sentido, la
creación de la Comisión Mundial sobre el futuro del trabajo marca el comienzo
de la segunda etapa de la Iniciativa de la Organización Internacional del
Trabajo. Ojalá valga para realizar ese examen a fondo sobre el futuro del
trabajo, y que sirva, igualmente, de base analítica para cumplir con el mandato
en materia de justicia social en el siglo XXI; puesto que hemos llegado a una
época de nuestra historia en que debemos reorientarnos, ya que el bienestar no
se alcanza por sí mismo, ni tampoco sólo con el crecimiento económico. Bajo
este clima de falsedades y desconfianza, la actuación es más interesada que
solidaria, de ahí esos efectos disgregadores que padecemos, creyéndonos
autosuficientes. Fruto de esta inmoralidad, el mundo actual tiende a aislar a
todo ser humano de su análogo, en lugar de ser personas de aproximación y
relación, que es lo que en realidad nos pone alas. En ocasiones, reconozco a la
par, que ese bienestar individual también nos adormece y no vemos más allá de
lo nuestro. Conviene, entonces, estar despierto siempre para no perder el paso
de la jugada clave, donde las personas todas ellas y el planeta todo él, intervengan
y prosperen conjuntamente adyacentes. Propiciemos entre todos, pues, ese
partido de la simpatía.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor