Vivir unidos para convivir hermanados
“La idea que dirige el progreso humano es ese soplo armónico
de verso y palabra, de arte y vida, de concepción verdadera y fecunda”.
Nuestra historia de seres pensantes, con corazón y cuerpo,
con raciocinio y voluntad, lo que pone en evidencia es que estamos llamados a
vivir unidos, preocupándonos los unos de los otros, haciendo familia y
renaciendo cada día, con las consecuencias que ello conlleva de perpetuarse en
el tiempo, y de inmortalizar ese espíritu solidario, tan necesario como
imprescindible, máxime en una época en el que muchas personas huyen para salvar
sus vidas, por un techo seguro y un
lugar donde no tengan que vivir con miedo. Por tanto, es de agradecer que a pesar del récord de desplazamiento
forzado a nivel mundial, los servicios de salud para los refugiados y otras
poblaciones desplazadas, sean capaces de resistir, según dice el último informe
de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). De ahí la importancia de
que ningún ser humano se sienta propiedad de nadie, sino servidor de todos. No
olvidemos que el derecho de toda persona a no ser sometida a compraventa está
reconocido en el derecho internacional como norma inderogable; sin embargo,
gracias al dios dinero que todo lo corrompe y a la impunidad de algunos
privilegiados, resulta difícil mantener esa vinculación de encuentro, que es lo
que verdaderamente nos abre al mundo, a un dilatado horizonte de esperanzas y
consuelos.
Ciertamente, en ocasiones, nos quedamos sin aliento al ver
tantas vidas truncadas, muertas por el dolor de la soledad, una plaga típica y
reveladora de los desequilibrios y conflictos de este mundo globalizado. Bien
es verdad que uno tiene que empezar por saber convivir con la luz del amor y de
la mente, pues lo fundamental es alumbrarse el camino entre todos, para no
tropezar siempre en la misma piedra, y dejar de verter energías en pozos que
nos conducen a la destrucción. Sabemos que hoy la desesperación se acumula en
muchas fronteras, en parte por esa frialdad humanística que llevamos consigo.
Justamente, por ello, hemos de procurar cada uno el bien de los demás, que no
es otra cosa que hacer respetar los derechos y los deberes con diligencia y
eficacia crecientes. Por desgracia, no puede haber hermanamiento cuando
fallamos hasta en el mismo respeto hacia nuestro análogo, cuando obviamos el
deber de colaboración con nuestros semejantes, cuando somos unos
irresponsables, y en lugar de sentirnos estimulados por ayudar, sólo pensamos
en la razón del poder para dominar y de la fuerza para aplastar. Esto pasa cuando
el orden moral no se considera, y la autoridad gobernante se endiosa en su
ordeno y mando. Así, toda relación debe regirse por la verdad, pero también por
la justicia y el principio de la solidaridad más activa.
Cada ser ha de reencontrarse conviviendo con su semejante,
formando una unidad. Precisamente, la idea que dirige el progreso humano es ese
soplo armónico de verso y palabra, de arte y vida, de concepción verdadera y
fecunda. También las naciones deben encontrarse entre sí. No se necesitan fronteras
para abrir más frentes. Se trata de fraternizarse, de edificarse como
humanidad, asistiendo a los débiles, conciliando pensamientos e ideas
colectivamente, estableciendo programas comunes entre culturas diversas,
aprovechando la buena vecindad para organizar los intercambios, instaurando
lenguajes más comprensivos que nos aviven el corazón. No hay otra, sólo
manteniéndonos juntos podemos transmitir a las generaciones futuras un mundo
más ecuánime, más social y más seguro. La cooperación, que ha de ser un hecho y
un beneficio para toda la humanidad, es también un deber ético, que une a los
espíritus entre sí y los hace pensar al unísono en favor de todas las
gentes.
Desde luego, cualquier signo de concurrencia vale la pena
llevarlo a buen término. Se me ocurre aplaudir ese acuerdo reciente entre el
Director General de la FAO y el Rector de la Universidad de Chile, con el fin
de impulsar políticas de salud pública que ayuden a disminuir el sobrepeso y la
obesidad en la región, fomentando el consumo de alimentos saludables y
facilitando la participación de los mercados locales. Está visto que cualquier
unión, como muchos Estados han firmado, por abordar el uso sostenible de los
recursos naturales, la adaptación al cambio climático y la gestión del riesgo
de desastre, contribuye a ese avance humano del que estamos tan necesitados el
linaje. También la Organización Internacional del Trabajo, al cumplir un
centenario de su funcionamiento en 2019, ha lanzado una campaña mundial para
conectar con las gentes, con la vida cotidiana de la ciudadanía, desde la
igualdad de género y el empleo juvenil hasta el cambio climático y la
inteligencia artificial, a través de un conjunto de imágenes y animaciones
dinámicas. Al fin y al cabo, son estos signos de alianzas entre humanos los que
contribuyen a ilusionarnos, a concebir todas las cosas de la vida, a ser
personas que saben vislumbrar los problemas humanos, absolver, estar y auxiliar
en el momento exacto. Pensemos, pues, que tras el abrazo del alma se reorganiza
mejor una sociedad llamada a ser familia y, además, humana. Esto es humanidad;
a tenor de un ritmo, aquel que refleja justicia y bienestar para todos los
mortales.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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