Algo más que palabras
El martirio de los días para algunos
“El talento hay que transformarlo en genio, y tampoco
tenemos otro modo de hacerlo, que injertando decencia en la labor”.
Al igual que cada generación necesita explorarse, verse en
su cultura, responderse a sí mismo, asumir responsabilidades, sentirse algo en
la vida, ya sea como protagonista o servidor, también requerimos un trabajo
donde ganar el pan con dignidad. No hay mayor martirio que la ociosidad por
mandato. El talento hay que transformarlo en genio, y tampoco tenemos otro modo
de hacerlo, que injertando decencia en la labor. No interpongamos más penurias
en el camino de la vida. Como derecho y deber, el mundo laboral no debe dejar a
nadie en la exclusión, inclusive aquellos con discapacidad deben salir y
demostrar que pueden trabajar.
Impulsar la justicia social, promover la consideración entre
culturas; son asignaturas pendientes entre los humanos de todos los países y
nacionalidades. Lo importante es reconocer en el análogo parte de nuestro
futuro, sin obviar a nadie, de manera que ninguno quede rezagado en una esquina
ante nuestra indiferencia, a la espera de que los Estados practiquen más los
espacios de humanidad, y, de esta forma, la concordia tome carta de
ciudadanía. Hay que mover corazones,
desde luego que sí, nos hace falta ser más justos. Prioritario escuchar la voz
de los que lloran desesperados, ponernos a su lado, acompañarles y protegerles
de tanta frialdad que nos asiste en el camino.
Bien es verdad que, en ocasiones, somos una auténtica
contradicción entre lo que decimos y lo que realmente hacemos, con la consabida
degradación del espíritu humano, tan necesitado de paz y amor. Sabemos que el
uso, la explotación o la posesión de los recursos naturales, algunos tan
necesarios y básicos como el agua, pueden desencadenar guerras; sin embargo,
apenas hacemos nada por activar la punición al derroche. Lo mismo nos sucede,
con esa legión de devotos del dios soborno, dispuestos a cualquier cosa con tal
de arrebatar poder. Frente a tantas coacciones injustas, la dignidad no parece
estar más que de palabra en los foros. Y esto es grave, gravísimo, en la vida
de las gentes. Ya en su tiempo, lo decía el inolvidable escritor francés
Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), con aquella frase célebre: “De que herir
a un hombre en su dignidad es un crimen”. De ahí lo significativo que es
dignificar a las gentes, promoviendo empleos dignos.
En efecto, el horizonte puede ser muy negro, pero es con el
esfuerzo y la constancia del trabajo, como se pueden remediar los males. Esta
pobre gente que ha perdido la honradez cometiendo injusticias y cohechos, lleva
consigo no el dinero que ha obtenido, sino sólo la falta de decoro y seriedad
que todos nos merecemos por el hecho de vivir. Precisamente, la corrupción es
esto, es no jugar limpio y ganar el pan con la bajeza del engaño. Ciertamente,
nos preocupa esta atmósfera inhumana, tan mortecina como desesperante en
nuestro diario existencial, pero aún así, es posible florecer, a poco que
fortalezcamos la capacidad estadística y aprovechemos el potencial de las
nuevas tecnologías. Tras esta revolución de datos, sin duda, se pueden atajar
las miserias y contribuir a mejorar los buenos resultados de la humanidad en su
conjunto. En este sentido, nos alegra que la Comisión de Estadística de
Naciones Unidas, no cese en su empeño de aportar cifras y de compartir
experiencias prácticas a nivel global.
Ojalá se produzca la operación revuelta, tan deseada por
algunos ciudadanos del mundo, y se activen oportunidades para todos. Los pobres
necesitan salir de la pobreza y dignificarse. Quizás los ricos también
necesiten salir de su riqueza y solidarizarse. En cualquier caso, no es sólo no
tener qué llevarse a los labios, es también un deseo del alma de crecer
humanamente y de ver que cualquier ser humano está en disposición de ser
artífice de evoluciones profundas en su vida, sobre todo con otras actitudes y
estilos más solidarios, con otros modelos de producción y de consumo menos
avaros. En suma, avances con pleno respeto a la persona y a su entorno. Es
cuestión de querer hacerlo todos a una, como en otra época debieron hacerlo
también los de Fuenteovejuna.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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