jueves, 2 de septiembre de 2021

Compartiendo diálogos conmigo mismo

A la luz del verso todo es vida

 

(Nos guarda la mística del espíritu entre resonancias celestiales, porque lo que nos aguarda es que el reino de la poesía se haga en nosotros, nos torne a la vida y nos retorne a lo armónico).

               

I.             Volver al abecedario de la palabra

 

Nos basta la palabra y nos sobran los caudales,

necesitamos de otro ánimo para despojarnos

de inútiles riquezas y requerimos de otro aliento

para cerciorarnos de que nada es por sí mismo,

que cada uno tiene el ser que marca su corazón.

 

Vuelva a nosotros el brío de pulsos fusionados,

háganse latido, intégrense voces, créense aires

que acaricien las llorosas pupilas de aquí abajo,

dejémonos mover y conmover por el lenguaje,

institúyase la expresión de los ojos en la poesía.

 

Si por una mirada se estremecen las promesas,

aprendamos de aquellos que saben comprender,

que los léxicos del alma son los que brotan vida, 

porque saben llorar y también reír con los demás;

comprendiendo la pena ajena, calmando el dolor.

 

II.            Mantener el interior limpio

 

Lo que más hay que atender es a nuestra mente,

nada manchado por la falsedad espiga en verso, 

la inspiración huye de los pensamientos vacíos,

pues nada aportan ni reportan en nuestro ánimo,

sólo cáscara y apariencia, sólo raspa sin caricia.

 

Sin un interior limpio, nada es lo que ha de ser,

tampoco habrá destello sin acciones de amor,

como amor sin aspiraciones de legarse sin más,

pues en las intenciones internas de cada cual,

es donde se originan los deseos y las decisiones.

 

Únicamente los de entretelas níveas verán a Dios,

advertirán que sus fuentes profundas vierten paz,

notarán que en lo auténtico se genera existencia,

divisando que en la senda del poema coexistimos,

y al entendernos más en la verdad nos atendemos.

 

III.- Custodiarse en plegaria constante

 

La virtud está hecha de una alborada de bondad,

a la que se llega con energía de poeta arrodillado,

que precisa comunicarse con el Padre en rogativa,

para escuchar la suave voz del Señor en el silencio,

y sentir en soledad que Jesús nos custodia el andar.

 

En ese mutismo angelical es posible desentrañar,

a la luz del inviolable soplo, la orientación debida,

y si ante el rostro de Cristo aún no logras cambiar,

penetra en el rastro de sus llagas y deja oír su voz,

porque ahí tiene su asiento la comprensión divina.

 

Tenemos necesidad de ruegos, somos perversos,

para ello hace falta el valor y la fuerza de María,

bajo su manto sereno podremos continuar siendo,

esa nueva síntesis que brota de la savia alumbrada,

por la acción del donarse y la reacción de la cruz.

 

Víctor Corcoba Herrero

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