Péndulo político reflexiones
Por: Emiliano Mateo Carrillo Carrasco
LA JUVENTUD SUJETA A SU SUERTE:
Nuestra juventud: Ser joven en México pareciera ser una
desgracia, sufren de desempleo, violencia, insalubridad, depresión,
frustración, resentimiento: “En México, más de la mitad de las muertes
registradas entre jóvenes ocurren de manera violenta, es decir, fueron
provocadas por agresión, accidentes de transporte o lesiones infringidas
intencionalmente,” .INGI.
La mayoría de los sistemas de gobierno que se ostentan como
democracias presentan, como fundamento de su legitimidad, una argumentación muy
conocida que, con diferentes matices, podría sintetizarse así: ante las
dificultades o la imposibilidad de la democracia directa, la única democracia
viable es una democracia representativa en la que el pueblo ejerza su poder
supremo por conducto de representantes nombrados por los ciudadanos. Pero, y
aquí reside la trampa, muy pronto se ve que, contra lo que pensaría cualquier
persona de mediana inteligencia, en muchos países que viven bajo el dominio de
las oligarquías de hierro, en lo que se
llama la representación democrática, los individuos a quienes los ciudadanos de
los distintos poblados y distritos creen que eligen como “sus” representantes
según las leyes y la doctrina no representan ni a los ciudadanos que participan
en las elecciones, ni a los habitantes de esos distritos, ni tampoco a la
población total del país y, por lo tanto, difícilmente pueden los ciudadanos
encomendarles nada a esos individuos, ni éstos tienen obligación alguna para
con los ciudadanos ni con los habitantes del país.
Los jóvenes de entre 15 y 29 años de edad, que corresponde
al grupo de los famosos NINIS, claro que, cuando se habla de ellos, solamente
se señala que ni pueden estudiar ni trabajar, pero no se dice que viven en la
agonía, en la desesperación, en el resentimiento, en la frustración, en el
abandono, en la marginación y discriminación y todo esto, es para no vivir,
sino para pasarla sufriendo, total, en este país, donde se salva a bancos y
banqueros, a corruptos y líderes sindicales como en Pemex y los de la energía
eléctrica, no podemos salvar o hacer nada por los jóvenes. Si prefieren no
trabajar a ofrecer sus servicios con sueldos
lastimosos, donde les sale más caro los pasajes y los alimentos, que lo que
pueden percibir. Así que, mejor, ahí lo dejan. Pero como todo se reduce a las
cifras frías de los tecnócratas, sus acciones en base a estadísticas y gasto
mediático difundido en los medios de comunicación, donde nunca dicen que estas
cantidades cuanto por % es para gasto corriente, esto es, el pago de la
burocracia obesa ante el poder económico macroeconómico. Su entorno social
inmerso de violencia, inseguridad y vulnerabilidad; Nadie explica la tragedia
familiar que sufrieron por años, nadie explica la frustración, ni el
resentimiento, ni la depresión ni la falta de autoestima, la desocupación, que
les generó su situación.
La justicia social ahora es
desigualdad social que ha producido millones de pobres y vulnerables a
los embates del poder mismo nuestra juventud, sin horizonte; En este país, ser
pobre, es una condena a muerte o a morir lentamente, ante la indiferencia del
estado mismo, que no ve al sujeto, sino
como instrumento de estadística; ante la apatía, insensibilidad de nuestros gobiernos que se comen el presupuesto público. Tienen
resuelto su problema económico, no por sus salarios sino por medio de sus
tranzas, haciendo negocios privados, utilizando los recursos y los bienes
públicos.
REFLEXIÓN de nuestra realidad sociopolítica (mandato
soberano, ante una oligarquía empoderada del poder público): ¿A quién
representan los representantes? El origen del engaño actual sobre “la
representación” surge poco después de iniciada la Revolución francesa,
precisamente en la Constitución de 1791, con la aparición de una representación
adherida a la idea de una nación ambigua, después de la crítica que había hecho
Rousseau sobre la falsedad de la representación política casi treinta años
antes.
El 14 de julio de 1789 una muchedumbre en Paris toma la
fortaleza llamada La Bastilla que era un símbolo ostentoso del poder del rey y
unos días después la población empieza a demoler la enorme edificación. El 26
de agosto los “representantes del pueblo francés”, reconocidos como tales y
constituidos en Asamblea emiten la famosa Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano y seis semanas más tarde, el 5 de octubre, estalla un
motín en Paris y un gran contingente encabezado por miles de mujeres se dirige
a Versalles, en cuyo palacio matan a los guardias del rey y al día siguiente lo
sacan a él y a su familia y los llevan a Paris. Junto con eso, por la presión
popular, la Asamblea constituyente se ve obligada también a dejar Versalles y
trasladarse a Paris.
El texto del artículo era una obra maestra del engaño
destinado a quienes sostenían que el pueblo era el titular del poder supremo,
pues, por un lado, era una manera de decir que los representantes no eran
representantes de una fracción de la población ni menos aún de “un
departamento” que finalmente era una entidad artificial, lo cual podía abrir la
puerta a la desintegración de la unidad ilusoria de la sociedad francesa y, por
otro lado, la nación de la cual se decía eran representantes, parecía ser,
simplemente, la totalidad de los franceses. Naturalmente, la mayoría de los
habitantes no se daban cuenta de que al introducir a una Nación ambigua y
nebulosa estaban creando una entidad imaginaria a la que bien pronto se le iba
a atribuir una voluntad propia, distinta de la de los ciudadanos.
Una buena parte de las expresiones de la Constitución de
1791 estaban sustentadas en una concepción de la Nación (siempre con
mayúsculas) que se presentaba como dueña de la soberanía y de la cual emanaban
todos los Poderes. Esa Nación tenía personalidad propia, era independiente de
los ciudadanos, diferente también del Reino que era el territorio (artículo
primero del Título II), y entre sus funciones – en la ridiculez de la fantasía
– como si fuera una persona de carne y hueso, muy parecida a una madre
protectora y solícita, recibiría el juramento del rey por el cual éste le
prometía serle fiel (artículo 4 del Título III, capítulo II, sección primera) y
ella proveería al esplendor del trono (artículo 10 del mismo título, capítulo y
sección).
El hecho de que esas oligarquías hayan sido electas por los
habitantes adultos de una comunidad, no hace de ellas gobiernos democráticos. Reconociendo
la enorme dificultad para que sean los ciudadanos los que, de manera directa,
aprueben las reglas principales y las acciones de gobierno más importantes en
una comunidad política numerosa, podemos decir, de una manera inicial, que si
la democracia es la participación de la población en el gobierno, una comunidad
tiene un gobierno en alguna medida democrático cuando en la aprobación de las
leyes fundamentales y en las decisiones administrativas más importantes,
participan, de manera efectiva, en algún grado, la mayor parte de los adultos
que viven en la comunidad (la modalidad de la gobernanza).
La oligarquía kakistocratas es la simulación del arte de la
dominación de masas; A partir de ese
engaño, los profesionales de la política, agrupados en partidos formados
algunas veces por criminales, dedican todos sus esfuerzos y una gran parte del
dinero público a hacerse propaganda para llegar a las elecciones y apropiarse
del poder diciendo que los procesos electorales son la democracia misma.
Desgraciadamente los hombres y las mujeres de nuestro tiempo que escuchan desde
la infancia que la democracia son simplemente las elecciones para que alguno de
los grupos de la oligarquía los gobierne, como sucede en otros muchos campos,
acaban por creer lo que les enseñan y se dedican a repetirlo.
Las elecciones, en esos lugares, son casi siempre simples
confrontaciones entre las distintas facciones de la oligarquía que buscan por
todos los medios apoderarse de los puestos de gobierno y de los asientos de los
falsos representantes para seguir dominando a la población. Para lograrlo
utilizan la propaganda constante, la compra de votos y aún el asesinato de los
opositores o de los candidatos propios apoyados erróneamente de manera inicial
por quienes controlan los partidos.