Ejercicios que nos dulcifican
“Existe una sola congoja, la de no ser justos”.
De un tiempo a esta parte, he descubierto el encanto de
recluirme con el silencio y de dejar que soledad me custodie para fortalecer el
interior y proseguir un andar más sosegado. Reconozco que me abochorna la
multitud de actividades, tantas prisas a ninguna parte, cuando lo que realmente
me pide el cuerpo es el descanso para poder reconocer agobios y levantar otros
vuelos más contemplativos de aquello que nos rodea. Estamos llamados a
desvivirnos los unos por los otros, pero también requerimos tiempo para esa
marcha responsable y generosa que hemos de llevar a cabo, si en verdad queremos
incorporarnos a esa paz interior que a veces nos falta a nosotros mismos. Quizás el desafío sea vivir
desprendido de ese mundano afán dominador, pues a mi modo de ver, es el
espíritu de la quietud lo que realmente nos transforma.
En efecto, hemos de modificar actitudes, con menos pregones
y más latidos. Deambulamos empachados de palabras vacías, asqueados de tantas
mentiras que nos dejan sin aliento. Nos han robado todas las poéticas que la
propia existencia nos concede. Todo se ha ido agravando a causa de situaciones
injustas, que han acrecentado las desigualdades como jamás, lo que genera una
espiritual insatisfacción y desesperación. Por eso, necesitamos recuperarnos de
este frenético movimiento de intereses y rescatar nuestro propio espacio
personal para poder crecer humanamente. Será bueno que estemos más vivos que
nunca, más alerta que nunca, al menos para despojarnos de cadenas y sentirnos
liberados de esta mediocridad sin alma que nos circunda. Al fin y al cabo,
existe una sola congoja, la de no ser justos.
En medio de esta vorágine actual, hemos perdido tantas
sensibilidades por la calzada que precisamos reevaluarnos para ser más
compasivos, y poner como prioridad, el deber de respetar los derechos sociales,
que no han de recortarse en absoluto, por muchas crisis que nos reinventemos.
Cada día hay más personas vulnerables, en parte debido a esa inhumanidad que
nos hemos forjado sin clemencia alguna. La búsqueda de otras opciones,
pueden darnos lugar a otras tareas más
humanitarias y humildes. Ante esta realidad, lo que cabe llevar a buen término,
es una reacción dócil, de consuelo, pero a la vez efectiva con los desprotegidos.
No olvidemos que tan importante como socorrer de la opresión a un semejante
nuestro, es también ayudarle a salir del hoyo en el que se encuentra,
abandonado a su suerte.
Nuestro mundo atormentado y desgarrado, sin humanidad no
puede reponerse, tampoco avanzar hacia esa luz armónica, que es la que
verdaderamente nos da tranquilidad y sosiego. Entonces no caigamos en la
estupidez de buscar seguridad en los triunfos, en las fortunas, en el poderío
sobre los demás o en la efigie social, vayamos a otra misión más de entrega, de
comunión solidaria, de alianza que nos fraternice, que será clave para ese
salvamento gozoso de la savia. No me gustan esas patologías que nos desesperan,
como es la falta de ganas por vivir, la falta de respeto y consideración ante
análogos. Por consiguiente, lo sustancial no es que los negocios registren
mayores rendimientos cuando empleen a mujeres en sus altos cargos, que está muy
bien para que haya igualdad de género en sus consejos directivos, sino que esos
mercados de finanzas se humanicen y cuenten todas las personas, ya sean varones
o féminas.
Sea como fuere, el mundo de la economía no puede descartar a
las personas. Todos hemos de contar en sus activos. Lo significativo es ayudar
a vivir, y se aprende cuando los ricos saben compartir sus riquezas y los
pobres entienden que combatir su pobreza es dignificarse humanamente. La
cuestión, en consecuencia, es dejarnos acompañar y acompasar por el abrazo del
alma humana, en esa avenida de solidez y solidaridad, más mística que poderosa,
para reencontrarnos colectivamente, en el horizonte más esperanzador, el de un
auténtico desarrollo humano. Será nuestro verdadero triunfo, tender al bien de
todos y de cada uno. Esto que hoy parece impensable, con otro ánimo más en
donación que en el momento presente, será fácil conseguirlo. Si nada material
nos llevamos con el morir, pasemos por la vida dando vida, cada cual con lo que
pueda y tenga. La humanidad en su conjunto, familia unida e indivisible, hoy
globalizada como en ningún otro tiempo, necesita aprender a quererse y a no
resignarse ante nada. Poner lo mejor de uno mismo en ejercicio es buen
propósito, por tanto. Cítese el lector con la conciencia y déjese escuchar.
Permítame el requerimiento.
Víctor Corcoba
Herrero/ Escritor
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