Nadie contra nadie: Llamados a entendernos
Nuestro mundo actual se enfrenta a un clima de violencias y
violaciones que, cuando menos debieran hacernos recapacitar, sobre todo a fin
de prevenir los conflictos y de hacer cumplir los derechos humanos. Téngase en
cuenta que la prevención, con omisión de ser un recurso básico para reducir el
sufrimiento humano, es también una garantía
de estabilidad, pues toda intervención humanitaria debe orientarse a
desarmar al agresor. Hoy más que nunca, sin duda, se requiere de una ética
global para reducir todo tipo de artefactos y avivar otros sentimientos más
constructores de vida. Para ello, a mi juicio, estamos necesitados de líderes
coherentes, con la palabra y la acción. Ojalá surgieran muchos foros de trabajo
y se activaran los consensos, como ha sucedido con la conferencia de desarme,
sobre Armas Biológicas, Químicas o el similar Tratado de prohibición total de
ensayos nucleares.
La esperanza debe acompañarnos siempre. Ya me gustaría que
pusiéramos en valor la bondad, como único abecedario para entenderse. En
cualquier caso, durante este mes de abril, precisamente, celebramos el Día de
la Conmemoración de todas las víctimas de la guerra química, (concretamente el
veintinueve), ocasión propicia para
promover otros ambientes más armónicos, menos inseguros. Sería bueno, por
tanto, recordar que la Tercera
Conferencia de los Estados Partes encargada del examen de la Convención sobre
las armas químicas, celebrada del 8 al 19 de abril de 2013 en La Haya, Países
Bajos, aprobó por unanimidad una declaración política que confirma el
“inequívoco compromiso” de los Estados Partes en la prohibición mundial de las
armas químicas así como un examen amplio de la aplicación de la Convención.
Son, en efecto, estos análisis los que han de hacernos repensar sobre nuestro
futuro y la supervivencia de la familia humana, máxime cuando en Oriente Medio,
las partes beligerantes están quebrantando las normas contra las armas
químicas.
Es una pena que estas armas diabólicas sean noticia una y
otra vez. No escarmentamos. No puede haber impunidad ante estas macabras
realidades. Para desgracia nuestra, continuamos fabricando instrumentos como si
fuesen necesarios, tan precisos como un trozo de pan, pues no, ¡absolutamente
no!, siempre son destructores o destructivos, por ínfimo que nos parezca el
artefacto, su tráfico está relacionado con todo tipo de crímenes, incluido el
terrorismo, que hoy golpea ferozmente al planeta. Pienso, llegado a este punto,
que los diversos Estados deberían establecer más controles en este dislocado
comercio armamentístico, sabiendo que existen tratados internacionales que
prohíben la transferencia de armas biológicas, químicas y nucleares. La guerra
no es la solución a ningún problema, por sí misma es una contrariedad humana,
al destruirnos unos contra otros. Por eso, las armas deben reducirse a lo
mínimo, pues ante el deber de ayudar al inocente, su acumulación excesiva o su
transferencia indiscriminada, lo único que va a impulsar es la venganza. Al fin
y al cabo, lo fundamental es hacer justicia y encontrar otros medios para
resolver las diferencias.
El diálogo, la negociación o las presiones populares, la
mediación o el arbitraje, es lo esencial para restaurar la concordia, todo lo
demás sobra, es totalmente innecesario. Para que todos puedan gozar del bien
común de la paz, la Santa Sede reconoció hace ya mucho tiempo la necesidad de
una autoridad pública con competencia universal, constituida "por un
acuerdo unánime y no impuesta por la fuerza". Evidentemente, las
auténticas religiones son surtidores de alianzas y no de fanatismos. Matar o
discriminar en nombre del Creador, aparte de ser una gran profanación al autor
de nuestra existencia, es inhumano por propia naturaleza creativa. No olvidemos
que estamos llamados a entendernos, puesto que nadie es autosuficiente por sí
mismo, todos dependemos de todos hasta para convivir, y estamos confiados los
unos al cuidado de los otros, mal que nos pese. En consecuencia, también todos
estamos llamados a ser miembros del poema, o sea parte del gozoso verso de la
paz, y a desterrar de nosotros la angustiosa pesadilla de las crueles garras de
las guerras. ¡Mueran las armas!¡Qué mueran para siempre!. No las necesitamos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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