De considerarnos autosuficientes a no ser nada
“El amor acorta distancias, nos iguala; y, hasta no quiere
ser poseído, sino donado”
Se necesitan vidas dispuestas a batallar con tesón, pues son
tantas las crisis humanitarias que nos acorralan, que cada día es más
complicado subsistir. No podemos generar sociedades inclusivas, mientras no
aliviemos la carga existencial de muchos de nuestros análogos, que viven
permanentemente en la exclusión. Aún no hemos aprendido la lección de que el
amor acorta distancias, nos iguala; y, hasta no quiere ser poseído, sino
donado. Por tanto, deberíamos concienciarnos sobre los derechos de los
marginados y desfavorecidos más allá de una mera beneficencia. Dejemos de dar
migajas y pongamos nuestro corazón junto al suyo. Son gentes que hemos de ayudar
a levantarse a través de la acción comunitaria, impulsando de este modo
labores que nos hermanen, haciéndonos
ver que tan importante como el capital social es el capital del entusiasmo
humano, dispuesto a ejercer su responsabilidad de apoyo y auxilio. No olvidemos
que el futuro es nuestro, pero también es de toda la humanidad, de ahí la
necesidad de reorientarnos para lograr una mayor equidad y resolver las
necesidades de los más indecentes, lo que exige un esfuerzo colectivo y un
cambio de talante, para alcanzar el verdadero potencial humanístico, que será
el que nos fraternice.
En consecuencia, modifiquemos actitudes, mundialicémonos en
abecedarios que nos armonicen, construyamos un mundo con horizontes de verso,
donde la libertad moral nos gobierne a cada cual consigo mismo, y podamos
expresar nuestros pensamientos sin correr peligro alguno. No discriminemos. Ya
está bien de privilegios para algunos. Despojémonos de ellos. No es justo, por
ejemplo, que los afrodescendientes en América Latina continúen teniendo más
probabilidades de vivir en pobreza crónica que los blancos o mestizos. Tampoco
es ético que aún no seamos capaces de crear oportunidades para que todos los
humanos puedan dignificarse y desarrollar sus capacidades. Las brechas entre humanos tienen bien poco
sentido. Por otra parte, el uso indiscriminado de la fuerza representa, además
de una violación del derecho internacional humanitario y de la legislación
internacional de derechos humanos, un retroceso a nuestro propio raciocinio.
Las contiendas no son más que estupideces destructivas que nos aborregan. Ojalá
surgiera con desvelo ese aire conciliador que a todos nos reconciliara consigo
mismo. Esto sí que sería un verdadero progreso humanístico. Todo lo contrario a
lo que se vive a nivel de gobernanza global, pues cada vez somos más
conscientes de que existe una creciente fragmentación entre los Estados y las
instituciones, en parte a ese endiosamiento mundano, que no acierta a servir,
quizás por esa falta de generosidad hacia el semejante.
Esta división suele surgir por esa falta de honestidad y de
consideración hacia los más débiles. Ya en su tiempo el inolvidable Nelsón
Mandela, nos remitía a erradicar la pobreza con actos de justicia. Desde luego,
hay que clarificar las relaciones y, por ello, es vital salir al encuentro con
lo equitativo, para avivar vínculos que nos reorienten hacia valores de
profunda solidaridad, que tiendan al bien de todos y de cada uno, sirvan de
consuelo a los afligidos, al tiempo que de amparo a esos caminantes atrapados
por los combates. Hemos de reconocer que aún no hemos sabido coaligarnos, ya no
solo para custodiar la creación con responsabilidad, sino también para renacer
hacia un espíritu más cooperante, comprometido socialmente, cuando menos para
garantizar un futuro de ocupación digno que ofrezca oportunidades de trabajo
decente y sostenible para todos.
En 2019, precisamente
la OIT celebrará su centésimo aniversario, después de una guerra
destructiva, basada en una visión según la cual una paz duradera y universal
sólo puede ser alcanzada cuando está fundamentada en el trato respetuoso de los
trabajadores. Sin duda, va a ser una oportunidad para reflexionar conjuntamente
sobre los cien años de protección social y sobre cómo acelerar el logro de una
cobertura universal en el futuro. Al fin y al cabo, de nada nos sirve el
endiosamiento a la hora de considerarnos autosuficientes, puesto que a la hora
de movernos también todos somos dependientes del mismo aire. Ciertamente urgen
proyectos compartidos y gestos concretos, encaminados a hacer familia, puesto
que es inaceptable cualquier privatización de la casa común, como puede ser el
bien natural del agua, a la cual todos hemos de tener acceso a ella, como
elemento vital y principio de las cosas. Con razón, siempre se ha dicho: Que a
un ser humano sólo le puede salvar otro ser humano.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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