Custodiar la red de la vida
“Será vigoroso que
tomemos el raciocino de la naturaleza, en disposición siempre de respirar
liberación e inspirar sosiego”.
Estamos obligados a cuidar la red de la vida, a fomentar
espíritus autónomos en un ecosistema diverso, poblado de gentes singulares,
globalmente vitales y necesarias. Tanto es así, que ese manto natural de
recursos biológicos, forma parte de nuestra propia existencia; dándonos
aliento, ofreciéndonos refugio y energía en suma. En consecuencia, nos
concierne en unión avivar la protección del medio ambiente, pero también
respetar esa biodiversidad que es la que realmente nos da sanación, tanto en el
cuerpo como en el alma. No hay avance mientras sigamos destruyendo abecedarios
que nos alientan, manantiales de rocío que nos regeneran. Nada de este mundo
nos tiene que resultar indiferente. Naturalmente, necesitamos un ánimo más
conjunto y universal para poder reparar tanto abuso humano sobre el cauce
viviente. La irracionalidad del rebaño, no puede continuar rigiendo nuestros
destinos, rumbo al desconcierto total y
a la degradación ambiental. En cualquier caso, será vigoroso que tomemos el
raciocino de la naturaleza, en disposición siempre de respirar liberación e
inspirar sosiego.
Hemos de reconocer, sin embargo, que nos faltan espacios
verdes y nos sobran muros sin nervio. Perdido el corazón, la masa se deteriora,
hasta el extremo de inundarnos un gemido de dolor que nos deja sin ganas de
vivir. Por tanto, se vuelve indispensable generar otros entornos para la vida,
cuando menos más seguros, saludables y habitables. Ya está bien de
contaminarnos el celeste mar, con lenguajes que nos esclavizan, triturándonos
hasta la propia conciencia. Es hora de activar otros liderazgos capaces de marcar
otros caminos más justos y solidarios. Toca reorientar la dirección, bajarse de
los endiosados pedestales terrestres y ascender hacia otras visiones, más de
servicio y donación. Esto implica regresar a la sencillez, tener el valor de
fomentar el cambio de actitudes, pues cada día disminuye el número de especies
a un ritmo acelerado; y, uno por uno, formamos parte de esa solución, lo que
nos invita a mirar este mundo con ojos más sabios. No olvidemos jamás, que es
la vida la que nos dona vida. Dejemos a los deslenguados que digan lo que les
satisfaga, nosotros esforcémonos en desvivirnos por vivir en la decencia, que
nos hará más corazón que coraza.
La gravedad del momento es tan fuerte que necesita
traducirse en nuevas prácticas. Comencemos por desterrar de nosotros esta
inmoralidad que nos envuelve. Cuando el relativismo moral se vuelve dominante,
del principio al fin se relativiza y se abre la puerta a la opresión. Ya está
bien de no corregir los malos comportamientos. Para empezar, quizás tengamos
que aprender a no avasallar y a
dominarnos, a mostrar gratitud como expresión de reconocimiento y a pedir
clemencia cuando hacemos algún perjuicio. Son, precisamente, estos pequeños
gestos de coherente urbanidad los que nos ayudan a edificar una viviente
cultura de consideración a lo que nos rodea. Por ello, es hora de activar otros
modelos, mayormente de profunda conversión interior, si en verdad queremos
resolver los grandes males que hoy asolan al mundo. Quizás tengamos que
aprender a valorar las pequeñas cosas de cada día, sin apegarnos tanto al
poseer y al tener, sino más bien al donarse y a la mesura. Al fin y al cabo, lo
trascendente es no trastocar egoístamente los andares vivientes a causa del uso
alocado y del abuso irreflexivo.
Ante este desdichado panorama, nos alegramos que este año se
abra la puerta a dos nuevas décadas; la del periodo de la Ciencia de los
Océanos para el Desarrollo Sostenible y la etapa de la ONU para la Restauración
de los Ecosistemas. Todo ello, viene a ratificar, lo cardinal que es amparar el
tejido vivo, teniendo en cuenta que cada cual es responsable, en mayor o en
menor medida. Indudablemente, hemos llegado al momento crucial, donde se nos
exige que cada ser humano, por minúsculo que nos parezca, haya de reconsiderar
sus prioridades, sabiendo que salvaguardar hoy la inmunidad de nuestro planeta
es también proteger la salud y el
bienestar de las generaciones próximas. Mal que nos pese, esto nos enseña, que
tanto la recuperación de la COVID-19 como la reparación de nuestro orbe, han de
ser las dos tareas prioritarias que han de llevar en mente los caminantes del
mundo. Compromiso real, luego.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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