El efecto conciliador del papa
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Hoy el mundo requiere, como siempre, personas de paz;
capaces de desactivar odios y venganzas y de construir un orden social
verdaderamente justo. Personalmente, siento una enorme gratitud hacia el Papa
Francisco, afanado en proclamar un amor reconciliador, de acercamiento entre
unos y otros. Es la armonía, la conciliación, el incentivo de sus gestos y
palabras. Naturalmente, en su propio acontecer diario se refleja la pobreza de
Cristo. Ahí radica, a mi juicio, el entusiasmo de un hombre coherente con sus
acciones. Sus palabras siempre cantan todo lo bello, lo hace a través de la
alegría del Evangelio, con la ilusión de injertar horizontes que nos
fraternicen, máxime en una sociedad
acostumbrada a la exclusión social, a la polarización más indecente y a una
desigualdad desvergonzada. Ante estas tristes realidades, recibir un mensaje de
esperanza, en un momento en el que se traicionan tantos valores humanos, sin
duda es el mejor estimulante vital para una especie pensante. A veces es la
falta de ilusión lo que nos hunde, el vivir cada uno para sí, en lugar de para
todos. Otras es el delirio, la ambición por el dominio terrenal. Y, en todo
caso, siempre la simpleza como abecedario, en un mundo de parlanchines
empeñados en demostrar que tienen talento. Por desgracia, olvidamos con
frecuencia que la necedad es la madre, y también el padre, de todos los males.
Quizás, ante el aluvión de maldades que generamos cada cual,
deberíamos aprender a avergonzarnos más ante nosotros mismos, que ante los
demás. Precisamente, cuando el Cabeza de la Iglesia católica habla de una
revolución de la misericordia, lo que viene a decirnos es que todos,
absolutamente todos, tenemos que cambiar en profundidad nuestro corazón, para
poder identificarnos con el sufrimiento de los demás. Cuántas veces nosotros
miramos hacia otro lado para no ver a los marginados. Tal vez algún lector
piense que lo importante no es lo que haga, o diga, un líder religioso como el
Papa, sino que es el pueblo, con sus gobernantes, los que han de derribar muros
y establecer alianzas. No obstante, nadie me negará que cuando, en nombre de
una ideología, se quiere expulsar al Creador de la colectividad, se acaba por
adorar a ídolos, y rápidamente el ser humano se pierde, su dignidad brilla por
su ausencia al ser pisoteada, y los más innatos derechos son violados sin
compasión alguna. Cada día estoy más convencido, pues, que son las convicciones
religiosas las que más pueden colaborar en la reconstrucción moral que el
planeta tanto necesita. Indudablemente, me refiero a aquellas religiones que
rehúyen de la tentación de la intolerancia y del sectarismo, y que promueven
actitudes de amor, respeto y diálogo constructivo.
Por consiguiente, el referente del Papa Francisco como
servidor del ser humano, nos traslada el compromiso, tan poco usual en estos
tiempos que vivimos, en favor del bien colectivo. En cualquier caso, hay algo
que nos une a todos, y es el camino de la vida, cada uno con su propia
identidad. Así, también nos alegra que, a la expectativa que genera todos los
años la participación de los jefes de Estado en la Asamblea General de Naciones
Unidas, la cita política internacional por excelencia, este año se le suma la
visita del Pontífice y la Cumbre especial para la adopción de la nueva agenda
de desarrollo para 2030, en la seguridad de que hasta con su silencio
despertará conciencias. Sin duda, es el guía de la reconciliación del ser
humano consigo mismo y con el equilibrio ecológico del orbe, que rechaza con
firmeza una mentalidad fundada en la confrontación y la rivalidad; promoviendo,
sin embargo, una cultura modelada en lo armónico y en los más nobles valores
tradicionales. Desde luego, se ha ganado a pulso que se le considere el
activista de la cultura del encuentro, de las nuevas oportunidades para la
interlocución. Sólo así se pueden superar las diferencias, ya que si importante
es asegurar una vida digna para todos, así como la salud del planeta para las
generaciones futuras, no menos esencial es construir una sociedad de veras
tolerante e inclusiva.
Esperamos que este efecto conciliador del Pontífice
Francisco traiga al mundo la paz que todos ansiamos, sabiendo que el mundo de
Dios, -como dijo este Pastor Universal, en más de una ocasión-, "es un
mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de
todos". Al fin y al cabo, cuando el ser humano pierde de vista este
horizonte deja de embellecerse para encerrarse en su propio egoísmo, que lo
lleva a la indiferencia más cruel con sus análogos, y por ende, a la
desesperación y al abandono hasta de sí mismo.
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