Andamos necesitados de energía constructiva
Acomodarse a las situaciones contradice nuestro propio
espíritu de sabiduría y bondad, lo mismo que aprender sin reflexionar es como
malgastar el tiempo. Digo esto porque nuestro actual mundo tiene necesidad de
energía constructiva para atravesar los muros de la indiferencia, de la
marginación, y así poder avanzar hacia sociedades menos discriminatorias, más
tolerantes y comprensivas. El ser humano tiene que dignificarse mucho más y
cooperar en tender puentes que nos aglutinen. No puede quedarse parado. Por
propia naturaleza somos seres en movimiento. Por otra parte, el dinero no lo
puede ser todo, ya que lo único que hace es dividirnos y garantizar el
privilegio de unos pocos. Por desgracia, el proceso de deshumanización de los
moradores, lejos de retroceder, continua avanzando en ese afán de locura
destructiva. La inmoralidad nos ha arrebatado el alma. Ante las tristes
realidades del desempleo, de la violencia, de la pérdida de identidad, de la
corrupción, de la falta de libertades y sentir democrático, andamos totalmente
desorientados, y lo que es peor aún, sin ánimo para poder reconciliarnos con la
vida misma.
Convendría, pues, activar con intensa firmeza los deberes y
derechos humanos, el buen decir y mejor hacer, o como el mismo San Francisco de
Asís nos exhortaba a cada uno de nosotros, para que: “allí donde haya odio, que
yo ponga el amor, allí donde haya ofensa, que yo ponga el perdón; allí donde
haya discordia, que yo ponga la unión; allí donde haya error, que yo ponga la
verdad”. Sería bueno pensar en esto, en llevar a buen término el propósito de
amarnos, de perdonarnos, de unirnos desde la autenticidad. En ocasiones, los
abrazos que deberíamos haber dado los ofrecemos tarde, mal y nunca. Olvidamos
que necesitamos más compañía que soledad, más amor que pan, más vida que
aduladores. A mi juicio, esto es lo prioritario, más allá del sueño de un
futuro sostenible a través de una educación multilingüe, que no pasa por el
corazón. Para dolor nuestro, somos una generación que siente poco y mal, que confunde
e iguala al ser humano con otras especies e incluso con meros objetos sin alma.
En consecuencia, deberíamos saber que el mejor servicio que podemos facilitar a
los desolados no está en quitarles la carga, sino en injertarles el necesario
brío para sobrellevarlo. Lo mismo sucede con la pobreza, es cuestión de
justicia, no de migajas.
Quizás nos haga falta un nuevo ardor. Un arranque reciente
del Papa Francisco, puede ayudarnos a ser más constructores de concordia. Lo
acaba de advertir al mundo con su enérgico timbre: "las represalias no
llevan nunca a solucionar los conflictos". Ciertamente, hay que poner
voluntad en el cambio, que no ha de ser de desagravio, sino más bien de
mediación. Sin duda, la manera de vengarse de un enemigo es no parecérsele. En
esta misma línea conciliadora, el Secretario General de la ONU, Antonio
Guterres ha descrito recientemente al planeta como un lugar peligroso, donde
presenciamos una multiplicación de nuevas luchas y la perpetuidad de viejos
enfrentamientos que nunca acaban, como Afganistán y Somalia. Está visto que al
igual que la política es el arte de engañarnos, también las guerras conllevan
esa vertiente destructiva que nos deja en la soledad más cruel.
Sea como fuere, la situación del mundo no permite cerrar los
ojos ni un instante. Uno tiene que estar en guardia permanente para renacerse a
sí mismo, también para convencerse de lo mucho que uno puede hacer por alentar
lo armónico a través de ese respeto natural que todos nos merecemos, empezando
por nuestra envoltura externa y nuestros interiores. Está claro que necesitamos
querernos. "El querer lo es todo en la vida. Si queréis ser felices lo
seréis. Es la voluntad la que transporta las montañas", dijo el
inolvidable ensayista francés Alfred Victor de Vigny (1797-1863). Por ello,
también hay que tener pujanza para
abordar con carácter positivo la fragilidad de gobiernos y apoyarles,
cuando menos para hacer más habitable el entorno humano, o sea, más armónico el
orbe. Lo mismo sucede con los sembradores del miedo, para contrarrestarles no
podemos quedar únicamente en el mero enfrentamiento, hay que también eliminar
situaciones que permiten el fácil reclutamiento de personas. Ahora bien, para
todo es menester poner coraje y raciocinio que nos esclarezca.
Llegará un día en que nuestros descendientes, llenos de
vergüenza, recordarán nuestras actuaciones absurdas, incoherentes, crecidas de
hipocresía, rayando la estupidez, de deterioro de la calidad de la vida humana,
de verdadera degradación social, lo que les servirá para tomar otra hoja de
ruta, cuando menos para ser menos deudores de espacios generosos.
Personalmente, desde hace tiempo, vengo reivindicando en sucesivos artículos,
que es tiempo de acción ante tantas rupturas del ser humano con su hábitat, con
su cultura, y también consigo mismo y con su familia. Hoy más que nunca
necesitamos buscar esa dimensión interna como antídoto a lo inhumano. La
ciudadanía tiene que movilizarse. Cada día se requiere más asistencia
humanitaria. En Somalia, las personas han llegado al límite de su habilidad
para sostenerse en una situación de sequía extrema. La pobreza del agua potable
ahí está, sobre todo en el continente africano, mientras otros lo contaminan
todo. Lo mismo sucede con la pérdida de biodiversidad, es necesario invertir
mucho más en investigación. No es distintivo de humanos vivir aislados, entre
el asfalto y el cemento, privados del contacto físico con la naturaleza,
siempre dispuesta a reconstruirnos. A propósito, pienso que lo que nos hace
falta es contar con liderazgos éticos que abran caminos de concordia entre unos
y otros, también con el entorno, mediante las vías del compartir, antes de que
los inexpertos ciudadanos, con su mezquino endiosamiento y mundano modo de
proceder, lo destruyan todo.
De momento, nos llama la atención la pasividad de algunos
gobiernos, la debilidad de reacción constructiva, pues antes que el interés
económico ha de prevalecer el bien colectivo de todo ser humano. La mejor
alianza será aquella que conjuga la coherencia entre comportamientos y
lenguajes, que no se duerme e intenta desterrar estilos de vida verdaderamente
autodestructivos e irresponsables, donde nadie respeta a nadie, ni a las
propias leyes naturales. Es público y notorio que nos falta hospitalidad y nos
sobra egoísmo. Esta es la efectiva realidad que nos circunda, y el que no
quiera verla es que pasa por la vida sin saber mirar ni ver, imbuido en su
exclusivo caparazón, en el que todo, para bien o para mal, germina globalizado,
desde los conflictos armados al terrorismo y desde el cambio climático a los
flujos migratorios.
Una humanidad crece cuando sus diversas energías tienden
hacia la coordinación, aunque sean por caminos diversos. Cualquier actitud
abierta, sin complejos, disponible continuamente, invita al encuentro y esto
siempre será benigno para todos. Pensemos que a lo largo de nuestra historia,
una generación avanza cuando sus diversas riquezas culturales afrontan el
presente, desde el ejercicio constructivo del diálogo en conexión con sus
actuaciones conjuntas, porque todos somos ciudadanos del planeta, con capacidad
de donarnos y recibir, abiertos a la verdad de la que somos tan buceadores como
buscadores. Sin obviar que cada uno de nosotros tiene un variado conjunto de
talentos y habilidades que puede enriquecer a las sociedades y fortalecer las
comunidades. Dar la bienvenida, por tanto, con los brazos abiertos a la
diversidad en todas sus formas refuerza la unión y la unidad, aparte de aportar
unos valiosos beneficios. Sin embargo, ¡hay que ver lo que nos cuesta!. Ojalá
mirásemos este mundo con ojos más enérgicos, pero igualmente más compasivos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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