La estupidez humana
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Somos de una estupidez supina. Nos mueve la simpleza de la
veneración de los ídolos. Y, sin embargo, apenas nos conmueve que nuestros
propios entornos sean poco saludables. ¿Dónde está nuestro intelecto?. La
majadería insiste siempre, vuelve a todos los foros, que no suelen aportar nada
para el cambio, sino más de lo mismo, a pesar de que la propia especie pensante
esté en peligro. Lo que domina son las dinámicas de una economía sin moral
alguna y de unas finanzas carentes de ética. Nada importa que las enfermedades
no transmisibles como embolias, infartos, cáncer y padecimientos respiratorios
representen dos tercios de las muertes debidas a espacios contaminados. Para
desgracia nuestra, en lugar de despertar, continuamos torpemente impurificando
aguas, desnaturalizando cauces, adulterando hasta el mismísimo aire, mientras
nos quedamos tan indiferente, tan pasivos, tan adormecidos. A veces pienso que
nos han adoctrinado en la indiferencia, en el borreguísimo de dejar pasar, de
dejar hacer; pues, nada parece decirnos que unos 12,6 millones de personas
mueran cada año debido a que viven o trabajan en entornos poco higiénicos,
aunque lo avale un estudio reciente de la Organización Mundial de la Salud
(OMS).
No hay mayor destrucción para el propio ser humano que él
mismo, que su estúpida maldad oculta en los numerosos dobleces que tenemos en
nuestra personalidad, en nuestro modo de vivir excluyéndonos unos a otros, en
nuestra singular convivencia. Es cierto, el cambio empieza por cada uno de
nosotros. Todos formamos parte de la solución. Ahora bien, tenemos que dejar de
ser el problema. Por muchos cerebros que cosechemos, a través de las enseñanzas
superiores, sus actuaciones van a ser estériles contra cualquier torpeza,
disparate, desatino, insensatez, dislate, que esté de moda. Considero, en
consecuencia, una importante noticia que el próximo veintidós de abril, líderes
procedentes de todo el mundo, se reúnan en la sede de las Naciones Unidas en
Nueva York para firmar el histórico Acuerdo de Paris, sobre el cambio
climático. Indudablemente, hallaremos soluciones adecuadas si actuamos juntos y
armónicos. A mi juicio, hoy más que nunca, precisamos fomentar réplicas
colectivas, generadas desde el profundo amor a la vida. Sólo así podremos ser
capaces de superar actitudes de desconfianza y promover una cultura de la
solidaridad, del encuentro y el diálogo. Más pronto que tarde deberíamos
fraternizarnos con la sencillez, la naturalidad y la llaneza. Nadie es más que
nadie. Y todos somos necesarios, mal que nos pese.
Decía, precisamente, Albert Einstein que "todo el mundo
tiene que sacrificarse de vez en cuando en el altar de la estupidez"; y,
en verdad, cuando menos deberíamos reflexionar sobre ello, pues no basta tener
conocimientos, es necesario saber utilizarlos con responsabilidad. A mí,
personalmente, me cuesta comprender las riadas de daños que nos hacemos
mutuamente; algo estúpido, pero que está ahí, en cada esquina, en cada rincón
de nuestro planeta. ¡Cuántas veces jactándonos de sabios nos volvemos estúpidos!. Sea como fuere, este horizonte de luces y
sombras debe hacernos a todos plenamente responsables. Al fin y al cabo, como
decía José Saramago, "somos la memoria que tenemos y la responsabilidad
que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no
merezcamos existir". Naturalmente, sí cada uno cuida su espacio, los
espacios estarán protegidos. Es cuestión de compromiso.
Nos hace falta comprometernos con la autenticidad, pues
siempre somos el principal responsable de lo que nos pasa. En ocasiones, pienso
que estamos ante un enorme y dramático choque de maldades que nos sobrepasan;
y, en medio de este conflicto, donde los incautos, estúpidos y malvados
conviven, todos nos vemos implicados de alguna manera; y, por consiguiente,
obligados a participar activamente, con el encargo ineludible de elegir incondicionalmente en
favor de la vida, en favor de nuestra casa común, en favor de nuestra
existencia, de nuestro linaje en definitiva. He aquí la palabra justa que nunca
perderá vigencia: no es la violencia la que puede todo, sino el amor; tampoco
es la estupidez concienzuda la que tiene la última palabra; sino la astucia, la
sagacidad, la perspicacia, la que nos hace modificar actitudes, haciéndonos
llorar ante nuestros errores y ante nuestras altanerías. ¡Aceptemos la
enmienda!. Ya saben, también rectificar a tiempo es de sabios. ¡Muera la
estupidez humana!.
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