miércoles, 28 de julio de 2021

Columna

Algo más que palabras

 

Fuerzas divisorias

“Nuestra propia realización humana, únicamente se entiende haciendo familia, reconstruyendo espacios de amistad”.

 

Nuestro mundo se mueve entre mil fuerzas divisorias, que nos dejan sin espíritu humano, para tejer nuevos sueños y así alcanzar una tierra mejor, bajo las sábanas de la unidad cooperante y la concordia entre generosidades. Urge, por tanto, ganar confianza entre semejantes, con una disposición de benevolencia entre sí, a través de un abecedario de consideración hacia todo y todos. No podemos continuar con esta fuerte crisis de humanidad que nos separa unos de otros. Las amarguras se debilitan con la conjunción de latidos. Sabemos que la realidad tampoco es fácil para nadie, lo que nos exige otras orientaciones de alma y cuerpo, también distintos andares de vida y luz, así como diferentes cultivos esperanzadores, para ponernos al abrigo de la tormenta del tiempo. Lo importante es reaccionar, frente al aluvión de pobrezas, violencias y violaciones de los derechos humanos, y así renacer armónicamente, hermanados por el bien colectivo. Hoy por hoy, faltan liderazgos coherentes, que incorporen en sus acciones a los más débiles y que respeten los diversos pensamientos. Prolifera, además, un avasallamiento total, que comienza por esa falta de oportunidades hacia algunas personas a las que se les impide tener un trabajo decente, lo que paraliza el sentirse realizado; y, en suma, el poder vivir como rama de un mismo tronco.

 

Por eso, si importante fue en su tiempo, que la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1997, diese vida a ese cultivo de sosiego entre análogos, basado en un conjunto de valores, actitudes y conductas que rechazan la violencia y procuran prevenir los conflictos, abordando las causas profundas con el objetivo de resolverlos; ahora es vital, llevar a buen término, ese vínculo que nos hermana solidariamente y nos hace sentirnos más libres. Dejemos ese orbe opresor. Necesitamos de otras energías más anímicas y conjuntas. Quitemos todas las fronteras.  Rompamos las cadenas del interés. Volvamos a esa entrega en donación, a esa inquietud de hacer piña con nuestro propio hábitat común. Es necesario erradicar las fuerzas contrarias que nos matan por dentro y por fuera. Nuestra propia realización humana únicamente se entiende haciendo familia, reconstruyendo espacios de amistad. Esto puede hacerse alrededor de los diversos sistemas alimentarios. Está visto que la comida junta hogares, colectividades y civilizaciones. Unirse y reunirse para aunar esfuerzos y transformar nuestro astro, siempre viene bien. El ser humano, cuando se detiene a compartir, a dialogar conjuntamente con la escucha, no puede por menos de advertir que su existencia es demasiado breve como para demolerla.

Infaustamente, hace tiempo que la ciudadanía camina desolada, sin apenas consuelo alguno, al observar que tampoco cuenta con resultados concretos de las políticas sociales públicas, al ver que las instituciones están ahí, pero no para responder a sus necesidades ni para contribuir a sus aspiraciones. Esta combinación de alta incertidumbre y de falsedad permanente, hace que la gente caiga en la tristeza más profunda, con multitud de trastornos mentales, relacionados con la depresión y con problemas de adicción, hasta el extremo de que la Organización Mundial de la Salud contempla la prevención del suicidio como una prioridad de salud pública. Por otra parte, hay que reconocer a cada individuo como parte de nosotros y buscar un aprecio social incluyente. Esto será posible, en la medida que seamos capaces de activar el espíritu donante, en orden a reequilibrar y reconducir la globalización para evitar de este modo sus frutos disgregadores. Claro está, la confusión genera desconfianza, pero también las diferencias generan conflictos. Quizás sea desde la vía de lo auténtico como se hace humanidad y se acrecientan los vínculos. Lo que no es de recibo, es resignarse a vivir encerrados en sí mismos, en un fragmento de realidad que nos muestra desamparados, ya que somos gentes para morar en relación.

Tenemos que poner límites, por consiguiente, a estas fuerzas divisorias que nos impiden un desarrollo integral, tanto dentro de nosotros mismos como entre los pueblos del globo. Sin duda, será buen comienzo para el cambio, poner más corazón por los caminos de la vida, al menos para cultivar los lazos de la franqueza y fortaleciendo la cordialidad entre semejantes. Desde luego, siempre es saludable fomentar el sentido de cepa, para reunir las mejores ideas y ponerlas en práctica, bajo una visión común y de servicio para todas las gentes, sin exclusión alguna; máxime en un momento en el que golpea la enfermedad de lo insensible, cuestión que es muy difícil de asimilarla. Que una sociedad pensante como la nuestra, se deje vencer por los obstáculos, permitiendo los enfrentamientos, las discordias y la rivalidad, en lugar de buscar la convivencia, el respeto y el entendimiento reciproco, nos deja sin palabras. Precisamente, el amor puede hacernos madurar, abrirnos hacia esa creación que a todos nos pertenece por igual, con la diversidad que cada uno puede aportar, para engendrar esa nueva existencia en un espíritu de verdad y entrega; pues la conexión digital solo basta para sembrar palabras, no para tender abrazos reales, que son los que verdaderamente avivan el alma del encuentro.

 

Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor

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