La margarita de la incertidumbre
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Parece que la margarita de la incertidumbre en el mundo nos
está dejando sin palabras. No acabamos de deshojarla. Abrigamos una multitud de
inseguridades como jamás. Hasta los mismos cascos azules operan en escenarios
cada vez más problemáticos. Hay un incremento galopante de peligros para
trabajadores humanitarios en zonas de conflicto que no tiene precedente. Nadie
respeta ya a nadie. Por desgracia, somos una generación irrespetuosa hasta con
nuestra propia naturaleza, con los derechos humanos y nuestro hábitat, y así no
podemos mirar al futuro con esperanza. Todo se distorsiona de manera grosera,
en lugar de activar diálogos abiertos y compresivos. La estima por la vida de
nuestros análogos apenas vale nada. Somos una sociedad interesada, aburrida,
sin creatividad, que ha tomado la confrontación y la violencia como lenguaje.
Únicamente entendemos de disputas. Ahí está el caso de China, donde lo
prioritario no es conversar, sino tomar como estrategia los misiles. Olvidamos
que la mejor defensa para mantener el sosiego es más de palabra que de armas.
La necedad nos puede, y realmente invertimos más dinero en armamento militar
que en programas de paz o en programas sociales, que nos hagan crecer como
ciudadanos de bien.
La muerte espiritual es la enfermedad de este siglo. El ser
humano se ha desposeído de sus sentimientos. Sin ellos somos prácticamente
piedras. Debiéramos poner en práctica las buenas disposiciones, un mejor temple
y una mejor escucha. Desde luego, el futuro de una especie se sustenta por el vínculo
responsable de los grandes valores humanos, aquellos que han forjado la
identidad de nuestra existencia. Los que cuidan su propia alma respetan su
propia vida y la de los demás; puesto que la realidad es más interior que
exterior, más de la mente y de la sabiduría que de las pasiones y necedades. La
ofuscación de esta evidencia, no solo nos desorienta, también nos deja con poca
fuerza para la construcción de una sociedad pacífica y para el desarrollo
integral de individuos, pueblos y naciones. En consecuencia, no ha de haber
reticencias a la hora de propiciar el bien colectivo, que también pasa por el
respeto a su dimensión trascendente de la persona, que no puede prescindir del
aspecto moral o los derechos fundamentales, civiles y sociales que, sin duda,
todos nos merecemos como ciudadanos de un mundo global.
Por consiguiente, ninguna institución que se precie de
defender a sus ciudadanos, puede premiar la mezquindad, la falta de respeto,
como puede ser la identidad religiosa en una sociedad pluralista. En ocasiones,
tenemos carencias en la educación cívica, sobre todo en la consideración de la
identidad y los principios cristianos y de las otras religiones, detectándose
fuertes resistencias a reconocer el papel público de la religión. Y, sin embargo,
el compromiso es fundamental para esa toma de conciencia ciudadana que nos hace
reencontrarnos con ese espíritu humano que nos diferencia de los animales. La idea kantiana de que "la religión es
el conocimiento de todos nuestros deberes como mandamientos divinos";
cuando menos nos hace repensar, con lo que esto conlleva de purificación, de
búsqueda de la verdad y el bien, de consuelo y de ayuda, en un orbe cada vez
más confuso y plagado de incertidumbres. De ahí, también la importancia de que
la justicia social se active para eliminar tantas barreras que nos enfrentan
por motivos de género, edad, raza, etnia, religión, cultura o discapacidad.
Por todo ello, es un signo de esperanza frente a esta
incertidumbre que soportamos, en mayor o en menor medida, que cada vez se alcen
más voces que piden una vida digna para todos con igualdad de derechos y
respeto hacia las distintas voces de los poblados del mundo. El veinte de
febrero celebramos, precisamente, este Día Mundial de horizontes amplios para
construir un mundo más justo, en el que todas las personas puedan cuando menos
vivir y trabajar con libertad, dignidad e igualdad. Sería bueno, pues, impulsar
el poder de la fraternización, en este mundo tan dispar, pero a la vez
enriquecedor. Promovamos oportunidades
para todos. Esta es la cuestión para lograr un crecimiento equitativo y
sostenible para todos, sin la perplejidad de los retrocesos que nos dejan sin
alma humana. En nuestro empeño por crear un mundo más sensato, redoblemos
nuestros esfuerzos; ¡hagámoslo ya!, con autenticidad e ingenio, no desde la
falsedad y la estupidez.
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