Francisco Velasco Zapata
Varios tipos de crisis son los que padece México. Pero para nadie es ajeno que la peor de todas es la económica y la falta de empleo. Esa nos pega a todos, aunque de distinta forma pero es del más alto interés nacional. La planta laboral de México ha sufrido una de las caídas más impresionantes y costosas de la que tengan memoria los mexicanos de las presentes generaciones. Miles de negocios han pasado de la reducción de su plantilla de empleados asalariados al cierre de de los mismos por la quiebra o insolvencia. Lo más lamentable es que en medio de todos estos desastres económicos, de ingobernabilidad y acelerada descomposición social por efectos de la imparable inseguridad pública, la desigualdad gana terreno y ha enmudecido y paralizado al gobierno. Los encargados del mismo no parecen percibir el tamaño y la magnitud de los riesgos que ello conlleva. Para algunos analistas económicos los efectos que producirá la crisis económica presente –aseguran- podrían llegar en los hechos más allá del 2020, eso si no ocurriera nada peor. Para entonces no sabemos como podrían estar las cosas, pero si los encargados de dirigir las finanzas del país -sobre todo las públicas- no hacen nada al respecto será muy tarde y posiblemente de pronóstico reservado.
Las crisis de los “ochentas” nos dejaron ver que casi nadie ha puesto atención a este periodo. En cambio los responsables de esos desastres de la economía mundial nos hacen voltear a ver el fenómeno de 1929 que en las cifras fue menor que la crisis de los ochentas, la era de neoliberalismo. En los momentos previos de la espectacular crisis y hundimiento en 1987 de la bolsa en Estados Unidos -y en todo el mundo- muchos de los países más ricos y desarrollados tuvieron que luchar para trascender a la visión cotidiana de mendigos en las calles, así como el espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los portales al abrigo de cajas de cartón, cuando los policías no se ocupaban de sacarlos de la vista del público. En una noche cualquiera de 1993 en la Ciudad de Nueva York, veintitrés mil hombres y mujeres durmieron en las calles o en los albergues públicos, y esta no era sino una pequeña parte del 3 por 100 de la población de la ciudad que, en un momento u otro de los años anteriores, se encontró sin techo bajo el que cobijarse” (New York Times, 16-11, 1993, Apud. Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, p. 406). En el Reino Unido (1989) cuatrocientas mil personas fueron calificadas oficialmente como “personas sin hogar” (Ibid. p. 406). Todo ello como producto de una lamentable acumulación de la riqueza en menos de un 2% de la población de cada país del mundo que mantiene bajo su control poco más del 60% de la riqueza de los mismos.
La crisis de México ya ha dado las primeras señales -pero no las peores- de sus efectos más perniciosos, sobre todo si tomamos en cuenta que la crisis de Estados Unidos de Norteamérica impactó gravemente para nuestro país la economía de los migrantes mexicanos y de sus benefactores. Las remesas hacia México han caído dramáticamente; con la baja de las remesas nuestra economía reciente la escases de recursos en aquellas zonas donde cotidianamente se recibían y en donde -por cierto- el “agio legalizado” hace de las suyas sin que nadie en la Secretaría de Hacienda haga nada para detener esa especie de robo concesionado. El gobierno por su parte habla de la creación de cerca de quinientos mil empleos en actividades comunitarias. Nadie le cree, porque si deberás tuviera voluntad ya hubiera propuesto la “Ley del empleo comunitario” que tanto hemos propuesto y en poco o nada atienden.
Los efectos de las crisis en los Estados Unidos de Norteamérica le han costado mucho a México porque nuestro país ha tenido que enfrentar los perniciosos y permanentes efectos del tipo de cambio a favor del dólar, la venta a especuladores de dinero del 30% de nuestras reservas en dólares; la caída de los precios internacionales del petróleo y el agotamiento de pozos petroleros excesiva y torpemente explotados; la caída de los envíos de remesas. A esto habría que agregar el impresionante aumento de precios en artículos de primera necesidad y sin que el gobierno haga nada para evitar el agio, inclusive, en productos de la canasta básica (y todavía así hay quienes están opinando que se aplique el IVA a medicinas y alimentos). Suben los precios de los alimentos, quieren volver a subir las gasolinas -que tienen efectos inflacionarios-, además del cierre masivo de “micros, medianos y hasta grandes negocios” de los cuales la gente desiste porque no tiene ventas y no gana para pagar la nómina e incluso el alquiler de su espacio comercial. En el sector turístico las “alertas turísticas” sobre la inseguridad, violencia y más recientemente el virus de la influenza en nuestro país han seguido alejando a los turistas extranjeros que con mayor frecuencia visitaban nuestro país. Poco a poco han dejado de acudir desde los años previos a la elección federal de 2006.
Lo peor de todo es que la injusticia social revela que el 20 por 100 del sector menos favorecido de la población se reparte el 2.5 por 100 de la renta total de la nación, mientras que el 20 por 100 situado en el sector más favorecido disfruta de poco más de dos tercios del Producto Interno Bruto. Peor aún es que el 10 por 100 superior (los súper privilegiados) se apropian la mitad de estos dos últimos dos tercios (World Development, 1992, pp. 276-277; Human Development, 1991, pp. 152-153 y 186, Apud. en Op. Cit, p. 407) ¿Y usted, cómo la ve? Politólogo.
Las crisis de los “ochentas” nos dejaron ver que casi nadie ha puesto atención a este periodo. En cambio los responsables de esos desastres de la economía mundial nos hacen voltear a ver el fenómeno de 1929 que en las cifras fue menor que la crisis de los ochentas, la era de neoliberalismo. En los momentos previos de la espectacular crisis y hundimiento en 1987 de la bolsa en Estados Unidos -y en todo el mundo- muchos de los países más ricos y desarrollados tuvieron que luchar para trascender a la visión cotidiana de mendigos en las calles, así como el espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los portales al abrigo de cajas de cartón, cuando los policías no se ocupaban de sacarlos de la vista del público. En una noche cualquiera de 1993 en la Ciudad de Nueva York, veintitrés mil hombres y mujeres durmieron en las calles o en los albergues públicos, y esta no era sino una pequeña parte del 3 por 100 de la población de la ciudad que, en un momento u otro de los años anteriores, se encontró sin techo bajo el que cobijarse” (New York Times, 16-11, 1993, Apud. Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, p. 406). En el Reino Unido (1989) cuatrocientas mil personas fueron calificadas oficialmente como “personas sin hogar” (Ibid. p. 406). Todo ello como producto de una lamentable acumulación de la riqueza en menos de un 2% de la población de cada país del mundo que mantiene bajo su control poco más del 60% de la riqueza de los mismos.
La crisis de México ya ha dado las primeras señales -pero no las peores- de sus efectos más perniciosos, sobre todo si tomamos en cuenta que la crisis de Estados Unidos de Norteamérica impactó gravemente para nuestro país la economía de los migrantes mexicanos y de sus benefactores. Las remesas hacia México han caído dramáticamente; con la baja de las remesas nuestra economía reciente la escases de recursos en aquellas zonas donde cotidianamente se recibían y en donde -por cierto- el “agio legalizado” hace de las suyas sin que nadie en la Secretaría de Hacienda haga nada para detener esa especie de robo concesionado. El gobierno por su parte habla de la creación de cerca de quinientos mil empleos en actividades comunitarias. Nadie le cree, porque si deberás tuviera voluntad ya hubiera propuesto la “Ley del empleo comunitario” que tanto hemos propuesto y en poco o nada atienden.
Los efectos de las crisis en los Estados Unidos de Norteamérica le han costado mucho a México porque nuestro país ha tenido que enfrentar los perniciosos y permanentes efectos del tipo de cambio a favor del dólar, la venta a especuladores de dinero del 30% de nuestras reservas en dólares; la caída de los precios internacionales del petróleo y el agotamiento de pozos petroleros excesiva y torpemente explotados; la caída de los envíos de remesas. A esto habría que agregar el impresionante aumento de precios en artículos de primera necesidad y sin que el gobierno haga nada para evitar el agio, inclusive, en productos de la canasta básica (y todavía así hay quienes están opinando que se aplique el IVA a medicinas y alimentos). Suben los precios de los alimentos, quieren volver a subir las gasolinas -que tienen efectos inflacionarios-, además del cierre masivo de “micros, medianos y hasta grandes negocios” de los cuales la gente desiste porque no tiene ventas y no gana para pagar la nómina e incluso el alquiler de su espacio comercial. En el sector turístico las “alertas turísticas” sobre la inseguridad, violencia y más recientemente el virus de la influenza en nuestro país han seguido alejando a los turistas extranjeros que con mayor frecuencia visitaban nuestro país. Poco a poco han dejado de acudir desde los años previos a la elección federal de 2006.
Lo peor de todo es que la injusticia social revela que el 20 por 100 del sector menos favorecido de la población se reparte el 2.5 por 100 de la renta total de la nación, mientras que el 20 por 100 situado en el sector más favorecido disfruta de poco más de dos tercios del Producto Interno Bruto. Peor aún es que el 10 por 100 superior (los súper privilegiados) se apropian la mitad de estos dos últimos dos tercios (World Development, 1992, pp. 276-277; Human Development, 1991, pp. 152-153 y 186, Apud. en Op. Cit, p. 407) ¿Y usted, cómo la ve? Politólogo.
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