EN LA CIMA DE LA INMUNDICIA
Atribuido a una “tradición familiar” por las autoridades
municipales, el oficio de pepenador se ha vuelto la opción para muchos de
quienes llegaron a Cancún con el sueño de trabajar en los lujosos mármoles de
lujosos hoteles
Por Silvina Brizuela / Luces del Siglo
Cancún, Qna. Roo.- Es la hora del desayuno en todo Cancún. Entre enjambres de
moscas y montículos hediondos de desechos, separados del resto de los
pepenadores, comen unos tacos de guisado Karina, Valentín y Josué.
El sol castiga y el viento arrastra un olor agrio que
revuelve las tripas. Es un día cualquiera en el relleno sanitario, donde medio
centenar de personas revuelve la montaña de sobras de los ricos o de los que
son un poco menos pobres que ellos, para conseguir el pan de cada día.
En México existen doscientas mil personas que se dedican a
la recolección y reciclaje de basura como medio de subsistencia; según estudios
de Mundo Sustentable, actualmente se recicla sólo el 15% de los residuos y casi
todo proviene de lo que juntan los pepenadores.
Tres historias:
- Un muchacho delgado que se hace llamar Karina llegó desde
Chiapas con un sueño: trabajar en la Zona Hotelera de Cancún. Tres años
después, su sueño duerme bajo una inmensa pila de basura que todos los días
escarba para ganar su sustento.
- Valentín es oriundo de Chihuahua. Allí quedaron su esposa
y su hija de ocho años. Cada quincena envía a su familia cada centavo que puede
juntar. Nunca les contó cuál es su trabajo.
- Josué tiene dos oficios: albañil y pintor. Su esposa
trabaja en una tienda comercial en el centro de Cancún y tiene una hija que
cursa el segundo de primaria. La familia de su esposa lo hace a menos. Sueña
con salir de la basura y volver a la construcción.
Para Karina el día comienza muy temprano; a las siete de la
mañana ya está en el relleno sanitario y termina alrededor de las tres de la
tarde. “Desde temprano van llegando los camiones y tiran todo el material,
después pasa la maquina y uno va recogiendo lo que sirve”, dice mientras
desayuna.
- ¿Alguna vez encontraste algo de valor?-, le pregunta la
reportera.
- Ay… yo quisiera encontrar eso, pero no! A veces se
encuentran cosas que se puedan usar, como ropa o zapatos, otras personas
recogen esas cosas, pero yo me concentro en el material que se vende-, dice
Karina desangelada.
-¿Qué es lo que más se junta?
- Plástico duro y pet.
- ¿Una persona cuánto puede juntar en general? ¿Cuantos
kilos?
- Hay días en que no se junta nada, y los otros días, umm no
sabría decirte.
- Bueno, un aproximado, 50 kilos, 100 kilos…
- umm no sabría decirte…
Valentín habla mientras juega con un cochinito de plástico
que acaba de encontrar, quizás piensa llevárselo a su hija. “Ese lo está
guardando para diciembre”, comenta Josué y rompe el hielo que da lugar a la
plática.
Con la mirada esquiva, Valentín comenta que buscó trabajo
durante un buen tiempo, pero nada salía, entonces un amigo lo invitó a trabajar
en el basurero y el accedió, pensando que sería una solución temporal, le urgía
mandar dinero a su esposa. Pasó año y medio desde ése día.
-¿Qué recuerdas de ese primer día?
Valentín no los piensa para responder:
- Qué todo me daba asco. No sabía nada todavía, ni por dónde
empezar. Vinimos con un amigo directamente aquí porque en la ciudad no lo dejan
a uno. Recolecté, pero no saqué mucho.
- Josué, tienes un nombre bíblico…
- Un nombre bíblico, gracias a Dios, responde de inmediato
el tercero.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí Josué?
- Tengo cinco meses aquí, pero este trabajo no era lo que
esperaba. Yo tengo oficios: soy albañil y pintor, pero no se consigue, o haces
un trabajo y te quedan a deber, pagan la mitad y luego ya no te pagan. Por lo
menos aquí algo sacamos. Empezando no haces ni 50 pesos en el día, pero poco a
poco vas agarrando el ritmo.
El albañil devenido en pepenador cuenta que la familia de su
mujer le reclama que ya no pueda darle buen dinero a su esposa, “antes por semana
le daba buen dinero, pero ahora poco le puedo dar, y con una niña en la
escuela... Ella trabaja bien, en una tienda grande. La suegra a veces te quiere
rebajar, pero a ver qué día abandonamos éste lugarcito”.
- ¿Que es lo más duro de este trabajo?
- Es muy difícil soportar esto, sobretodo los primeros días.
No es pesado, pero la suciedad es algo difícil de soportar. Y cuando llueve es
peor, los olores, por eso hay gente que viene uno o dos días y no aguanta.
Valentín coincide con Josué: el aspecto más difícil, lo que
más le ha costado, es lidiar con la mugre. “Cuando entras todo te da asco,
después te acostumbras, ni modo, tengo una niña de ocho años y tengo que mandar
dinero”.
Karina no se preocupa por el qué dirán: “Estoy sola aquí, no
tengo a quien darle explicaciones”, dice sonriente.
Pregunta incómoda. Cuando la reportera quiso saber cuánto
puede ganar un pepenador en un buen día, se produjo el silencio que antes había
provocado la pregunta sobre la cantidad de kilos que junta cada uno.
En aquella montaña apocalíptica parece que son preguntas con
respuestas prohibidas o ignoradas. Estas personas que arriesgan su integridad
física y su salud desconocen en base a qué se calcula su magro jornal.
Valentín dice que no sabe, que las mismas personas que
recogen el material lo pesan, pero no saben cuánto sacan diario.
Karina mira de reojo a su supervisor y responde: “No podría
decirle porque a veces me voy temprano…como setescientos por semana.
Una vida pepenando. “La vida de un pepenador en el relleno
sanitario realmente es lo más controvertida y crítica que puede tener una
persona”, define Don Luna, quien es pepenador desde el año 1988 y reside en la
zona del actual relleno sanitario.
- ¿Cómo fue su vida con este trabajo?
- Un pepenador está en constante insalubridad, corre riesgo
como lo que tengo yo, manchas, contagios de los productos que tienen los
líquidos de la basura, y encima, ahora los que tienen la concesión pagan una
miseria a los recolectores. Pagan 1.20 el kilo, ellos lo venden a 3.20 a 3.50,
además sufren maltratos. Yo estuve 4 meses en este relleno, yo junté un grupo
de 28 gentes y yo vendía lo que se recolectaba y les pagaba a ellos, claro que
mucho más que lo que pagan ahora, pero por eso me corrieron.
- ¿Cómo empezó a pepenar?
- Empecé a pepenar después del huracán Gilberto, iba a la
playa y juntaba latas, bolsas y las vendía en forma particular, luego ya no
permitieron hacerlo, yo entiendo que es por el turismo, pero a la vez, de esa
forma se mantenían limpias las playas. Después seguí haciéndolo por las calles,
que es más limpio, es más salubre y ahorita es lo que estoy haciendo, yo en mi
triciclo, levanto entre 60 y 70 kilos y lo vendo en las recicladoras. Me pagan
2, 50 y a 3,00 pesos el kilo.
- ¿Alguna vez encontró algo valioso?
- Quizás algún celular que tiran, alguna cadenita de plata,
pero realmente de mucho valor nada.
- ¿Usted estudió?
- La primaria y cuando estuve en el Ejército hice el
secundario.
- ¿Cuántos hijos tuvo?
- Cinco. Ya todos están grandes, yo vivo solo. Gracias a
Dios ninguno de mis hijos es pepenador, pude darles estudio y todos trabajan.
Uno siempre quiere que los hijos vivan mejor que uno, que lleguen más lejos.
Aunque éste es un trabajo honrado, peor es andar delinquiendo por ahí.
- ¿Cuánto puede recolectar una persona diario?
- Hay pepenadores muy buenos que se recogen 200 kilos, 250
kilos diarios, pero es una matada. Un promedio sería 150 kilos. Nosotros
sabemos porque sacábamos lo recolectado y lo vendíamos por nuestra cuenta, pero
ya no nos permiten, eso no les conviene. Hay muchos intereses.
Guía oficial. “Estamos parados y aquí abajo hay un mundo de
basura”, grafica Antonio Ávila, coordinador de SIRESOL, quien oficia de “guía”
en la visita de Luces del Siglo al relleno sanitario, que en pocos meses estará
clausurado.
- ¿Cuándo llega el momento que se dice… ya está a ésta
montaña de basura?
- Se puede llegar hasta el cielo, pero conforme va creciendo
hacia arriba se va haciendo más complicada la operación. La idea es terminar la
actividad aquí en diciembre y comenzar en el nuevo terreno destinado para tal
fin, lo que será ya no un relleno sanitario, sino un parque de tecnologías.
- ¿Y qué pasa con la montaña que queda?
- Luego se reforesta, se plantan arbolitos para integrar este
espacio a la naturaleza y se aprovecha el biogás.
Ávila describe la operatividad y el tratamiento de la basura
como si fuera un trabajo del primer mundo, lejos, muy lejos de los testimonios
de los vecinos que sufren calladamente la tragedia de vivir junto a un gigante
que expele líquidos nauseabundos hacia sus pozos de aguas, quienes sufren los
olores fétidos día y noche y aseguran que el aprovechamiento del biogás en el
relleno Norte es una mentira.
Según el coordinador de SIRESOL, con las nuevas disposiciones
se puso orden sobre muchos aspectos, por ejemplo, el tema de la entrada. “Antes
entraba cualquiera y eso generaba problemas, descontrol, algunos tomaban, se
drogaban, ahora si no estás autorizado no pasas. Además, se puso orden en la
báscula porque había muchas fugas, pero ya se ajustó”, asegura.
Durante la tarde llegan los camiones de la empresa “Y dijo
mi mamá que siempre no” que ganó la licitación para comprar el material a la
pepena, propiedad del abogado Gabino-Andrade, según el coordinador de Siresol
en el relleno, que detalla que los materiales se pesan a la entrada y de esa
forma se sabe cuánto material reciclable sale del basurero; pero resultó un
misterio saber cómo pesan los pepenadores el material de su recolección
personal, porque en la cima de la montaña, donde se carga la jaula (como le
llaman a estos vehículos) no hay balanza, así que el cálculo de los kilos que
junta cada trabajador, y que sirve para el registro que devengará en su pago
semanal, se hace a “ojo de buen cubero”.
El grave problema social que evidencia las condiciones
laborales de éstas personas y las historias de sus vidas, es imposible de
ocultar y duele, aunque los coordinadores de SIRESOL denominen al insalubre y
mal pagado trabajo de recolección de basura una “tradición familiar”. “Aquí
llegan abuelitos, hijos, nietos de pepenadores, que van “heredando” la
actividad, eso sí, todos mayores de edad”, aseguran los funcionarios.