Acción colectiva responsable
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
El imperativo ético social se impone. El mundo necesita
acciones conjuntas responsables. Tenemos que superar los comportamientos
individuales. A mi juicio, por la misma continuidad de la especie humana,
apremia superar los intereses y las actuaciones particulares. Lo cierto es que
se requieren cada día, luchas más directas y eficaces, ante temas comunes como
puede ser el mismo calentamiento global o las diversas amenazas de seguridad
que soportamos, incluido el aumento del extremismo violento. Nuestra
responsabilidad de proteger el planeta
y, por ende, la propia humanidad, ha de hacernos verdaderamente observadores de
nuestros semejantes, sobre todo para iniciar y fortalecer un proceso de
autenticidad que favorezca el encuentro y la convivencia.
Ahora bien, difícilmente se puede observar nada, si luego
algunos países no permiten visitas a miembros activos de asociaciones de
gobierno global, dispuestos a facilitar la cooperación en temas de asuntos
humanitarios y derechos humanos. Estas figuras públicas, que son vitales para
la paz en el mundo y para el fomento de la acción colectiva responsable,
precisan del apoyo íntegro de toda la humanidad. De lo contrario, las trágicas
experiencias de anteriores siglos volverán a repetirse y la más elemental
comprensión de la dignidad humana quedará en entredicho, con lo que ello supone
de sufrimiento y desesperación para todos.
Ciertamente, vivimos en la desconfianza más universal ante
la multitud de muros instalados. El virus de la apatía también se ha instalado
en nosotros, lo que nos impide hasta reencontrarnos con nosotros mismos. La
desilusión nos puede tantas veces, que apenas avanzamos para encuadrar los
intereses particulares de los pueblos en una visión coherente de familia humana
y de bien colectivo. Difícilmente vamos a transformar patrones de consumo con
esta mentalidad absurda y egoísta de algunos actores. Sabemos que ningún sector
puede detener el cambio climático o restaurar la biodiversidad por cuenta
propia, que ninguna entidad puede acabar con la pobreza o promover la equidad
por sí sola; sin embargo, hacemos bien poco por actuar concertadamente.
Insisto, es tiempo de la acción colectiva responsable, de
que los diferentes gobiernos, empresas, inversionistas, educadores,
científicos, y toda la ciudadanía en general, se disponga a trabajar por la
equidad social y la protección ambiental, por la especie humana en definitiva
habite en el lugar que habite. Es urgente, entonces, promover iniciativas
globales que tengan como objetivo principal a toda la especie humana, bien sea
para la educación de los hijos, bien sea para la atención de los ancianos, bien
sea para activar la dignidad de todos los ciudadanos, consolidando las relaciones
entre todas las generaciones, para caminar unidos en la misma dirección de
reforzar el tejido humano.
La deshumanización nos encamina a un mundo de imposible
convivencia. No podemos ser tan irresponsables. Hoy más que nunca demandamos el
compromiso de la acción acumulada e intergeneracional; puesto que, hasta la
misma alegría de vivir frecuentemente se desvanece, la falta de consideración y
la violencia crecen, la desigualdad entre unos y otros es cada vez más
evidente. Hay que luchar por encontrar una luz y, a menudo, para vivir con poca
dignidad. Realmente cuesta entender la pasividad con nuestra propia estirpe.
¿Cómo podemos permanecer indiferentes ante tantas muertes humanas que pueden
evitarse? Esta es la cuestión que debiéramos reflexionar.
En este sentido, un experto de Naciones Unidas acaba de
señalar que, cerca de trece millones de muertes y una cuarta parte del total de
las enfermedades, se deben a factores ambientales, como la contaminación del
agua, el aire y la tierra. Ante este desolador panorama hay que decir ¡no! a
esta forma de vivir, tomando parte activa en asegurar el valor de la vida humana,
y esto no hay otra forma de conseguirlo que con la acción colectiva
responsable. Multitud de seres humanos, no sólo se ven excluidos y marginados,
se les condena de por vida, a una existencia sin horizonte y sin salida alguna.
Ya no sólo se explota y se oprime a seres humanos, se les trata como productos
sobrantes de un sistema selectivo y antihumano. Esta es la realidad de un mundo
cada vez más anestesiado, adherido a un poder dominador que mata en lugar de
servir. Comprenderá, pues, el lector que subraye la urgencia de establecer un
final para este desconcierto mundano, o acabará estableciéndose un fin para la
humanidad más pronto que tarde. Tiempo al tiempo.