Francisco Velasco Zapata
No hay duda acerca del papel que la constitución le asigna al Estado mexicano de ostentar, asumir, representar la rectoría del desarrollo nacional. Tampoco hay duda de que el actor fundamental en dicha tarea es el titular del poder ejecutivo. Mucho más que sus pares de los otros dos poderes, aunque en el fondo, los tres sean corresponsables de resguardar todas las actividades tendientes al fortalecimiento de la soberanía nacional, el crecimiento y desarrollo económico, así como todo aquello que esté en pro de la democracia.
Todos los actores mencionados o no, tienen una responsabilidad constitucional, política, ética y moral que cumplir en el desarrollo de sus actividades; sin embargo, es inconcebible que los representantes del poder ejecutivo jueguen a imitar al avestruz en materia económica, escondiendo la cara, pero dejando al aire el cuerpo del delito, su encogimiento, sobre todo en lo relativo a su responsabilidad de fomentar el crecimiento económico, el empleo, la distribución del ingreso y la riqueza de la nación.
El régimen actual ha abandonado su responsabilidad de planear, conducir, coordinar y orientar la actividad económica nacional so pretexto de un alineamiento, una visión, que en términos económicos apunta a un mundo “globalizado” que aspira a regirse por las leyes del mercado, la auto regulación, la mano de Adam Smith. Pero el mercado en nuestro país es evidentemente insuficiente para generar los empleos necesarios que den ocupación y sustento a los millones de compatriotas que no teniendo el perfil de las vacantes laborales -cuando las hay-, también requiere de recursos para dar satisfacción a sus necesidades primarias de alimento, vivienda, salud, educación y vestido, entre otras más. Esa visión ortodoxa de mercado -mal comprendida por nuestros ignaros gobernantes- no quiere aceptar que el mercado actual está debilitado y en vías de deterioro creciente en virtud del manejo irresponsable y corrupto de las finanzas públicas y el patrimonio nacional. Es una visión que se niega a ejercer las funciones de gobierno con transparencia y auténtica rendición de cuentas, pero que tarde o temprano está condenada a desaparecer.
La realidad rebasa a la imaginación: a la fecha son millones de empleos que se han perdido en tan sólo tres años de la administración federal actual, lo cual, viene aunado al cierre y quiebra de miles de empresas grandes, medianas y pequeñas sin que el gobierno se despeine o apure por la situación que eso genera. Lo único que ha hecho es recurrir a la opinión de que la crisis vino de fuera, aunque sin asumir que, hoy por hoy está adentro, aquí, en México, por lo cual debería asumir a plenitud su responsabilidad política, histórica y dejar de echarle la culpa a otros de sus fracasos o, peor, echando a caminar cortinas de humo como la del decálogo de su “nonata” reforma política.
Es cierto que en el desarrollo económico de la nación deben concurrir con responsabilidad social el gobierno -en sus tres niveles-, los trabajadores y el capital privado -nacional o extranjero- pero no deberíamos pasar desapercibido que el principal actor en nuestro país, de todos los mencionados, sigue siendo el gobierno -el poder ejecutivo- porque es bajo cualquier circunstancia el responsable del manejo de la administración pública que en términos reales concentra la mayor parte del poder del estado mexicano en la medida que distribuye todo tipo de asuntos y resoluciones del orden administrativo a cargo de las Secretarías de Estado, además de definir las bases generales de su operación. Como se dice por ahí: “primero comer que ser cristiano”. ¿Y usted, cómo la ve? Politólogo.
No hay duda acerca del papel que la constitución le asigna al Estado mexicano de ostentar, asumir, representar la rectoría del desarrollo nacional. Tampoco hay duda de que el actor fundamental en dicha tarea es el titular del poder ejecutivo. Mucho más que sus pares de los otros dos poderes, aunque en el fondo, los tres sean corresponsables de resguardar todas las actividades tendientes al fortalecimiento de la soberanía nacional, el crecimiento y desarrollo económico, así como todo aquello que esté en pro de la democracia.
Todos los actores mencionados o no, tienen una responsabilidad constitucional, política, ética y moral que cumplir en el desarrollo de sus actividades; sin embargo, es inconcebible que los representantes del poder ejecutivo jueguen a imitar al avestruz en materia económica, escondiendo la cara, pero dejando al aire el cuerpo del delito, su encogimiento, sobre todo en lo relativo a su responsabilidad de fomentar el crecimiento económico, el empleo, la distribución del ingreso y la riqueza de la nación.
El régimen actual ha abandonado su responsabilidad de planear, conducir, coordinar y orientar la actividad económica nacional so pretexto de un alineamiento, una visión, que en términos económicos apunta a un mundo “globalizado” que aspira a regirse por las leyes del mercado, la auto regulación, la mano de Adam Smith. Pero el mercado en nuestro país es evidentemente insuficiente para generar los empleos necesarios que den ocupación y sustento a los millones de compatriotas que no teniendo el perfil de las vacantes laborales -cuando las hay-, también requiere de recursos para dar satisfacción a sus necesidades primarias de alimento, vivienda, salud, educación y vestido, entre otras más. Esa visión ortodoxa de mercado -mal comprendida por nuestros ignaros gobernantes- no quiere aceptar que el mercado actual está debilitado y en vías de deterioro creciente en virtud del manejo irresponsable y corrupto de las finanzas públicas y el patrimonio nacional. Es una visión que se niega a ejercer las funciones de gobierno con transparencia y auténtica rendición de cuentas, pero que tarde o temprano está condenada a desaparecer.
La realidad rebasa a la imaginación: a la fecha son millones de empleos que se han perdido en tan sólo tres años de la administración federal actual, lo cual, viene aunado al cierre y quiebra de miles de empresas grandes, medianas y pequeñas sin que el gobierno se despeine o apure por la situación que eso genera. Lo único que ha hecho es recurrir a la opinión de que la crisis vino de fuera, aunque sin asumir que, hoy por hoy está adentro, aquí, en México, por lo cual debería asumir a plenitud su responsabilidad política, histórica y dejar de echarle la culpa a otros de sus fracasos o, peor, echando a caminar cortinas de humo como la del decálogo de su “nonata” reforma política.
Es cierto que en el desarrollo económico de la nación deben concurrir con responsabilidad social el gobierno -en sus tres niveles-, los trabajadores y el capital privado -nacional o extranjero- pero no deberíamos pasar desapercibido que el principal actor en nuestro país, de todos los mencionados, sigue siendo el gobierno -el poder ejecutivo- porque es bajo cualquier circunstancia el responsable del manejo de la administración pública que en términos reales concentra la mayor parte del poder del estado mexicano en la medida que distribuye todo tipo de asuntos y resoluciones del orden administrativo a cargo de las Secretarías de Estado, además de definir las bases generales de su operación. Como se dice por ahí: “primero comer que ser cristiano”. ¿Y usted, cómo la ve? Politólogo.
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