lunes, 6 de febrero de 2017

Compartiendo diálogos conmigo mismo

El lenguaje del corazón en la mirada

Me gustan las miradas penetrantes,
aquellas que por sí mismas,
son un abecedario de plácidas sensaciones.

Uno ve lo que ve, y cada persona ve distinto.
Bajo el azul, me sorprenden
aquellos que duermen y no despiertan.

Necesitamos confluir interiormente.
Alzar la vista, y acariciarse
dentro de uno mismo para alentar el ánimo.

Nada somos sin Dios, hemos de sentirlo.
Ojalá descubramos sus ojos
en nuestra visión del alma más nívea.

Tenemos necesidad de sentirnos
más espíritu que cuerpo
en este trajín diario en el que nos movemos.

Observémonos para vislumbrar
caminos de encuentro,
pues hemos de reparar las desuniones.

Dejémonos mirar por la belleza
que nos acompaña, por lo armónico
de un amor que está ahí, esperándonos.

Aprendamos de las flores,
que nada piden y lo dan todo,
en un abrazo que nos injerta ternura.

Una ternura que nos da valor y valía.
Valor para amar sin condiciones.
Valía para indagar en los sentimientos.

Pues para conciliarse hay que quererse.
Explorémonos hasta que las lágrimas
nos cicatricen e interroguen sobre la vida.

Que una existencia desorientada
necesita buscar la gracia
de la reconciliación para eternizarse.

Pensemos que nunca es tarde para ojear
rutas vividas en relación con los otros,
que la vida es sentirse y perdonarse.

Vivamos los días sin cerrar los sentidos,
abriéndonos al pulso del corazón,
para en conjunto ser poesía, latido, ¡el verso!.


Víctor Corcoba Herrero

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