jueves, 10 de diciembre de 2009

Lecciones de la historia

“Sí, aunque obtuve el poder primero por las armas, una elección se llevó a cabo tan pronto como fue posible y entonces mi autoridad viene del pueblo. He tratado de dejar la presidencia en varias ocasiones, pero he recibido presiones y me he mantenido en el cargo por la nación que confía en mí”

Porfirio Díaz Mori

Francisco Velasco Zapata

Al terminar el siglo XVIII, todo el territorio de las Américas que se extiende desde el extremo norte de la Alta California y el rio Misisipí hasta la Patagonia estaba bajo el dominio de España y Portugal. La inmensa colonia portuguesa del Brasil tenía una superficie de más de 8’500,000 kilómetros cuadrados y las posesiones españolas en tierra firme llegaban a los 14’000,000 de kilómetros cuadrados. España tenía además las islas de Cuba, Puerto Rico, Trinidad, la mitad de Santo Domingo en las Antillas y la Florida -actualmente en posesión de los Estados Unidos de Norteamérica-. Fueron varios sucesos los que determinaron que la posesión y dominio de estos territorios cambiara de manos. Efectivamente, las consecuencias provocadas por la independencia de los Estados Unidos -concebida mediante la aplicación practica de los principios ideológicos de la ilustración-; asimismo, en Europa la Revolución Francesa y las guerras de Napoleón determinaron que en el primer cuarto del siglo XIX, casi todos los territorios mencionados se liberaran de la tutela europea y surgiera de ello la mayor parte de los países de América Latina.

No obstante lo anterior, también es menester recordar que desde mucho tiempo atrás los modelos de gobierno colonial habían sometido a muy injustas y penosas condiciones de vida a la mayor parte de los pobladores de estos territorios. Existían múltiples agravios resentidos por esos habitantes contra sus gobernantes, particularmente, en contra de los españoles. Los más importantes eran de carácter social y económico. Según un calculo del Barón de Humbolt se estimaba que a principios del siglo XIX había en la América española unos 17’000,000 de habitantes, de los cuales 7’500,000 eran considerados “indios”; 3’250,000 blancos; 750,000 negros y más de 5’250,000 mestizos. Las apreciaciones de los viajes de Humbolt por América le permitieron llegar a la conclusión que había conocido uno de los lugares donde existía la mayor desigualdad social que le había tocado conocer.

Los españoles y criollos que sólo constituían una pequeña parte de la población eran los dueños de casi toda la propiedad y la riqueza en la América española; sin embargo, los criollos (españoles nacidos en América) tenían ya para esa época fuerte rivalidad con los españoles peninsulares a quiénes se les denominada despectivamente “gachupines”. Era una rivalidad que superaba con mucho la que existía entre los españoles, los indios y las castas. La causa principal de esa rivalidad era que casi todos los puestos de la administración colonial estaban en manos de peninsulares: concentraban casi todo el poder y la riqueza. En esa misma lógica se encontraban los cuatro virreinatos: la Nueva España (surgido en 1535); el del Perú (1543); Nueva Granada (1711, con capital en San José de Bogotá) y el Virreinato del Rio de la Plata (1776, cuya capital fue Buenos Aires). Por ejemplo el comercio exterior en la Nueva España -fuente de las mayores riquezas- se encontraba en manos de ocho o diez casas comerciales de la Ciudad de México.

Pero eso ocurría en la colonia y siguió ocurriendo en casi todo el siglo XIX cuando México (1810), Argentina (1810), Paraguay (1815), Uruguay (1830), Chile (1818), Colombia (1819), Venezuela (1821), Ecuador (1822), Perú (1821), Bolivia (1825) y Brasil (1822) iniciaron su proceso de independencia nacional; sin embargo, las injusticias sociales se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX en casi todos esos países. No obstante, algunos de los mencionados, actualmente, tienen menos injusticias sociales sobre todo porque sus modelos económicos han ido virando de la extrema concentración de la riqueza en pocas manos (modelo neoliberal) hacia la nueva socialdemocracia, hacia el nuevo “Estado de Bienestar”, hacia nuevas fórmulas económicas que impulsen y garanticen el pleno empleo. México debería hacer lo propio y no dejar que la inercia de ciertos movimientos sociales deje al gobierno como títere sin cabeza. ¿No cree usted? Politólogo.

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