Cansado, pero no vencido
(El espíritu lo es todo en nosotros)
A veces no tengo fuerzas para injertar palabra ni en mis
auroras,
me veo como un triste trasto viejo que apenas imagina
espacios
por donde evadir la fibra, y así poder evitar tantas
amarguras
inútiles, tantos desconsuelos estúpidos, viendo los días que
pasan
y no vuelven, pues lo que hoy es, mañana ya no es ni por
asomo.
Vamos de tropiezo en tropiezo, como si fuésemos salidos de
tono,
pensando que el camino es tan feroz que nos devora hasta el
timbre.
Hemos de retornar a ese niño que fui, que nunca debí
abandonarlo.
Únicamente desde la inocencia se mece la alegría de no ser y
ser.
Ser para los demás el silencio que habla, la soledad que
escucha.
Mirad la luna, siempre tan callada sobre las azabaches congojas,
dispuesta a percibir abecedarios, y así cuando no crece,
disminuye,
y a poco que se llena de emociones, rejuvenece con nuevas
letras.
No decaigamos, somos la pujanza del tiempo, la debilidad del
ser,
y por muy grande que sea la cruz, el polvo del camino es
nada.
Una cruz que nos da miedo, pero que está ahí para
trascendernos,
abriéndonos la puerta a la esperanza, dejando alcance a
Dios,
para que nos transforme en siervos libres, en hijos, no en
esclavos,
pues aquel que no se afana por donarse, tampoco sirve para amar,
le falta aforo para hallarse amor, le sobra egoísmo para
sentirse rey.
Ojalá aprendamos de nuestra propia historia para hacer un camino
de acogida, como era en el principio de nuestro transitar
por el yo,
pues quien sabe acoger existencias, sabe también amparar uniones,
que la unidad es nuestro sostén, así como la libertad
nuestro deseo
más sublime y necesario, para tener dominio absoluto sobre
sí mismo.
Por eso, tan vital como estar en el mundo es coexistir en él
y por él.
Siempre hay que querer hasta el extremo de abrazar la vida
sin más.
Todo lo demás son insignificancias; lo sabemos, pero no
aprendemos.
Señor, alláname el camino,
llévame contigo, da luz a mi ceguera.
Es mi voluntad la que desea fundirse en ti con otras almas y
ser olmo.
Víctor Corcoba Herrero
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