Bravo por esas gentes que armonizan
“Lo armónico no surge
porque sí, hace falta trabajar el espíritu de la concordia”
Me gustan esas gentes de bien y de bondad, que se esfuerzan
cada día por considerar a sus semejantes, aceptando sus diferencias y
reconociendo que todos somos necesarios e imprescindibles, cuando menos para
sentirnos en equilibrio con nuestro propio espacio habitable. La sociabilidad
es algo innato, algo de lo que además no podemos prescindir. El gran
instrumento que nos une es el lenguaje para poder convivir. En efecto, la
convivencia es un proceso necesario por propia subsistencia de la especie. Sin
duda, el ser humano necesita quererse, valorarse por la capacidad de escucha
que tiene, y sentirse espiritualmente unido con su análogo en el camino, dada
la fragilidad que todos sentimos en mayor o en menor medida, pero que nos hace
ser dependientes unos de otros.
Hoy más que nunca se requiere de seres humanos que abandonen
los conflictos, también sus guerras internas, y se pongan a propiciar acentos
conciliadores con acciones concretas. No podemos trabajar juntos, si antes no
estimulamos la cooperación y el entendimiento. Quizás nuestro primer deber sea
reconciliarnos con nuestros propios andares. Nadie puede ofrecer lo que no
tiene, y si la persona no es capaz de coexistir ella misma armónicamente, le va
a resultar complicado poder cohabitar con nadie. En consecuencia, bravo por esa
ciudadanía que injerta esperanza a los desolados, siendo fuente de consuelo y
motor de resistencia comunitaria.
Humana cosa es poseer compasión de los abatidos, consolarles
es un modo de vivificarles y de ayudarles a soportar la carga de la desolación.
Por cierto, la furia con la que se mueve el COVID-19 en todo el planetario, requiere de cada uno
de nosotros, una acción coordinada, a través de un mensaje unificado y
responsable, aprovechando la autoridad moral de esos luchadores en guardia
siempre, para poder salir cuanto antes de este contexto de creciente pobreza y
de fuerte dolor, ocasionado por las muertes de esta pandemia, aún sin
calendario para su final.
Ante esta situación, todos estamos llamados a sumar
esfuerzos, al menos para detener la propagación del contagio, ayudar a los
enfermos y proteger a los trabajadores de primera línea que arriesgan sus vidas
a diario para salvar las de otros. También, cuando la epidemia se encoja, cada
país debe continuar trabajando para mitigar sus consecuencias en los más
vulnerables, reparando el daño sufrido. Es vital que los pueblos trabajen
unidos para reconstruir el sueño de vivir y evitar el regreso de la enfermedad.
Ojalá la lección del coronavirus nos active el entusiasmo a toda la humanidad,
especialmente a los líderes políticos en su misión de servicio, pues es
imprescindible que activen políticas de cobertura sanitaria universal, que
protejan a los seres humanos, independientemente de donde se hallen y en
cualquier momento.
El mundo es algo más que un problema a resolver, es un
espacio dispuesto a asombrarnos, por el que hemos de caminar ilusionados; gozo
que hemos de contemplar en comunidad. Personalmente, me quedo con esas masas de
soñadores, dispuestos siempre a borrar de nuestro camino cualquier
discriminación e intolerancia, ya sean por raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de otra índole, por su origen, posición económica,
impedimentos o cualquier otra condición. Lo substancial es propiciar sociedades
armónicas, sin tantas fronteras, que estén libres del temor y la violencia.
Todo esto, que hoy parece una alucinación, tiene que
hacernos repensar, sobre el modo y manera de salir de esta absurda atmósfera de
enfrentamientos. Ojalá aprendamos a movilizarnos y a expresar la simpatía por
el anhelo de vivir unidos, a fin de forjar un mundo distinto al individualista
de hoy en día. Nos merecemos un cambio. Cada día son más las personas que se
interrogan y no entienden que se pretenda construir estados del bienestar para
unos privilegiados tan solo, sin pensar en la crisis del ambiente y en los
sufrimientos de los descartados. Lo armónico no surge porque sí, hace falta
trabajar el espíritu de la concordia. Reconozco que en el espíritu de
conciliación andamos por el muy deficiente.
Por eso, me magnetizan esas muchedumbres que se enraízan en
la naturaleza y en lo humano, que no se resignan ante la permanente lucha de un
nuevo diálogo más aglutinador. Ya está bien de tanto derroche y abuso. Hace
falta otro estilo de vida, otra humanidad que sepa entender la economía y el
progreso, quizás más orientada al bien colectivo y a un avance más sensible con
la naturaleza. Ahora, cuando tanto se habla de apoyo al emprendimiento
inteligente y sostenible, tal vez nos falte coraje para un mayor compromiso con
una real transición verde. De ahí, la importancia de esas vidas preparadas
siempre para la actividad, con la mirada hacia adelante y el aprecio de la
riqueza infinita de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión
y medios para llegar a dar aliento y ser corazón.
Si hay algo que caracteriza a nuestra época es el
desplazamiento de la población, lo que requiere un activo de tolerancia y
apertura, poniendo de relieve los peligros que representa la indiferencia al
auge de grupos e ideologías fanáticas e intransigentes, generadoras de
discordias que echan abajo los más poderosos gobiernos. Pensemos que lo
armónico es lo que nos acerca a ese estado natural que nos entusiasma y nos
vive, haciéndonos grandes al conjugar cuerpo y espíritu como un todo, y
descubriéndonos nada por sí mismos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario