Algo más que palabras
Conectar y cohesionar para custodiar
En un mundo globalizado como el actual, hay que transformar
muchas cosas. Tal vez necesitemos inspirarnos con la palabra, establecer
vínculos de unión a través de ella, ya sea fomentando el deporte, cultivando el
arte o la ciencia, propiciando encuentros con la misma naturaleza de la que
todos formamos parte. De aquí surge esa estética del intelecto, ese diálogo
preciso para conectar y cohesionar ideas y sentimientos, lo que nos permite ser
personas de acción permanente, siempre que uno sea dueño de sí mismo y se posea
como tal. La libertad, en consecuencia, supone sentirse responsable de esa búsqueda
por lo verídico. Quizás, por ello, la mayor parte de los seres humanos
prefieran hallarse sumisos a un poder dominador, que suele dejarse encadenar el
corazón por el dinero, en lugar de activar dicha potestad en servicio, en
donación desinteresada hacia nuestros análogos. Sea como fuere, a estas alturas
de nuestro caminar, hemos de tomar conciencia de que sólo quien auxilia con
autenticidad sabe custodiar, o lo que es lo mismo, vigilar nuestras andanzas,
nuestras pasiones y sentimientos, ya que unas serán constructoras, pero también
otras serán destructivas. La cuestión, por tanto, está en el discernimiento, en
la compasión y en el empeño que pongamos, para que fructifique el amor y no el
odio, la luz y no las sombras, la clemencia y nunca la maldad.
En este sentido, y por estas fechas cada año, el Día Mundial
del Medio Ambiente (5 de junio) se organiza alrededor de un tema y sirve para
agrupar la atención en una cuestión particular apremiante. El tema de 2017,
precisamente, se centra en la conexión de las personas con el medio ambiente,
animándonos a que salgamos de nosotros mismos para adentrarnos en esa
naturaleza, tan nuestra y tan de todos. Miles de millones de habitantes de
zonas rurales en todo el mundo pasan su jornada diaria en convivencia con el
campo y son plenamente conscientes de que dependen del suministro de agua
natural y de que el cielo les provea de su modo de subsistencia gracias a la
fertilidad del suelo. Estas personas son quienes sufren primero las amenazas
que los ecosistemas afrontan, ya se trate de la contaminación, del cambio
climático o de la sobreexplotación. También, otros moradores de las grandes
urbes del mundo, sufren una gran profanación de lo originario que podría
subsanarse, puesto que la mayor parte de esta situación irrespirable es
ocasionada por el ser humano. Para desgracia de todos, no solemos apreciar lo
que tenemos hasta que lo perdemos o empieza a escasear. Ahí está el valor de un
aire limpio, la valía de un cauce transparente de agua, la cotización de un bosque
protegido como fuente de energía y futura economía verde mundial, así como
otros servicios de los ecosistemas, que abarcan desde la actividad de los
insectos cuando polinizan los árboles frutales, hasta los beneficios psíquicos,
para la salud o recreativos que aporta practicar senderismo.
Hoy sabemos que los océanos, bosques y suelos del planeta,
actúan a modo de enormes reservas de gases de efecto invernadero, como el
dióxido de carbono y el metano; que los agricultores y pescadores aprovechan
los recursos naturales de la superficie terrestre y submarina para
suministrarnos alimentos; y que los científicos desarrollan medicamentos a
partir del material genético derivado de la multitud de especies que componen
la impresionante diversidad biológica de la Tierra. Pero de nada sirve esta
sabiduría a juzgar por nuestras acciones. Está visto que necesitamos una mayor
conexión entre todos. Sin embargo, los Estados Unidos de América ahora están
reevaluando su política sobre el cambio climático y el Acuerdo de París y, por
lo tanto, no han sido capaces de llegar a un consenso en la última cumbre del
G7. De pena. Aún así, hemos de tener esperanza de que el Presidente, Donald
Trump, recapacite y recuerde las palabras del Papa Francisco,
en su última reunión en el Vaticano, donde la ecología y la paz han estado muy
presentes a través de los regalos que se han intercambiado. Desde luego, hoy
más que nunca es fundamental entroncar posiciones, en la medida en que todos
generamos pequeños daños ecológicos, y si en verdad queremos custodiar nuestro
hábitat, hemos de trabajar unidos, jamás divididos.
Los gobernantes han de saber, por mucho poder que aglutinen,
que hay un unánime consenso científico a la hora de asegurar que nos hallamos
ante un preocupante calentamiento del sistema climático. Ante estas
circunstancias, resulta verdaderamente frustrante la falta de conciencia y de
sentido común, por permanecer pasivos, ante los cambios de estilo de vida, de
producción y de consumo, que han de llevarse a buen término sin más demora,
teniendo en cuenta la globalidad del problema. Sin duda, hemos de ser más
responsables todos, y el referente de los líderes, cuando menos debe ser más
puente que muro, y ha de estar en mejor disposición a sacrificarlo todo por el
bien colectivo, por la libertad de su pueblo. Dicho esto, no podemos dejar de
reconocer la intolerancia de muchos dirigentes, que en vez de promover
actitudes de respeto y diálogo constructivo, injertan sectarismos y venganzas.
Olvidan que lo que nos une es el camino de la vida, nuestra propia naturaleza
humana, sin traicionar la propia identidad de cada cual.
Para dolor de la humanidad, nos cohabitan verdaderos
depredadores. De un tiempo a esta parte, es tan descarada nuestra actitud
devastadora que miles de especies vegetales y animales ya no las podremos
conocer más, ni podrán comunicarnos su propio abecedario inspirador. No tenemos
misericordia. La inhumanidad nos ha degradado tanto, que apenas ni vertemos una
lágrima por nadie, es la cultura de las piedras de unos contra otros, quienes
nos están ganando la batalla productiva de nuestro deterioro como jamás. Lo
cierto es que pensamos que lo sabemos todo; y, lo más importante, lo
espiritual, apenas cuenta en nuestra existencia. El efecto de esta pérdida, es
que nada nos mueve a ser solo una familia humana. Todo se ha devaluado, hasta
el extremo de vivir en territorios en los que nadie considera a nadie; y, lo
que es aún peor, no respondemos a la llamada de la naturaleza, como poetas en
guardia que hemos de ser y convivir.
Tampoco el deber de colaborar con los demás parece
interesarnos, ni la degradación social parece importarnos. Egoístamente, cada
día son más los que buscan su guarida ecológica, su playa azul, su monte verde,
privatizando espacios que debieran ser públicos. El mundo de los privilegiados
continua siendo excluyente, enviando a polígonos menos cuidados y visibles, a
los marginados de la sociedad. A pesar
de estos desordenes contra nuestra específica custodia natural, quiero creer
que nunca es tarde para rectificar, aunque a poco que reflexionemos, nos damos
cuenta de que somos una generación alocada, que se defrauda así misma,
superando la realidad al universo creativo.
Este año, el Día Mundial del Medio Ambiente es una ocasión
ideal para salir y disfrutar de la silvestre poética que nos circunda. Puede
que las autoridades responsables de la gestión de los parques en algunos países
sigan el ejemplo del Canadá y eliminen o reduzcan el precio de la entrada el
día 5 de junio o durante un período más largo. Ojalá que lo hagan. Y con la
naturaleza de cerca, la humanidad en su conjunto, sueñe con ese otro mundo
posible, en el que todo era poesía, música y silencio, soledad y compañía. Este
es el anhelo del soñador que suscribe.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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