Realidades que nos entusiasman
“Prefiero los traspiés de aquella gente con entusiasmo a la
indiferencia de algunos que se creen sabios”.
Hay realidades que nos entusiasman por su entramado de
relaciones vinculantes, que nos dan pie para reflexionar y entendernos, ya que
somos una generación muy plural que necesita aprender a trabajar juntos y a
proyectar esfuerzos conjuntos. Cuando las energías humanas se ensamblan, con
tesón y firmeza, los horizontes de la esperanza quedan más cerca y todo parece
volverse más fácil. A propósito, se me ocurre pensar, en esos activos
familiares, tipo granjas, que representan más del noventa por ciento de todas
las explotaciones agrícolas del planeta. Producen nada menos que el ochenta por
ciento de los alimentos del mundo en términos de valor. Sin duda, ese animoso
aliento, aparte de ser un signo de salud psicológica, nos pone las alas de la
pasión que siempre vienen bien para crecer y no arrugarse ante nada, tampoco
ante los desengaños sufridos. Aunque, personalmente, prefiero los traspiés de
aquella gente con entusiasmo a la indiferencia de algunos que se creen sabios,
pienso que es triste llegar a cierta edad, mirar lo recorrido, y ver que hemos
sido muy conformistas, cuando el propio amanecer de cada día nos exige la
valentía de levantarnos e iniciar un nuevo andar, para afrontar los obstáculos
que nos hacemos unos a otros y las remontadas que a veces se nos presentan.
Sea como fuere, con los años uno se da cuenta que el secreto
de la genialidad está en no perder el entusiasmo, y en esto, el genio femenino
es magnífico. Dicho lo cual, hemos de reconocer que la contribución de la mujer
en la actividad agrícola siempre ha sido significativa, tanto en la producción
de alimentos, desde la siembra hasta la cosecha, como en la gestión y el
cuidado del ganado, en particular en los países en vías de desarrollo. Desde
luego, son aquellas políticas familiares las que verdaderamente pueden
contribuir a que avancemos humanamente, en un momento de tantas debilidades y
pérdida de valores. Pongamos por caso, la adicción a los juegos digitales, que
aparte de suponer un riesgo alto para la salud física y mental de la persona
afectada, también genera un deterioro en los vínculos familiares y sociales. En
consecuencia, debiéramos recapacitar en la búsqueda de nuevas situaciones,
tomando como pan diario de nuestras vidas el entusiasmo, y una vez más es en el
sector agrícola y ganadero, donde se encuentra ese lecho natural de familia,
siempre dispuesta a arrimar el hombro para forjar un entorno cuando menos más
humano.
Por eso, es importante dar protagonismo a las familias y a
los pueblos, pues si esencial es entender ese vínculo entre humanidad, creación
y agricultura, no menos trascendente resulta contribuir a promover el progreso
económico y social en el medio rural, tantas veces abandonado. Al respecto, nos
consta que desde 1980, la atención que la comunidad internacional presta a la
importancia de la familia ha crecido. Desde luego, los diversos Estados, han de
propiciar que los hogares permanezcan en el centro de la vida social asegurando
el bienestar de sus miembros, la educación y la adaptación social de los niños
y jóvenes, así como el cuidado de los vulnerables y los mayores. Pero también,
de igual modo, nuestros pueblos no pueden quedar rezagados, no en vano,
constituyen la gran mayoría de los pobres del mundo; generalmente tienen
salarios ínfimos, poca protección social y apenas servicios básicos. No podemos
dejar ninguna población atrás. Es injusto que lo hagamos.
En efecto, estamos llamados a unificar criterios para ser
cooperantes en la ayuda a quienes más lo necesitan, ya sea desde un ambiente
rural o urbano. La cuestión es poner de moda el lenguaje del afán y del
desvelo, que no es otro que hacer las cosas porque sí, con coraje y buena
ración de amor, para conseguir aquello que se desea o en lo que se cree. Más
pronto que tarde todo llega, es cuestión de trabajar y de entusiasmarse por
todo lo noble, por dar significado a nuestras hazañas, por construir un camino
apto para todos, que nos encamine a ese orbe sereno tras la misión cumplida. Lo
cierto es que nadie puede realizar el camino por otro, tampoco podemos abandonarnos
en mil vueltas y revueltas, sino en reencontrarnos cada cual consigo mismo,
para estar abierto hacia los que van a nuestro lado, por si nos piden auxilio,
deseosos de salir del laberinto de la necedad. No quememos los años dando
rotaciones inútiles, muchas veces es cuestión de pararse y ponernos a escuchar
el corazón, y él nos despertará hacia la orientación debida; la de hacer
familia, siendo familia.
Víctor Corcoba
Herrero/ Escritor
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