Al rescate de un mundo desunido
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
El proyecto de una sociedad libre y unida ha de ser el
objetivo de una civilizada especie que aspira a ser cada día más virtuosa
poéticamente, o lo que es lo mismo, más igualitaria y fraternal. El mundo del
arte y de las letras, de los cultivados o de los incultos, han de contribuir a
que esta unidad deje de ser un amor imposible, y pase a ser una realidad que nos
refuerce las ganas de vivir. Quizás tengamos que despojarnos de tantos modelos
dominantes, casi siempre dominadores, y trabajar más desde otras coordenadas de
servicio, que incentiven otros patrones de vida más justos. Con urgencia tenemos que ir al rescate de
unos moradores divididos, que siembran odios y venganzas por doquier, que
restan esperanzas y libertades. La cultura de la esclavitud no ha cesado de
imponerse. Cada día hay más personas encadenadas a la explotación sexual, al
reclutamiento forzoso, sobre todo de niños, para ser utilizados en conflictos
armados, más opresión como el matrimonio obligado, más trata de personas, más y
más muros que nos dejan sin aire para poder respirar. Esta es la situación,
pues aunque los dirigentes mundiales al aprobar la Agenda 2030 se
comprometieron a consolidar la prosperidad, la paz y la libertad para todas las
personas, lo cierto es que aún no hemos pasado de las palabras a los hechos.
Cuántas veces se nos injerta ser esclavos de uno mismo sin apenas percibirlo.
Es evidente que la necedad, el adoctrinamiento, nos lleva por caminos que nos
impiden ser lo que uno quiera ser.
Indudablemente, son muchos los seres humanos que mueren
esclavizados a diario, sin cariño alguno, sin consideración alguna, desunidos
de lo humano, como meros objetos. La cultura del uso y disfrute, y cuando no me
sirve, lo margino con la indiferencia, es algo tan real como la vida misma. Ahí
están esas mujeres que se venden y encierran en burdeles, al fin llorando a
lágrima viva. O tantas gentes encerradas en fábricas clandestinas en
condiciones de servidumbre permanente, con unos salarios bochornosos y sin
posibilidad alguna de poder llegar a pagar sus deudas. Bien es verdad que la
esclavitud hace tiempo que se declaró como una afrenta a la humanidad, y hasta
se elevó a los altares una celebración (2 de diciembre), pero lo verdaderamente
cruel es que lejos de avanzar en liberarnos, estamos retrocediendo a épocas
pasadas. Bajo estas mimbres, que tantas puertas nos cierran a la esperanza, es complicado
unirse, activar la concordia e impulsar un corazón humanamente globalizado.
Precisamente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que
veintiún millones de personas en el mundo son víctimas de trabajo forzoso en la
actualidad, lo que genera unos ciento cincuenta mil millones de dólares anuales
de ganancias ilícitas en el sector privado. Todo este cúmulo de contrariedades
hace que el planeta sea incapaz de ensamblarse en esa ansiada globalización, lo
que dificulta enormemente la convivencia entre unos y otros.
Convencido de que tenemos que ir a ese salvamento humano,
aunque solo sea por propia humanidad, es lo que me hace pensar en esa sociedad
civil de la que todos formamos parte, y confiar en el ser humano a la hora de
la prestación de asistencia a las víctimas. Sin duda, es también una buena
noticia que la OIT haya adoptado un nuevo Protocolo jurídicamente vinculante,
con el fin de fortalecer los esfuerzos a nivel mundial para eliminar el trabajo
forzoso. Ojalá todos los Estados se sumasen a estos buenos propósitos, y
fusionados todos, combatiesen por la igualdad y la justicia social. Por
desgracia, muchas veces no pensamos nada más que en nosotros mismos. Nos hemos
acostumbrado a convivir con el dolor del otro, a no importarnos su sufrimiento,
máxime si tampoco nos concierne o afecta directamente. Todo esto nos hace
perder la orientación, y lo que es aún peor, el vínculo de familia humana, con
lo que este término conlleva de entidad y compañía. Seguramente, la mejor
manera de aglutinarnos radica en injertar a cada persona en su propio valor y
valía. Si los niños son el porvenir del mañana, los jóvenes la fuerza para ir
hacia delante, los adultos la pujanza del hoy y los ancianos, la sabiduría, la
memoria de un pueblo; en consecuencia, no descartemos a nadie y hagámonos una
piña. Esta es la cuestión de fondo. Por eso, debemos hacer todo lo posible para
evitar divisiones y es, por ello, que todos debemos comprometernos por mantener
vivo ese espíritu de alianza, con la mirada dirigida al futuro que a todos nos
pertenece por igual.
Por consiguiente, no podemos ser piedras, necesitamos
bravura para poner en el centro de nuestra existencia la dignificación de todo
ser humano. En efecto, una sociedad resplandece en la medida que sabe respetar
y acoger, conciliar y reconciliar, hermanar y armonizar; luego las verdaderas
columnas que la sustentan y sostienen, son la verdad y la libertad; más allá de
cualquier política interesada, corrupta. De ahí la necesidad de poner barreras
y límites a tantas falsedades sembradas, a tantas injusticias cometidas. Hemos
de ser conscientes que la armonía se construye sobre el fundamento de la
justicia. Subsiguientemente, no se puede degradar la dignificación de ningún
ser humano, por muy adversario o enemigo que sea nuestro. Estamos llamados a
ser un todo, a edificar un mundo más integrador, en parte descompuesto porque
algunos Estados han dejado de tutelar algo tan inherente al linaje como son los
derechos naturales, destruyéndolos en lugar de cimentarlos para bien de la
humanidad. Téngase en cuenta que los individuos, cuanto más indefensos están en
una colectividad, tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, y en
concreto, de la mediación de la soberanía de todos, de su autoridad pública en
definitiva. Potestad que, por cierto, ha de ser ejemplar en su diario y
ejemplarizante en sus actuaciones. De modo que la solidaridad resulta esencial,
ya no sólo para el rescate de este ambiente discorde y en conflicto permanente,
también para que cualquier ciudadano pueda sentirse valorado y protegido, de
manera que uno sea para todos y todos para cada uno.
Ya en su tiempo lo advirtió el filósofo y ensayista español
José Ortega y Gasset que "el mundo es la suma total de nuestras
posibilidades vitales"; y, en este sumatorio, no puede concebirse sumisión
alguna. Donde quiera que cohabite la cordialidad sin vasallaje, la moderación
sin tristeza, la abundancia sin derroche, todo será más trascendente, puesto
que la paz social será tanto más consistente cuanto más tenga en cuenta lo
auténtico y no oponga el interés individual al de la sociedad en su
concurrencia, sino que busque más bien los modos de su fructuosa coordinación.
Naturalmente, tenemos que modificar nuestro comportamiento, lo cual demuestra
la importancia suprema de una educación libre e integradora, no solamente para
aquellos seres en formación, sino también para las familias y para toda la
sociedad humana en general, ya que el progreso social es el resultado de la bondad de los miembros
que la componen. En suma, que no hay mejor manera de rescatar un mundo desunido
que trabajar para dar significación a toda vida humana, por insignificante que
nos pueda parecer. Los sembradores del terror, en cambio, lucharán por injertar
miedo, incertidumbre y desmembración en la sociedad. Por tanto, una verdadera
liberación a tiempo, aparte de romper ataduras, acrecienta un nuevo espíritu
más libre y democrático, para facilitar el que podamos vivir sosegados y con
idénticas posibilidades.
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