Todo lo que vive se complementa
A poco que reflexionemos cada cual consigo mismo, nos
daremos cuenta de que todo lo que vive se complementa. En efecto, esta
complementariedad que está en la base de todo, debiéramos aprender a valorarla,
cuando menos para adquirir otros lenguajes más armónicos y poder vivir unidos.
Por desgracia, las atmósferas no son nada propicias, comenzando por las propias
familias que, en ocasiones, son verdaderos focos de tensión. Cada vez es más
evidente que la decadencia humana se asocia a una cultura que disocia en lugar
de unir, que reduce en vez de integrar, lo que injerta una serie de problemas
sociales que azota de forma desproporcionada a las personas más débiles. Por
otra parte, sabemos que en la actualidad el 76 por ciento de las personas en
pobreza extrema sobreviven en áreas rurales. Los datos ahí están para
interpelarnos. El Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación 2017,
revela que entre 2015 y 2030 el número de personas entre 15 y 24 años aumentará
unos 100 millones, principalmente en África subsahariana. Sin embargo, en
muchos países en desarrollo, el crecimiento de los sectores industriales y de
servicios se ha quedado rezagado, y éstos serán incapaces de absorber a los
nuevos demandantes de empleo que van a incorporarse al mercado laboral. Indudablemente,
todos somos necesarios para cualquier avance armónico; y, en este sentido,
hemos de reconocer que hasta las distintivas culturales más que oponerse, han
de tender a mejorarse desde esa complementariedad para la plena comunión de
diálogos, que es lo que en realidad nos enriquece y fraterniza.
Partiendo de esa complementación de todos los seres humanos
con todos, no tiene sentido el comercio de personas. Con demasiada frecuencia
los traficantes de vidas operan con impunidad y esto no es bueno para nadie.
Por tanto, tenemos que edificar una sociedad más cooperante entre sus miembros,
y para iniciar esta buena orientación, espero que en el mundo, la familia se
convierta en una prioridad y sea reconocida como sujeto integrador con derechos
y deberes específicos. Por eso, algo tan básico como tener derecho a una
familia, con un padre y una madre, a veces injustamente se pone en entredicho y
esto es nefasto para todos. Olvidamos que las carencias de unos cuando son
completadas con la generosidad de otros, acaban enriqueciéndonos. De modos y
formas diversas, la complementariedad pertenece a la naturaleza misma de todo
ser vivo. De ahí, que sea vital interrogarse en un momento en el que tantas
ideologías pretenden dirigirnos, como auténticos dioses individualistas;
obviando, inexcusablemente, ese horizonte hacia el que todos nos movemos y que
pone en evidencia la concordia entre las diversas culturas en las que vive el
ser humano. Dejémonos perfeccionar por el asombro de vernos en nuestros
análogos, de tomar el impulso con la prudencia necesaria, pues de lo contrario, existe la posibilidad de que
continuemos apropiándonos de seres indefensos como monedas de cambio, en vez de
considerarlos como parte de nuestro fundamento existencial.
Al igual que no hay lugar para la pena de muerte en el siglo
XXI, tampoco debe haber espacio para la exclusión de vidas que nos
complementan. Así de claro y así de sencillo. La marginalidad, junto a los
ambientes laborales negativos y la inseguridad, no pueden continuar por más
tiempo, ya que es el causante de multitud de problemas físicos y psíquicos que
padecemos buena parte de la humanidad. Hay que tomar conciencia de la gravedad
de los hechos y dar fundamento a una cultura de valores que active la necesaria
complementariedad de todo ser vivo. Es importante, para ello, evaluar la
relación de la familia y de la escuela
como entornos privilegiados de transmisión de estilos de vida más humanos, como
también que los dirigentes políticos y los diversos poderes de los Estados
pongan estos principios bajo el imperio de la ley y en el marco de los derechos
humanos. A mi juicio, si hay algo que movilizar es esa complementariedad de
formas de entender la vida hacia ese bien colectivo. Ciertamente, no podemos
esperar soluciones prodigiosas, ya que es el trabajo continuo e
intergeneracional el que ha de despertarnos, para dejar de ser espectadores de
un drama que nos envilece y quiebra los lazos de pertenencia que todos nos
merecemos cultivar y cautivar. No
podemos continuar siendo extraños en un mundo globalizado. Sea como fuere,
tenemos la oportunidad de complementarnos y de crear un mundo para todos,
verdaderamente amistoso y solidario.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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