Un mundo sin proyectos humanos
Reconozco que cada día me cuesta más vivir en este mundo de
necedad, donde los hechos inhumanos proliferan por doquier. Estamos siempre
renegando de todo y de todos, a veces por nada, pues lo importante no es
destruir caminos, en ocasiones por absurdo patriotismo, sino elevar puentes que
den cobijo al ser humano, provenga de donde provenga. Personalmente, hace
tiempo que lo vengo advirtiendo en sucesivos artículos. Sin duda, este drama
deshumanizador, que solo entiende de prosperidad material y de egoísmos, debe
hacernos repensar sobre nuestros innatos principios para poder enmendar
proyectos que nos hagan volver al verdadero descubrimiento existencial: ¡de un
mundo, un corazón!
Para llevar esto a buen término, los líderes no pueden ser
insensatos y eludir sus responsabilidades y obligaciones, ya no sólo en virtud
del derecho internacional, también como guías de una sociedad que no puede
atrofiarse en su proceder y, aún peor, decaer moralmente. Así no es posible la
convivencia humana, pero tampoco la continuidad de un linaje globalizado, que
vive de las apariencias y del engaño continuo de unos contra otros. Ahí tienen
el caso de los refugiados. Necesitan ser tratados de manera humana a lo largo
de la ruta de los Balcanes occidentales para evitar una tragedia humanitaria en
Europa, pero actuamos con una indiferencia que nos deja sin alma. Quizás los
migrantes que no estén en necesidad de protección internacional también deban
ser devueltos rápidamente a sus países de origen, pero hacemos nada por activar
la madurez de lo que somos: seres
pensantes. Por tanto, es hora de aunar esfuerzos de lucha contra los planes
interesados de destrucción de vida y deshumanización, perpetrados en parte por
ese otro mundo de privilegiados dominadores, que presentan las cosas como si
fueran buenas, inventando hasta políticas sociales que no son, cuando la
realidad cotidiana nos insta a ser constructores de existencias desde la
donación, con un compromiso más éticamente humanístico.
Un mundo sin proyectos humanos no cabe en continente alguno.
Pongamos por caso, el continente europeísta, uno de los espacios activistas de
la cultura occidental, sumido en no saber acoger vidas humanas, en tantas
turbulencias económicas y de finanzas, con un auténtico naufragio corrupto
muchas veces y, sobre todo, con una frialdad de espíritu sin precedentes. Lo
que conlleva una falta efectiva de preocupación por los demás, activada por una
ruin concepción del ciudadano incapaz de abrazar la verdad y de vivir, en su
conjunto, una verdadera ciudadanía de dimensión social. Lo mismo sucede con
África, la cuna de la humanidad, incapaz de mantener el reto de su esencia y el
turismo por culpa del terrorismo y el ébola. Sabemos que los peligros estallan
allí donde la gente sufre mala gobernanza y violaciones de derechos humanos,
pero hacemos nada por fraternizarnos. Mucha gente todavía se dedica al culto de
los ídolos. En idéntica deshumanización se mueve el continente asiático, el más
extenso y poblado del planeta, hundido en los riesgos de las disputas territoriales,
la presencia de armas nucleares y la pobreza extrema de millones de personas.
Igual semejanza para los continentes de América y Oceanía, donde el desencanto
y la pobreza genera conflicto, ante la injusta distribución de ingresos e
inclusión social. Por suerte, algunos pueblos aún conservan instintivamente un
fuerte sentido de comunidad, aunque en ocasiones nos desborda el odio y la
venganza, en lugar de la reconciliación y el vínculo humano. Y, por si fuera
poco el desajuste en el cosmos, los efectos de nuestro irracional caminar,
donde todo lo contaminamos y destruimos.
Por todo ello, tal vez nos falte corazón y nos sobre mundo
para abordar la desorientación que vive la especie humana en el momento actual.
En realidad, hemos convertido al planeta en lo que somos, en un linaje de
irresponsables endiosados. Se me ocurre meditar, dado que el día 6 de febrero,
se celebra el día internacional de tolerancia cero con la Mutilación genital
femenina, en la tendencia creciente, por parte del personal con formación
médica, de este tipo de aberraciones humanas. Lo mismo de preocupante es la
progresiva pérdida de biodiversidad, pero la pasividad es tan manifiesta que
nos deja sin verbo, o sea sin coraje, para ser más cuidadoso hasta límites que
nos degradan, ya no sólo la calidad de vida humana, también la arrogancia con
la que nos tratamos unos a otros. El problema es que no disponemos todavía de
proyectos verdaderamente humanos, capaces de humanizarnos, y así poder
enfrentar esta crisis de humanidad, con liderazgos auténticos que marquen
caminos que nos hermanen, buscando atender las necesidades de todos, sin
excepciones, mundializando los sistemas normativos que incluyan límites
infranqueables en favor de la ciudadanía de todo el planeta. Al fin y al cabo,
todos estamos conectados a todo, por eso se requiere un constante desvelo ante
los problemas de la sociedad, con la ternura necesaria, la compasión precisa y
el activo humano como desvelo.
Sin duda, el mejor proyecto humano es aquel que invierte en
las personas. Desde luego, no puede haber pilar social, si antes en el mundo no
se fomenta el espíritu comunitario, escuchando la voz de los pueblos, de todos
los pueblos, teniendo en cuenta su situación para poder interpretar de manera
adecuada sus expectativas. A mi juicio, únicamente, el ser humano progresa,
cuando su interior se reconoce como parte de la vida. No cabe, pues, la
exclusión o marginalidad de nadie. Aquella ciudadanía excluyente es una
ciudadanía inhumana en retroceso que, por otra parte, jamás será feliz. Con
razón hoy en día, la buena salud mental es fundamental para que las personas
materialicen su potencial, superen el estrés normal de vida, trabajen de forma
fructífera y hagan aportaciones a su comunidad. En esto también quedan muchos
aspectos por resolver, y así acrecentar nuestra innata humanidad, como el
descuido de los servicios y la atención a la salud mental o las violaciones de
los derechos humanos y la discriminación de las personas con trastornos
mentales o discapacidades psicosociales.
Sea como fuere, este número cada vez mayor de
interdependencias y de comunicaciones que nos entrecruzamos, nos exige cuando
menos ser más comprensivos, sabiendo que todos los continentes con sus mares
forman una unidad y que su ciudadanía comparte un destino común. Las numerosas
situaciones de desigualdad, pobreza e injusticias, nos revelan una profunda
falta de proyectos humanos. Por desgracia, no pasamos de las meras intenciones.
Aún nos falta sentirnos parte unos de otros para poder avanzar como especie.
Unos hablarán de la fraternidad de los humanos. Otros conversarán de la
solidaridad entre humanos. En cualquier caso, convendría reeducarnos en los
sentimientos de auxilio, pensar en los vínculos que nos unen, madurar sobre la
base de un auténtico corazón generoso, florecer despojados de codicia; y, así,
podremos acrecentar otros lenguajes más del orbe que de la tierra. Seguramente,
deberíamos dejarnos absorber por lo armónico, y eso sólo se conjuga con la
bondad y la verdad, con la belleza y la conjunción, con la consideración a toda
vida por insignificante que nos parezca. Confiemos en que los planes educativos
sepan obtener en un futuro próximo lo mejor de cada uno y alcancemos, de este
modo, las más altas cotas de humanidad jamás conseguidas. En ocasiones, basta
con que un ciudadano respete a otro para que el respeto vaya corriendo por toda
la ciudadanía. ¡Probémoslo!
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