La atmósfera de resentidos
Es un suicidio colectivo
“¡El peculio debe asistir y no mandar!”
No podíamos caer más bajo, apenas nos conmueve nada y el
inherente entusiasmo viviente ha dejado de palpitar en muchas personas, con una
búsqueda enfermiza de reclusión y aislamiento. Lo nefasto de todo esto, es
haber perdido la alegría de vivir donándose, el aliento por hacer el bien y
hasta el pulso templado, en perpetua armonía con la naturaleza, que es lo que
realmente nos permite levantar la cabeza y volver a empezar. Esa conciencia
aislada, resentida, sumida en el egoísmo y en lo efímero de placeres
superficiales, nos deja sin fortaleza, totalmente desorientados y abatidos,
para dar un nuevo horizonte existencial a nuestros pasos. Sabemos que no
podemos continuar bajo el régimen de este desgarrador huracán discriminatorio,
que lo único que fermenta es la pobreza, la desigualdad y la guerra; sin
embargo, hacemos bien poco por enmendar situaciones que nos amortajan, puesto
que continuamos retrocediendo en derechos humanos, deshumanizándonos y
degradándonos como linaje.
Indudablemente, es de justicia pasar página, ayudar a
pasarla puesto que todos somos vulnerables, hacer memoria y ver que después de
setenta y cinco años de la derrota nazi, la paz y la unidad son más necesarias
que nunca. Quizás tengamos que ejercitar el espíritu creativo para configurar
otro recto mundo. Desde luego, no es el momento de huir, sino de perseverar y
de seguir adelante, de proseguir en el cultivo de un arte poético involuntario
y de perseguir un sueño dentro de otro sueño, de mostrar nuestro sentido
responsable al mundo y de demostrarnos a nosotros mismos de que somos capaces
de un cambio ecuánime e inclusivo. Tampoco podemos, ni debemos, quedar sólo en
el deseo. Ha llegado el turno de la acción, porque el futuro lo hacemos entre
todos; de ahí, lo vital que es involucrarse y acompañar, pues lo substancial es
no caminar solos y dejar de estar hundidos en nuestras miserias.
Si
pretendemos poner todo en clave de misión, hay que activar los foros,
escucharles, forjar alianzas, crear consenso. Hoy, sin duda, el papel de los
parlamentos es primordial. Tal vez sea bueno tomar otros propósitos más
dóciles, o si quieren más empáticos, me parece que podría ser un buen método de
matar el gusano de los celos que trae el resentimiento, la rastrera envida; y,
por ende, la amargura que nadie nos merecemos. A todos debe llegar la compañía,
el consuelo y el estímulo de ser escuchado, algo que obra misteriosamente
dentro de cada uno de nosotros, haciéndonos otros, más allá de los defectos y
las caídas. No es de recibo continuar enojados entre sí, estamos en la era del
conocimiento y la información, y esto ha de servirnos para tomar un ánimo
servicial, no de poder. ¡El peculio debe asistir y no mandar! Me niego a que
las finanzas nos presidan y gobiernen. Para el gobierno están los sistemas
parlamentarios sólidos, pilar de la democracia y voz del pueblo, que han de ser
los encargados de asignar los fondos para llevar a cabo leyes que beneficien a
todos, con sus políticas sociales, así como de pedir a las diversas gobernaciones
que rindan cuentas.
Lo hemos visto con la pandemia del COVID-19, en muchos
países aprobando leyes de emergencia, asignando recursos, debatiendo y
analizando las acciones del ejecutivo en un momento de bloqueo y
distanciamiento. Unos parlamentos consolidados favorecen la vuelta a lo
armónico, a llevar a buen término una transición serena, evitando las
divisiones sociales a través del diálogo y la cooperación. Por ello, considero
fundamental que el 30 de junio celebremos en las Naciones Unidas el Día
Internacional del Parlamentarismo, el mismo día que se creó, en 1889, la
Unión Interparlamentaria (UIP), la
organización mundial de los parlamentos nacionales. Al fin y al cabo, lo
significativo es poder mejorar las vidas de las personas. Al mismo tiempo,
dicha conmemoración, será una buena oportunidad para que los parlamentos
evalúen los ascensos conseguidos, ver cuáles son los próximos desafíos y las
maneras de abordarlos de manera efectiva, pues no son pocos los males
cristalizados en estructuras sociales injustas.
Esto se vuelve todavía más vejatorio si los marginados, ante
los intereses del mercado divinizado, ven crecer ese virulento cáncer social
que es la corrupción en sus mandos, empresarios e instituciones, cualquiera que
sea la ideología política de los líderes. Sea como fuere, no podemos continuar
alentando injusticias, porque además esta atmósfera es un suicidio colectivo.
Tampoco los países pueden seguir elevando fronteras; derrumbémoslas todas, y en
lugar de encender la venganza, avivemos la clemencia. Si importante es un
contundente no a la guerra entre nosotros, ajustemos nuestra vida a una nueva
ley solidaria, de amor y concordia, de luz y de vida. No se puede llenar el
aire de falsos vocablos, con motivaciones absurdas, con glorias humanas de
falso bienestar económico o con pedestales que, más pronto que tarde, también
se desmoronan. Lo único que permanece es la huella dejada, sobre todo cuando su
poética andante es compasiva y comprensiva.
Víctor Corcoba
Herrero / Escritor