lunes, 12 de octubre de 2020

Compartiendo diálogos conmigo mismo

La celeste música del sueño

 

(Concertemos ilusiones para concertar visiones con dichas)

 

 

 

I.- LA VIBRACIÓN DE LAS ENTRAÑAS

 

Hemos acortado las distancias físicas entre nosotros,

pero vamos aún con la coraza de no ver con los ojos

de la mente, que son los que en verdad nos hacen vivir

unidos, ser uno entre todos, estar en firme comunión,

hacer comunidad, rehacerse en los otros para crecerse.

 

Los humanos hemos de volver a ser como las rosas,

más pétalo que espina, más del cielo que del mundo,

más vida que vivencia, más modestia que inmodestia,

más morada que prisión, más mimo que sobriedad,

para poder echar a volar y posarse en la piadosa luz.

 

Estamos en camino para ser el camino y abrazarnos,

los descendientes con los ascendientes y viceversa,

pues nadie es más que nadie ni menos que ninguno.

El recorrido hemos de hacerlo acogiéndonos entre sí,

y recogiéndonos en el gozo de no salirse del paraíso.

 

II.- LA SACUDIDA DEL CUERPO

 

El contacto cuerpo a cuerpo nos reclama compasión,

nos aclama en el cuidar y nos clama en el descuidar,

nos loa en la entrega y nos acusa en el desatenderse,

nos engrandece en el darse y nos achica en el fallar,

pues no estamos para envenenar, sino para velarnos.

 

Tomemos el cuerpo de Cristo como razón de vida,

apoyemos el culto con vistas puestas en su acción,

descansemos la mirada en sus dos brazos abiertos,

respiremos profundo y acojámonos en su poética, 

que no está en los lienzos, sino en el amor donado.

 

En la pasión del Redentor no hay cuerpos ocultos,

todo se integra y se concierta, nada se discrimina,

la sacudida de la energía vital nos asiste por igual;

no en vano fuimos rociados en un mismo espíritu,

que conforma el universo y forma el verso que soy.

 

III.- ALMA Y CUERPO EN CONCIERTO

 

Me gusta inspirarme, nunca desistir de un sueño,

enhebrar músicas que embellezcan alma y cuerpo,

transmitir emociones, reconcentrar lo melódico,

revelar el son de la ternura en unos labios puros,

vaciarme por dentro y por fuera, sentirme amado.

 

En la música alma y cuerpo se crean y se recrean,

vuelven a su estado níveo y a su estadio amoroso,

a su circuito de sentimientos y a su recinto de paz.

La soledad deja de ser desierto y se vuelve aliento,

se requiere el alimento de la unidad para aliviarnos.

 

Hacer del cuerpo de uno el gran concierto del alma,

nos conserva lozanos, deseosos de comprendernos,

pues quererse como amar es la mejor pauta del ser;

repara el ánimo perdido y nos repone de las caídas, 

su encanto entra por el oído y va directo al corazón.

 

Víctor CORCOBA HERRERO

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