Abrazando el sosiego
He puesto un espejo en el umbral de mi cama
para verme el alma cada día al despertar,
y así recordar que el único juicio verdadero
es el de Dios con su piedad que nos serena,
y nos amansa con la púrpura esperanza del sol.
No hay que ponerse en el lugar del Creador,
hay que vivir con él y por él en la poesía,
tejer con benevolencia lenguajes claros,
que nos viertan gozos y nos reviertan sosiego,
que nos infundan luz y nos injerten paz.
Lo armónico nace en todos y por todos vive,
no conoce de hipocresías, sí de lealtades,
tampoco concibe la desunión, sino la alianza,
quizás, por eso, tengamos que juzgar menos
y juzgarnos más, cuando menos para crecer.
Hemos de saber que no hay bajada sin subida,
descendamos cada cual para ascender unidos,
encendamos la compresión,
que comprender
es el principio para sentirse bien consigo mismo,
pues la bondad es lo único que nos engrandece.
Solamente hace falta querer hasta el extremo
de alcanzar el fin, que no es otro que vivir
para sí en los demás; sólo, de este modo,
hallaremos la verdad de lo que somos, un alma
con la vivencia poderosa de sentirse fuerte.
Agotados de clamar en la más honda soledad,
requerimos de la sublime fortaleza como símbolo
de concordia, demandamos poder andar y ser
lo que queramos ser dentro de ese espíritu libre,
y renunciamos a las cadenas aunque de oro sean.
Libéranos Señor de las prisiones que nos aprisionan,
llévanos a tu morada celeste para alzar el vuelo,
y así poder dejar tras de sí este horizonte soberbio,
de arrogancia sin límites, para envolvernos en ti,
mientras los ojos se nos cierran por la pereza mundana.
Injértanos otros sentimientos más puros, y de más vigor,
danos cobijo y llévanos a tu mesa para darnos aliento,
antes de que la tenebrosidad nos trasplante para siempre
a una atmósfera malvada, donde nadie conozca a nadie,
pues hay olvidos que matan, e indiferencias que asesinan.
Víctor Corcoba Herrero
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