Algo más que palabras
El gozo de la mente abierta
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
La realidad no se puede omitir. De un tiempo a esta parte,
el mundo ha crecido en conflictos, el extremismo violento te lo encuentras en
cualquier pueblo, los desplazamientos y la demanda de asistencia humanitaria es
casi un diario de supervivencia en muchos rincones del planeta; por lo que
habría que pensar en esto, en sus causas, y en proteger entre todos otro
bienestar más de la mente que del cuerpo; y, en cualquier caso, accionar el
cerebro para la solución pacífica de las controversias, mediante el respeto
mutuo entre culturas, maneras y modos de vivir, credos y filosofías, y demás
líneas, que puedan crear divisiones. Frente a esta situación, ¿cuáles son las reacciones?. Desde luego, no podemos encogernos de
hombros. La resignación es un suicidio colectivo. Pienso que debemos leer
cualquier escenario con altura de miras y horizontes amplios, sin
catastrofismos y sin miedos, tal vez tengamos que ejercitar mucho más la razón,
aunque solo sea para reinventarnos y crecernos humanamente. De ahí la
importancia de tener en cuenta las necesidades sanitarias y sociales que surgen
en cada etapa de nuestra existencia: de la infancia a la niñez, la
adolescencia, la madurez y la vejez.
En efecto, cada día son más las personas a las que se les
niega la consideración, el reconocimiento, la autoestima y la posibilidad de
tomar decisiones. No importan las edades. Por consiguiente, esta forma de vivir
mezquina y alocada, en tensión permanente y sin momento alguno de sosiego, lo
que acrecienta es un estado de malestar, infortunio, desventura y penuria, que
influye negativamente en el ser de las personas, en su propia salud mental. No
olvidemos que los trastornos mentales y los trastornos ligados al consumo de
sustancias son la principal causa de discapacidad en el mundo. Según avanzan
los años se observa también que se suicidan más personas y que, el suicidio, es
la segunda causa de muerte en el grupo de quince a veintinueve años de edad. No
cabe duda, que esta manera de vivir, en permanentes apuros y aprietos, tienen
efectos importantes en el bienestar psicosocial; ya no digamos con las guerras
y las catástrofes, capaces de dejarnos sin aliento.
Por eso necesitamos mentes abiertas, pensamientos
aperturistas, que sepan acoger y ayudar a tantos necesitados de un bienestar
digno. Ciertamente, somos muy propicios a estigmatizar a personas con ciertos
desequilibrios y a excluirles degradándolos. Nos alegra, pues, que aunque solo
sea por un día reflexionemos colectivamente sobre la dignificación del ser
humano. Precisamente, este año la Organización Mundial de la Salud,
coincidiendo con la universalidad del día, el 10 de octubre, pretende crear conciencia
de lo que se puede hacer para garantizar que las personas con problemas de
salud mental puedan seguir viviendo con dignidad, a través de una orientación
política de derechos humanos y del derecho, amén de otras deferencias. A este
respecto, es de elogiar la labor de diversas asociaciones que llevan años
luchando por la inserción laboral de un enfermo mental, al que se suele excluir
sin miramiento alguno. Y es que, nuestra percepción de dicha enfermedad, está
seriamente deformada. No es justo que este recelo persista, puesto que las
conductas agresivas son propias de enfermos que no siguen una medicación
adecuada, pero eso no suele ser lo habitual en estos casos. Ellos son los
primeros interesados en su salud, puesto que suelen ser conscientes de la situación
en la que viven.
Quién es quién para truncar savia alguna. No desaprovechemos
los imperios del futuro que serán los estados de todas las mentes. A más ideas,
mayores puertas a la vida. No hay porvenir para ninguna tribu, para ninguna
sociedad, si no sabemos ser todos más copartícipes. La fraternización, por lo
tanto, como modo de hacer camino, como ámbito vital para allanar tensiones,
genera una sensación de luz que nos cautiva y protege. Hoy en el mundo hay una
escasez de una auténtica coherencia entre lo que se dice y se hace. Con
frecuencia, no pasamos de las palabras y apenas alcanzamos compromiso alguno.
Demasiada autocomplacencia y escaso pensamiento siempre en desarrollo. La
mediocridad nos puede. Y esto nos sucede, a
mi juicio, por esa falta de arranque universal, con lo que ello supone
de necedad. Hemos de aprender a aprender, a buscar el corazón al contexto, más
allá de nuestros exclusivos intereses mundanos.
El orbe sería más saludable para todos, si en verdad cultivásemos en
armonía, el abecedario del ingenio con la lengua del corazón y la de las manos,
o lo que es lo mismo, si recapacitásemos en correlación entre lo que sentimos y
hacemos.
En este sentido, entre lo que se razona y se forja, está la
disposición de la mente para convenir las palabras con el intelecto. Así, por
muchas cadenas que nos impongan, es la percepción la que hace al individuo
libre o esclavo. Lo mismo sucede con el proyecto global de nuestra existencia,
que no ha de tener otro fin que la de vencer el egoísmo para donarnos. El
ejemplo de las agencias humanitarias, que suelen brindar apoyo psicológico a la
población tras un desastre puntual, pero después suele descuidarse o
abandonarse dicho sostén, debería hacernos cambiar de posición, pues el auxilio
tiene que ser continuo. La cuestión no es ayudar en el momento, que también,
sino en proseguir incondicionalmente en la tarea. Además, si observan, aquellos
que viven para los demás como actitud de vida, suelen ser más felices que los
que viven en el encerramiento individualista. Al fin y al cabo, como decía
aquel viejo escritor griego, Plutarco, "el cerebro no es un vaso por
llenar, sino un lámpara por encender". Cuánta razón hay en ello. La vida
carece de valor si no nos produce dichas. Claro que sí. Lo más valioso de un
colectivo racional, a mi juicio, es que se deje cultivar asimismo, que sepa
ilustrarse junto a sus semejantes, para suavizar el carácter, alegrar el ánimo
y vestirse de solidaria poesía.
Indudablemente el mundo de hoy, como el de ayer y el de
mañana, va a seguir necesitando de mentes y corazones abiertos, y estos han de
estar en plena forma pensante para armonizar pensamientos. Me parece, en
consecuencia, una buena noticia que la comunidad internacional esté cobrando
cada vez mayor conciencia de que la salud mental si importa, y mucho, en el
devenir de nuestra historia. Lástima que haya sido una de las cuestiones más
descuidadas; y, sin embargo, es esencial para poder avanzar como seres humanos
y tomarnos la vida de otro modo, con más alegría si cabe. A poco que miremos a
nuestro alrededor, advertiremos multitud de personas que van de acá para allá,
con un sentimiento de tristeza, que les impide hasta caminar. La
estigmatización de la depresión y de otros trastornos mentales es tan fuerte,
que algunos ciudadanos han optado por no acceder a tratamiento alguno.
Cuidado con este espíritu apenado, puede matarnos mucho más
rápido que una bacteria, y ya que estamos destinados a vivir nuestras vidas en
la celda de nuestra imaginación, no sólo activemos la curiosidad, sino que
también amueblémosla bien. Tampoco engendremos reptiles en la mente por nuestra
falta de horizonte y perspectiva. También la inactividad destruye el intelecto.
Somos personas de pensamiento vivo, pero si este nos corrompe, también puede
corrompernos el alma, no en vano pensamos no sólo con la cabeza, también con el
corazón, con el espíritu, con todos nosotros mismos. Es esto, precisamente,
pensar bien y saludable, algo que es mucho más gratificante que saber. Para
empezar, un hombre que no piensa en sí mismo difícilmente puede pensar en algo,
por mucha inteligencia que posea. Por tanto, a la idea aristotélica de que
"piensa como piensan los sabios, pero habla como habla la gente
sencilla", se me ocurre añadirle, y también invéntate la paz y sueña con
poseerla cada día como compañera de ruta, para confluir con percepciones
despejadas. En el fondo, son las relaciones entre nosotros, lo que
verdaderamente nos sustenta a vivir, porque es lo que da sentido a nuestra
vida. ¡Considerémoslo!.
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