El genio vivo de la juventud
“El secreto para tener un corazón que sienta y comprenda;
radica, en buena parte, en la escucha y en reavivar el entusiasmo cooperante”.
Resulta emocionante ver a los jóvenes con un estado de ánimo
siempre dispuesto, máxime si utilizan ese genio vivo para el mantenimiento de
la paz, desplegándose por todo el mundo para llevar aliento a tantas gentes
hundidas en la desesperación. Hay que reconocerles su mérito, pues cada día hay
que enfrentarse a mayores desafíos y amenazas, y el contar con su colaboración
para ayudar a desarrollar una mayor calma entre análogos, lo considero
verdaderamente primordial. Indudablemente, son agentes necesarios y claves del
cambio, con el que soñamos más de uno, para la reconstrucción de sociedades
justas y armónicas. Ahora bien, quizás los adultos tengamos que dejarles una
mayor autonomía, en cuanto a un desarrollo de valores y principios,
brindándoles un conocimiento sano y las oportunidades que necesitan para
avanzar, sobre todo interiormente. Para empezar, no me gusta esta economía
productiva que aborrega y esclaviza, que utiliza y pervierte. No son las
ideologías las que nos dan quietud, sino otras vías más entrañables que
permiten, poseer el tiempo necesario para interrogarnos y poder discernir.
Lo hermoso que es pertenecer a una familia pensante, tiene
que ponernos en movimiento hacia esa unión y unidad, lo que requiere
desarrollar una personalidad coherente y equilibrada, capaz de asumir cada cual
su misión responsable. De ahí, lo importante que es que los jóvenes adquieran
la educación precisa y las habilidades necesarias para contribuir a un entorno
más humano. Sea como fuere, no podemos continuar con este ambiente crispado y
deshumanizado por completo. El secreto para tener un corazón que sienta y
comprenda; radica, en buena parte, en la escucha y en reavivar el entusiasmo
cooperante. Desde luego, no debemos encerrarnos en nuestras miserias, es
menester abrirse y reabrirse permanentemente Será esperanzador, por
consiguiente, aprovechar el potencial de los chavales para la alianza entre
semejantes. En la actualidad, nos consta que decenas de miles de jóvenes del
personal de mantenimiento de la paz (de entre 18 y 29 años de edad) están
desplegados en todo el mundo y desempeñan un papel fundamental en la protección
de los civiles, entre otras cosas. Son, precisamente, estos sueños de lozanía
primaveral; los que nos invitan a crecer, desde las raíces del ser y del saber
estar.
En efecto, todo lo que el árbol tiene de florido, proviene
de lo que enraíza. También nosotros, los seres humanos, el futuro lo
proyectamos desde esa hondonada de la conciencia de pertenencia a los vínculos
vividos, auxiliándonos unos a otros. De ahí, lo trascendente que es volver a
las culturas del origen, a la pertenencia de las fuentes ancestrales, a la
espera de proseguir haciendo familia, ofreciendo vida, tejiendo esperanza, en
un momento de gigantescas transformaciones sociales. Mal que nos pese, únicamente
el espíritu joven tiene la fuerza del cambio, que debe de partir de una actitud
más solidaria y de una concepción más entregada, a través del amor y la
sabiduría. Nos alegra, por tanto, que esa medida del corazón juvenil tome
cognición, ya no solo de los conocimientos adquiridos, también como razón de
vida y de continuidad existencial. Es cierto que llevamos con nosotros el
desafío de la concordia. Naturalmente, el momento no es fácil para nadie,
tenemos muchas situaciones injustas, pero las energías que brotan de un alma
joven, debe de instarnos a un cambio de mentalidad. Quizás nos haya faltado
construir una nueva civilización más fraterna. Confieso, además, que todo parte
de un ánimo noble; y en esto, la frescura del doncel es nuestro mayor tesoro.
En medio de tantas desdichas, las gentes de pacto que han
sido educadas en el espíritu clemente, han de consensuar latidos, poniendo en
valor los derechos humanos, el coraje de la justicia y el de la participación.
Al fin y al cabo, es entre todos como se fraguan nuevos horizontes, pero con
mayor baluarte son los aires de la mocedad que han bebido de los manantiales de
la verdad, los que forjan una nueva senda de luz y savia. Por ello, es menester
que los líderes en su conjunto, en nombre de los jóvenes, pongan en acción el
deber de ofrecerles ilusión. ¡Qué menos! Lo que no es de recibo es que
condenemos a la juventud a un mundo peor y a un porvenir de resignación sin
alternativas. Evidentemente, el
potencial humanitario no se alcanzará mientras las desigualdades y la
discriminación contra la gente en formación continúen siendo un lugar común, y
la mancebía carezca de oportunidades para que se atiendan sus gritos. Por
desgracia, olvidamos que la gente joven es la mejor opción para enmendar
tropiezos y trabajar de forma innovadora en el combate de tantos desajustes que
nos dejan sin aire, además de dividirnos. La misma tecnología, que utilizan los
adolescentes a todas horas, también ha de ser una herramienta más para la
conciliación. Lo significativo, en suma, es que el verdor de un nuevo amanecer
prosiga con su ansiada cosecha de anhelos pacifistas.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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