Me niego a ser absorbido, por cualquier poder, con tintes de
mercado
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Desde tiempos pretéritos, las diversas sociedades conocen el
fenómeno del sometimiento del ser humano por el poder, aunque este fuese
corrupto y no tuviese corazón. Por desgracia, de siempre ha existido la tribu
de los dominadores, imponiendo un precio a las vidas humanas, e impidiendo al
humilde que pueda poseer el privilegio de poder ser él quien decida sobre sí.
Algo tan básico como dejar vivir, resulta que lo hemos convertido en una
adquisición de mercado, pues si antes se establecía quién nacía libre, y quién,
en cambio, nacía esclavo, resulta que ahora se comercia como jamás con vidas
humanas. Ahí están las alarmantes estadísticas de la explotación sexual, las
peores formas del trabajo del niño, el matrimonio forzado y la venta de
esposas, el tráfico de órganos, la servidumbre por deudas, el reclutamiento
forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados, por citar algunas de
las más repetitivas sumisiones. Ciertamente, aún vivimos en un planeta
contagiado por prácticas análogas a la degradación humana, que aunque
constituyen delitos y violaciones crueles de los derechos humanos, todavía
prosigue esta abominable costumbre, que hace que muchas personas continúen
privadas de su autonomía y obligadas a vivir en condiciones asimiladas a la
subordinación.
Personalmente, me niego a ser absorbido por cualquier poder
que, con tintes de mercado, lo intenten comprar todo. Desde luego, el derecho
de toda persona a no ser sometida a esclavitud, ni a dependencia inhumana, está
reconocido en la legislación internacional como norma universal inderogable.
Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional haya adoptado diversos
acuerdos para poner fin a este tipo de perversos usos, la realidad es bien
distinta, puesto que cuando todo parece indicarnos que el dinero lo mueve todo,
resulta que al final terminamos haciendo todo por el peculio. Nos lo recuerda
hasta el mismísimo refranero: "por dinero baila el perro, y por pan, si se
lo dan". También, ya en su tiempo, lo advirtió el célebre escritor británico
William Shakespeare (1564-1616): "Si el dinero va delante, todos los
caminos se abren". Pues no debiera ser así, hay que no ceder a la
tentación de una cultura reverenciada a la compraventa, ya que significaría
debilitar nuestros valores y correr el riesgo de habituarse al engaño de que
todo tiene un precio, incluida la misma ciudadanía. En consecuencia, pienso que
está bien avivar el Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición, cuyo
día internacional es el 23 de agosto, onomástica a la que habría que otorgarle
la mayor importancia posible, ya no sólo por lo que representó para nuestra
historia como elemento capital de la lucha contra el racismo, sino también por
el respeto de los derechos humanos y la consolidación de un clima más armónico
que transformó el mapa del mundo, al igual que la cultura, las relaciones
sociales o las convivencias.
Las revoluciones de esclavos en lucha por su libertad, sin
duda, ha de ser una fuente inagotable de meditación y de llamada, hacia el
respeto de los derechos humanos y contra las formas modernas de tiranía que nos
acorralan. En ocasiones, la desmemoria nos asiste y rehuimos evocar sin
reflexión alguna, que la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, fue cuando
empezó en Saint-Domingue, hoy Haití, la rebelión que iba a conducir a la
abolición de la trata transatlántica de esclavos. Naturalmente, tomarnos
nuestro tiempo y recapacitar al respecto, debiera ser cuando menos un ejercicio
colectivo. Téngase en cuenta que aquella comunidad que no piensa, porque no
sabe o tal vez porque no le dejan ni tiempo para pensar, difícilmente va a
poder vivir como le pida el alma. Ahora mismo estoy pensando en la multitud de
seres humanos despojados de sus bienes o de los que se abusa física y
sexualmente. Repienso también en tantos esclavos y esclavas de poderes
corruptos, manejados al antojo de los acaudalados.
En los tiempos pasados, la comunidad internacional se unió
para declarar que la esclavitud era una afrenta a nuestra humanidad común. A mi
juicio, también hoy los gobiernos de todo el mundo, deben unirse para practicar
otras culturas más humanas y menos interesadas, más solidarias y menos
egoístas, ejercitando el abecedario de que el ser humano es lo prioritario y no
el mundo de las finanzas, que han de estar al servicio del ciudadano, y no al
revés. Yo creo que podremos conseguirlo en la medida que cultivemos una actitud
de mayor fraternidad humana. No se trata de que vivan unos pocos, inclusive
derrochando, sino de que vivamos todos para que vaya adelante la humanidad toda
ella. Porque, efectivamente, la voracidad de algunos mercados, en lugar de
salvar al ser humano, lo enferman, conduciéndole al interior de un campo de
leones, en el que cada batalla diaria está en función de la fortuna lograda. Al
respecto, de todo este decir y desdecirse, me quedo con lo que acaba de
pronunciar el Papa Francisco: "el dinero sirve pero la codicia mata",
no en vano es el origen de todos los males.
Verdaderamente, precisamos un modo nuevo de ver las cosas y
hemos de establecer, quizás otras prioridades, por ejemplo menos dinero en
armas para hacer guerras, si en verdad queremos proyectar un ambiente más
armónico. Lo mismo ocurre, si
pretendemos proyectar un naciente bienestar globalizado, tendremos que activar
un poder más respetuoso con el ser humano y, a lo mejor, no tiene que estar
siempre en manos de una minoría privilegiada. Que diferente sería todo si
pusiésemos, cada cual consigo mismo, la conciencia al servicio de la justicia,
la genialidad como asistente de la verdad, y la honradez como espíritu que nos
auxilia, aún cuando no nos reporte ventaja, ni premio, ni beneficio. Si junto a
esta acción de humanizarnos como pueblo, además caminamos juntos y en la misma
dirección, seguramente los mercados acaben
supeditados al ciudadano. Se trata, pues, de unir capacidades, no de
excluir, también la de aquellos que nada
tienen, pero que han tenido el talento de superar la envidia, los celos, o la
misma rivalidad que imponen algunas empresas realmente deshumanizadoras.
En justa lógica, la fuerza del cambio únicamente la puede
llevar a efecto la humanidad en su conjunto, reflexionando sobre lo vivido y
sobre lo que se vive en este preciso momento. Por eso, a mi manera de ver, resulta muy saludable traer al presente la
memoria de la Trata de Esclavos y de su Abolición, una tragedia que fue por mucho tiempo
escondida o no reconocida, de modo que se ponga este recuerdo en el lugar
apropiado de la conciencia humana. Quizás nos sirva el referente y la
referencia para romper el silencio ante tantas injusticias que nos cohabitan en
el momento actual. El afamado filósofo y escritor indio, Rabindranath Tagore
(1861-1941), agradecía no ser una de las ruedas del poder, sino una de las
criaturas que son aplastadas por ellas. Sea como fuere, nos asiste la razón, yo
también prefiero no ser nada, antes que ser propiedad de alguien. Más vale ser
un superviviente con dignidad que un indigno viviente oprimido con la
esclavitud más denigrante, como es la de ser cautivo de uno mismo. Ante esta
realidad de sumisión, que a veces se transmite de generación en generación,
convendría recordar la hazaña del ruiseñor, negándose a anidar en la jaula,
para que el vasallaje no sea el destino de su descendencia. Al fin y al cabo,
uno no debe nunca consentir doblegarse cuando siente el impulso de levantar el
vuelo.