El demoledor coste humano de la pandemia
“Hay que salir de esta visión del mundo siniestra que nos
lleva al derrumbe”
Necesitamos
reponernos como generación, tomar el espíritu solidario como deber y el ánimo
cooperante como obligación ciudadana. Sin duda, el COVID-19 es algo devastador,
puesto que detrás de los fríos números de las estadísticas, quedan vidas
truncadas, corazones heridos, familias hundidas en nuestras propias miserias
humanas. Ciudades y pueblos han de responder a la pandemia atacando la
desigualdad e impulsando un inclusivo renacer para todos. Este ha de ser uno de
los primeros objetivos, para hacer frente a este demoledor coste humano. Las
políticas, por tanto, han de centrarse en que todos los avances sean accesibles
y asequibles a todos los moradores; esto también significa que la esperanzadora
vacuna sea un bien público mundial. Impulsar en todos los gobiernos la justicia
social y promover, a la vez, un trabajo verdaderamente digno para todas las
personas, asimismo es algo indispensable. Confiemos en que este dolor, nos haga
invertir las cosas, al descubrir que nos necesitamos como especie, que todas
las manos y todas las voces, además de las sonrisas y hasta las lagrimas, hemos
de compartirlas más allá de las fronteras que nos hemos inventado.
Seguramente, los principios y derechos fundamentales de este
mundo laboral puedan jugar un papel fundamental en la reconstrucción de nuevas
respuestas efectivas y consensuadas que apoyen este espíritu reconstituyente.
Ahora bien, quizás nos haga falta, para salir de esta auténtica ruina, otros
relatos más reales y de mayor compromiso con los arrinconados por sistemas
injustos. Por eso, es vital una toma de conciencia de todos los actores
sociales, también de cada uno de nosotros, para que se produzca verdaderamente
ese responsable cambio en nuestro propio estilo de vida, en los modelos de
producción y de consumo, en las mismas estructuras consolidadas de poder que
rigen hoy la sociedad. Algunas de ellas, por cierto, se encuentran contaminadas
de corrupción. Desde luego, el clima de inseguridades hace que se vaya creando
un terreno fértil para las mafias, que todo lo embadurnan de vilezas y
perversidades. Sea como fuere, hay que salir de esta visión del mundo siniestra
que nos lleva al derrumbe. Para bien o para mal, cada cual ha de colocar su
personal ladrillo. Confiemos en su sentir cabal.
En realidad, a todos se nos llena la boca de
transformaciones, pero lo innegable es que padecemos una fragmentación tan
brutal que paraliza ese reforma, que todos invocamos. Naturalmente, creo que
nos falta coraje para iniciar nuevos caminos, ampliar horizontes, tejer otros
lenguajes más del alma y poder activar ese futuro verdaderamente equitativo,
que tanto pregonamos conjuntamente. Ya está bien de que mientras unos
privilegiados derrochan, otros se mueran de hambre. Hablamos, hablamos,
hablamos…., pero no hacemos casi nada por modificar esta actitud, por
reencontrarnos en ese aliento batallador, capaz de forjar un mundo mejor para
toda la humanidad. Este ejercicio de sumar voluntades, de entenderse y
consensuar posturas es lo que en realidad nos hace avanzar en la acción
personal y comunitaria. Pensemos que todos tenemos algo que aportar; téngase en
cuenta que nuestra entrega a los demás lo que acrecienta es la supervivencia
del “nosotros”, o sea, la continuidad del linaje.
En efecto, la gran lección del COVID-19 debe ayudarnos a
despertar de este endiosamiento que nos aísla, pues en realidad no somos nadie
para excluir nada, ¡nos necesitamos todos! Hemos de apiñarnos para trabajar
juntos, apoyándonos unos a otros, para luchar contra la ideología del odio, la
sed de venganza que persiste en muchas existencias y el hambre de justicia que
aún perdura en gran parte de la ciudadanía. Por desgracia, aún no tenemos
vacuna contra estas maldades, ni contra esa disposición maligna que nos deja
sin aire, además de permanecer envueltos en la escalada de la miseria, la
desorientación causada por la plaga de la desinformación y la falta de valores,
como resultado de la parálisis docente y también económica derivada de la
actual epidemia.
Puede que nos sorprenda, no tardando mucho, un efecto dominó
de bancarrotas, que sumada a esta deshumanización que venimos cultivando desde
hace décadas, nos deja sin nervio para luchar; en un momento difícil, en el que
nos enfrentamos al mayor conjunto de desafíos globales, desde el terreno de la
salud hasta el de la economía, el clima y nuestra propia subsistencia, libre de
violaciones y violencias. Evidentemente, hoy más que nunca, no podemos perder
el tiempo en discusiones absurdas. Ha llegado el momento preciso de reconstruir
lo derrumbado, de coordinar lo descoordinado, de cooperar en aquellos
desatendidos, actuando sin adormecerse, ya que el adecuado camino diario se
gana, como la vida misma se posee, sólo dándola, ofreciéndola a los demás como
servicio. Al fin y al cabo, no es cuestión de ir tirando, tampoco de continuar
el andar sin desgastarse ni gastarse. En consecuencia, es menester salir de
este estado de confrontación y pasar a que se haga realidad la universalización
de los derechos humanos, utilizando nuestro entusiasmo permanente a través de
la cultura del abrazo entre sí. Toca, por ende, laborar para comprenderse.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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