México. D. F., (Editorial).- En muchas ocasiones he señalado
en este espacio que lo que la sociedad no haga por sí misma nadie lo va a
hacer. Ahora, a pocas semanas de la elección presidencial, un grupo creciente
de estudiantes de universidades privadas de la Ciudad de México y de
instituciones de educación superior públicas ha iniciado un movimiento que se
expresa con marchas en las calles de diversas ciudades del país y, por
supuesto, en el propio Distrito Federal. Se trata de un fenómeno inédito en el
siglo XXI que no estaba escrito en el libreto de las contiendas electorales. De
ahí su peculiaridad. Veamos lo que es posible esperar de una iniciativa de esta
naturaleza.
Primero. Se ha repetido que en México la ausencia de
conciencia crítica y de socialización del conocimiento, en general, constituyen
el mejor clima para que se reproduzcan al infinito la indiferencia, la
decepción y la falta de confianza en las instituciones, así como para que se
prolongue el débil estado de derecho. He señalado en estas páginas, del mismo
modo, la asimetría entre lo que se invierte en el rubro de educación (México
está entre los primeros 15 países en este aspecto) y los resultados que obtiene
(ocupa el lugar 79, de acuerdo con un estudio de la OCDE del 2010 entre las
naciones integrantes de la ONU).
Este hecho ha propiciado que la educación, entendida como
vehículo de conciencia, de claridad sobre el papel de la persona en la sociedad
y sus posibilidades de incidencia en ella, cumpla en la práctica un cometido
formal. De ahí, por tanto, tradicionalmente las universidades que formalmente
son los centros de la inteligencia del país forman estudiantes acríticos, con
habilidades de trabajo pero con escasa formación social para evaluar lo que
pasa en el país. Procuran no ser víctimas del “pánico moral” y evitar ser
estigmatizados como “conflictivos” o “revoltosos”.
Segundo. Los estudiantes, a partir de la protesta en la
Universidad Iberoamericana por parte de los 131 jóvenes que se identificaron
como alumnos de la Ibero, han ido mejorando sus estrategias para no ser
víctimas del citado “pánico moral”. Así, de la protesta contra el candidato del
PRI Enrique Peña Nieto en las instalaciones de la Ibero, que me parecieron
inadecuadas por la forma, no por el fondo, ahora han adoptado un código de
respeto, de eliminación de insultos, sin impedir la libertad de tránsito de los
demás. Esto le da a dicho movimiento un cariz nuevo, que deja sin argumentos a
quienes en principio expresaron su descalificación a priori, porque
razonablemente están efectuando sus acciones con la Constitución en la mano.
Dicha muestra de civilidad no tiene muchos precedentes en este país tan
convulso, donde existen razones de sobra para el resentimiento social y para
las reacciones desesperadas.
Tercero. Este movimiento estudiantil tiene, entre otras,
seis grandes demandas: 1. La democratización de los medios de comunicación; 2.
Hacer del uso de internet un derecho constitucional (esa misma reflexión es el
tema del libro Internet y derechos fundamentales, de Clara Luz Álvarez,
recientemente publicado por Miguel Ángel Porrúa); 3. Códigos de ética y
defensores de la audiencia en los medios de comunicación; 4. Someter a concurso
producciones para los canales públicos permisionarios a las distintas escuelas
de comunicación 5. Abrir debate entre jóvenes y medios sobre las demandas en
cuestión, y 6. Seguridad para los integrantes del movimiento estudiantil que
hacen uso de su libertad de expresión, y en especial para los periodistas, que
han sido alcanzados por la violencia en el ejercicio de su trabajo.
Al parecer, con la expresión “democratización de los medios”
se refieren a ampliar la competencia en la radio y la televisión para que el
público pueda elegir entre mayores fuentes de información. Decía John Stuart
Mill que la verdad se alcanza escuchando todos los pareceres que tengan algo
que decir sobre ella. Y aquí sería el caso. Los demás puntos se ajustan con
creces a las mejores prácticas internacionales. Los medios del gobierno federal
tienen todos un ombudsman (yo fui el fundador de la figura en Radio Educación),
que representa un contrapeso interno y un espacio independiente para que la
sociedad pueda expresar sus puntos de vista con la seguridad de que será tomada
en cuenta.
Cuarto. Con este movimiento se ha plantado una semilla para
generar conciencia social. Por sus propias características, se ha convertido en
“noticia”, como un dato de interés público que escapa al día a día. Falta mucho
por delante. Hoy, minorías activas son centro de atención de la opinión
pública. No se sabe qué va a pasar mañana. Si bien es verdad que este
movimiento se declara apartidista, es mucho más político de lo que parece.
Implícitamente sus demandas, plausibles, constituyen una
presión al candidato del PRI Enrique Peña Nieto, quien es tratado con
obsecuencia por los medios electrónicos; afectan también a la candidata del
PAN, Josefina Vázquez Mota (cuya falta de ideas propias no impide que se le den
mayores espacios en los medios), y, por el contrario, representarían una
bocanada de aire puro para el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López
Obrador.
Hasta aquí los escenarios ideales ¿Tendrán una influencia
significativa en los resultados de las elecciones presidenciales del próximo 1
de julio? Es improbable pero no imposible. La estructura formada por los cuatro
partidos políticos a base de clientelaje hará su aparición el día de las
elecciones. ¿Podrán los estudiantes –que, ojo, no representan a la mayoría de
los universitarios inscritos– hacer frente a las más variadas y sofisticadas
formas de fraude electoral? ¿Podrán acreditar al menos observadores en los
distritos más significativos del país? ¿Las marchas moverán los ratings de las
televisoras privadas para que se conduzcan con civilidad democrática? Si esto
que se antoja muy difícil es logrado, sin duda México habrá dado varios pasos
adelante en el contagio de prácticas democráticas.
E-mail: evillanueva99@yahoo.com
Twitter: @evillanuevamx
Blogger: ernestovillanueva.blogspot.com